Estaba de vacaciones en Chapalal cuando sonó el teléfono: "Volvé ya mismo, te pagamos el micro de regreso".
Claudio Martínez Bel había hecho un casting para El eternauta, pero necesitaban probarlo en otro personaje. Pidió que convencieran a su mujer de interrumpir el descanso, armó el bolso en velocidad y preparó su mejor mueca.
Imposible de traducir en cualquier lugar del mundo. Ni en inglés, ni en japonés, ni en bengalí pudieron encontrar equivalencias claras al parlamento que su personaje, el Ruso Polsky lanza en El eternauta: "Va a lloverga".
El meme del momento está protagonizado por un señor que actúa desde hace más de 40 años, que supo prestarle el lomo a una curtiembre de Sarandí y que paseó su vocación hasta por Malasia y Singapur.
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Vecino de La Paternal, 65 años, es el fanfarrón impune que despliega su lunfardo menos elegante mientras juega al truco con Ricardo Darín en la serie de Netflix que logró más de 10 millones de visualizaciones en apenas ocho días. Las cifras de las que forma parte lo dejan atónito: el producto logró un récord top ten de ficciones en 87 países.
Esa escena viral, ahora repetida hasta el hartazgo en redes sociales, tal vez sea su condena de por vida. Bel se permitió allí una licencia, un homenaje al comediante José Marrone: un "cheeee" estirado, un remate con la boca a un costado.
"Me divierte mucho. Pero yo sé que esto es así, después baja", afirma con conocimiento de causa mientras toma un café en el Bar Británico. Hace tres décadas tuvo un pico de popularidad gracias a una megacampaña promocional de Telefe y pegó el portazo de la televisión casi traumado.

Ex corredor de una empresa de agua mineral, ex empleado de un local de fotocopias, ex mozo en los veranos en Villa Gesell, ex vendedor de publicidad para radio Belgrano y ex dibujante técnico de una empresa de planos, Bel es clown desde sus comienzos actorales y docente teatral desde hace más de 20 años en la Escuela metropolitana de arte dramático (EMAD).
En ese bazar que es su biografía, recuerda con orgullo aquel viejo dúo cómico que conformó junto a "El Puma" Goity durante cuatro años. Recién egresados del conservatorio, se lanzaron al mundo como Los galangrotes, "los galanes del grotesco" y llevaron su arte por whiskerías, regimientos, federaciones juveniles comunistas, colegios de monjas.
Entre los capítulos de colección de su oficio atesora un dato: compartió terna de premiación con el mismísimo Alfredo Alcón en 2003.
En los premios Teatro del mundo lo nominaron por su obra Cosas de payasos, sobre un padre que le enseñaba a su hijo el noble arte del bufón. "Yo no sabía que estaba en la terna de mejor actor protagónico junto a Alcón, Patricio Contreras, Pompeyo Audivert, Daniel Casablanca. Cuando llegué al lugar escuché mi nombre, no podía creerlo, algo único en la historia. No creo que haya existido otro payaso que compitiera con Alfredo".
Un obrero prolífico
Conserva el libreto del primer bolo televisivo, en Peor es nada, en los '90, junto a Jorge Guinzburg y Horacio Fontova. Se había acercado a Canal 13 en busca de trabajo y se le abrió una puerta en un sketch que Fontova hacía en inglés. Después, el nocaut de la fama durante tres años, gracias a los institucionales de Telefe en los que jugaba a ser el piropeador del canal.
"Fue tremendo eso", se toma la cabeza, el que jugaba a piropear de modo naif junto a Marcelo Tinelli, Susana Giménez, Bernardo Neustadt y demás figuras de la emisora entonces. Sin embargo, un día decidió bajarse de esa popularidad callejera, cortar todo vínculo con esa "máquina de picar carne" que es la TV.

"No estaba preparado, no me sentía cómodo, era frágil. Me alejé, no desde un lugar de soberbia, sino desde un lugar de no sentirme preparado", ite. Su gran regreso fue en la pantalla grande con la convocatoria de Benjamín Naishtat para el policial Rojo.
Tercero de cuatro hijos del matrimonio de un contador y una modista, nació el el 26 de mayo de 1959. Se crió en una casa chorizo como irador del comediante estadounidense Jerry Lewis y como fiel lector de la sección "La risa, remedio infalible", de la revista Selecciones que compraba su madre.
Desde temprano entendió que el humor producía en él una fuerza maravillosa y transformaba en energía la mirada de los otros. Jura que tiene registro de esa revelación: fue en tercer grado, en la escuela 2 Francisco Melitón Álvarez, de Liniers. Su compañerito, el más tarde prodigioso músico Pedro Aznar, se lucía escribiendo, pero un día Bel se metió a alumnos y directivos en el bolsillo con un remate cómico en un acto escolar. Desde entonces la misión de la risa fue su causa.

A los 15 años, por intermedio de un cuñado, entró a una curtiembre con un sueño: conocer el mundo laboral y comprarse una moto. La misión entre pieles, aceites y aromas imposibles duró apenas un mes. Todas esas experiencias sensoriales servirían de backup emocional para su verdadera vocación.
A los 18 le tocó colimba en dictadura en el Círculo de oficiales de la Fuerza Aérea, en Vicente López. Con un amigo con el que trabajaba de cadete en una empresa constructora, hicieron caso a un aviso y se presentaron. "Buscaban ambos sexos para integrar un grupo de teatro y fuimos para ver si conseguíamos relacionarnos con chicas de nuestra edad", se ríe.
El resultado fue algo más grande que aprender a vincularse con mujeres: entendió que en escena, interpretando, lograba vincularse mejor con el mundo y desde entonces nunca dejó de actuar. "Mi amigo se terminó casando con la primera chica con la que conoció ahí, yo me casé con la actuación".
Cómo llegar a El eternauta
Comenzaba 2023 cuando la productora audiovisual, coach actoral y experta en casting Laura Berch convocó a Claudio, a quien conocía, para unas pruebas de cámara en busca del elenco de El eternauta.
Bel no sólo conocía a la perfección la historieta de Héctor Germán Oesterheld, sino que atesoraba publicaciones originales. Llegó con su minimuseo en un bolsito que incluía hasta publicaciones apócrifas, lo exhibió, dio fe de su nivel de conocimiento sobre la materia y lo convocaron para las siguientes instancias de prueba, esa vez ya con el director Bruno Stagnaro y Darín.

"En el primer casting me dieron un par de escenas para ser Favalli, que finalmente fue para César Troncoso, maravilloso", se emociona rebobinando. "Yo no tengo representante ni voy a pedir trabajo. El eternauta llegó como un sueño".
"Todas las jornadas que me tocaron grabar, yo tenía que hacer un doble trabajo; por un lado actuar el rol que me tocó y, por el otro, que no se me notara lo contento que estaba por estar ahí. Sentía que se me veía la cola atrás moviéndose, como los perros".
Lanza la carcajada cuando se acuerda de esa escena en la que tiene que permanecer tieso, muerto en la nieve. "Una posición incómoda por horas. Un día siento mucho silencio alrededor, yo quietito, y cuando levanto la cabeza, se habían ido todos a comer. Yo seguía muerto".
Confiesa que la escena de Darín cantando en el auto no estaba planificada. Nació como un juego en la espera en el auto, en medio del frío, a las dos de la mañana. "Darín se puso a cantar, lo seguí, le hice el ritmo. Stagnaro estaba observando y decidió dejar esa parte que está improvisada".
El boom de El eternauta no repercute en su economía, porque Bel es una fábrica que genera sin demasiada prensa. Por estas horas ensaya una obra que escribió sobre una idea suya Mariano Cossa, el hijo de Tito Cossa, y que estrenarán en el Teatro del Pueblo. Hace unos años leyó en un diario que un circo pasó por un pueblo y dejó deudas y que a modo de "pagaré", dejó a dos payasos y un león como garantía de regreso para saldar el asunto.

Los tanques que se vienen: una serie junto a Natalia Oreiro para Disney (La jefa) y otra con Celeste Cid y Germán Palacios. "Ya hice largo proceso para ahora bancarme el trabajo televisivo. Antes no lo hubiera soportado, no estaba preparado. Hice terapia mucho tiempo".
Con la obra infantil Historia de un pequeño hombrecito, por ejemplo, hizo más de 70 funciones en España pueblo a pueblo, y con una pieza de su autoría, Cosas de payasos, fue ovacionado en Kuala Lumpur, Malasia.
"Yo no hablo inglés y en aquella gira que incluyó Singapur me pasó algo gracioso", se tienta. "Allá hablan chino mandarín y un inglés con acento chino. Recuerdo ir a desayunar y que me preguntaran 'cofee or tea' y le contesté porque entendía. Pero después la pregunta era "¿Oranyú-a-peyú?". Salí a la calle para ver si había alguna persona que pudiera ayudarme, pero la calle estaba vacía. Recién cuando vi una imagen entendí: Orange Juice or Apple juice... Jugo de naranja o manzana".

Padre de Lucio y Ramiro, incondicional del dramaturgo Mauricio Kartún (a quien acompañó por más de una década en la obra Terrenal), se planta sobre la supuesta politización que instaló en los últimos días El eternauta.
"Me parece una estupidez. Esto es ciencia ficción, una invasión extraterrestre, cascarudos que convierten en hombres robot a la gente. No veo la grieta por ningún lado. El lema de que nadie se salva solo tiene que ver con los seres humanos que desde que nacemos no sobrevivimos solos. Necesitamos estar en comunidad, no importa la ideología. Si cada uno quiere llevarse algo para su molino, que se lo lleve".
-Ahora que estás viviendo nuevamente una fama efímera: ¿Te interesaría ser más popular?
-Que sea lo que tenga que ser. Que suceda. O sea: yo no voy a intentar que sucedar, yo voy a trabajar y si pasa es como el amor, no vas a forzar que suceda una relación. Actuar es una sensación a la que no puedo poner palabras. A mí el aplauso no me interesa mucho, me interesa la sensación.
-Raro escuchar a un actor decir que el aplauso no es de su interés...
-Que te aplaudan no es tan importante. Para mí lo más importante es estar arriba del escenario y el momento en que suceden las cosas. Con que suceda yo ya estoy pagado. Por ejemplo: si salgo del teatro y no hay nadie esperando en la calle, me voy a casa igual de feliz.

-Sos un buen actor secundario y parece que a tu ego eso no le molesta...
-Si elijo un proyecto propio, hago lo que quiero hacer y me pongo como principal. Pero si me llaman, a donde crean que debo estar, para mí está bien. Si me convocan es porque el otro vio algo en mí que necesita para su proyecto. Y si me cuaja, perfecto. Una vez le escuché decir algo a Darío Grandinetti que me gustó mucho: "Ni el éxito ni el fracaso me corresponden. Solamente soy un actor que hizo un aporte a la película. Sí es un éxito, no es por mí y si es un fracaso tampoco es culpa mía".
-Sos de los pocos actores que no se ponen en un lugar sagrado casi de quien consigue la cura a una enfermedad...
-No somos tan importantes, pertenecemos al rubro del espectáculo. Hay que minimizarlo. Yo me muevo sabiendo que soy solamente un engranaje de algo más grande.
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