Casi en la esquina de Cucha Cucha y Batall del Pari, entre Paternal y el borde difuso con Villa Crespo, abrió sus puertas Cucha del Pari. El nombre juega con las calles que lo alojan y ya desde ahí marca una intención: la de no tomarse demasiado en serio, pero hacer todo con convicción. Es un espacio sin poses, donde se come bien y se escucha mejor. La música suena como debe sonar, y la comida llega a la mesa sin vueltas, pero con todo el sabor del mundo.
El lugar no exige ni impresiona con artificios, pero igual sorprende. Es simple, sí, pero sólido: tiene una idea clara y la ejecuta con criterio. Acá las premisas no son solo slogans: buen producto, buena comida y buena música, en ese orden o en el que prefieras, se cumplen con creces. Es un espacio que seduce sin buscarlo, pensado para los que disfrutan sin tanta vuelta.
Detrás del proyecto está José Juarroz, que pasó de hacer charcutería artesanal en su centro de elaboración a poner unos tablones en la vereda por pedido popular: sus clientes querían sentarse a comer sus especialidades ahí mismo. Lo que empezó como una solución improvisada, derivó en este restaurante donde cada plato está pensado al detalle. La estrella de la casa es un pancho, sí, un pancho, pero cuidado: pan y salchicha se combinan con ingredientes tan bien elegidos y tan cuidadosamente tratados que cada mordida se vuelve un hit. ¿Primera cita? Este es el lugar. Pero ojo, que las condiciones están dadas para que el flechazo sea irreversible.
Cómo es y qué se come en Cucha del Pari
Cuesta un poco identificar el lugar. No hay toldos, ni carteles, ni luces de neón que indiquen que allí funciona un restaurante. Un frente blanco, una puerta y una ventana pequeña apenas anticipan lo que sucede adentro.
Hace solo dos meses este espacio se dio a conocer como restaurante. “Esta era mi cocina de producción”, cuenta José Juarroz, cocinero y charcutero que dejó su carrera en Ciencias Económicas, a punto de recibirse, para dedicarse a su verdadera pasión. “Fueron casi tres años de cocina acá”.

Dependiendo del mes, abría una o dos veces: “Lo que empezó a pasar es que cada vez que abría —si bien yo hacía muchos eventos también en otros restaurantes— notaba que la gente quería esto. La cantidad de gente que venía y la respuesta que había era muy buena”, recuerda.
“Desarmábamos la mesa de producción y con bancos y cosas que nos daban los vecinos armábamos en la vereda”, cuenta. Así de rústica era la propuesta, tanto que le decían “rancheada”. “Estaba muy enfocado a lo que era el producto. Básicamente, eran cuatro o cinco opciones muy bien hechas, que tratábamos de sacar lo más rápido posible”.
Con esa respuesta tan clara, José se propuso buscar un local. Lo encontró: una ex peluquería que había tenido su esplendor en los 80 y que mantenía su estética original, algo que lo atrajo de inmediato. Entonces apareció Pedro, un amigo de años, que se entusiasmó con el lugar y le propuso asociarse: “O lo hacés vos o lo hago yo”, lo apuró. Así nació la sociedad. Sin embargo, el plan quedó en pausa cuando no pudieron concretar la compra.

Pedro ya tenía un primer acercamiento al mundo gastronómico: había trabajado en una escuela de cocina. “Mi rol tenía que ver con la inserción laboral de los alumnos. Por lo tanto, ya tenía o con empresas y cocineros”, explica. También venía fascinado con un concepto japonés que había descubierto por redes: los jazz kissa, bares donde la experiencia pasa por escuchar música de alta fidelidad, con una curaduría exquisita de vinilos y sonido.
Le mostró la propuesta a José, pero adaptada a la idiosincrasia local. “En Japón la gente escucha música en silencio, cosa que los argentinos no podemos hacer nunca. Siempre queremos meter un bocado”, bromea.
“Tenemos una mezcla de audio vintage con audio contemporáneo”, describe Pedro. Los parlantes son lo primero que llama la atención al entrar: enormes, imponentes. “Son componentes que se usaban en sonido profesional, pensados para teatros o cines”. Ese sonido se controla con un crossover diseñado a medida.

“Lo diseñó una persona especializada para estos parlantes. Por eso suena tan natural, tan equilibrado”. El tocadiscos es una Technics 1200, “desde 1978 hasta hoy es el estándar de los DJs”. El mixer es un rotary mixer importado de Suiza: “una pieza muy boutique”, dice Pedro con una sonrisa de orgullo.

Todos los días hay DJs o selectores pasando música en vivo. Y sí: el sonido es tan limpio que parece que una banda estuviera tocando ahí mismo. La escena sonora es impresionante.
Fue la hermana de Pedro quien los despertó del letargo y les propuso a José y a Pedro mudar la cocina de producción al local de Batalla del Pari al 900. Después de ocho meses de obra, el 15 de febrero abrieron como restaurante.

“Las dos premisas que manejamos son la gastronomía que yo ya venía haciendo: simple, a buen precio pero con carácter. Y la parte de sonido con DJs y selectores que Pedro fue sumando”, dice José.
“La estrella es el pancho”, lanza. “Trato de hacer lo más parecido a un pancho de subte”. Pan tipo brioche —hecho por ellos—, salchichas de Viena también caseras, dos salsas (dijonesa y ketchup con curry) y papas pay. Simple, pero con una ejecución precisa que revaloriza sabores conocidos. El pan, súper tierno, desaparece al morderlo. La salchicha, robusta y sabrosa, es la protagonista. Las salsas acompañan sin tapar y las papas pay aportan el crujiente ideal. Cuesta $ 10.500.

Cuando se le pregunta a José qué recomienda, sugiere la lechuga, y el escepticismo aparece. Pero cuando llega a la mesa —media lechuga capuccina con aliño de wasabi y cebolla crispy—, las dudas se disipan. Sorprende la mezcla de texturas, el frescor y el picante. Sale $ 7.500.
Otra opción contundente son los arayes de cordero: pan pita relleno de carne especiada, servido sobre yogur casero con eneldo ($ 16.500). Aunque se trata de “platitos”, las porciones son generosas. Con tres platos entre dos, se come muy bien.

También hay una mini tablita de charcutería con porchetta, mortadela con nueces pecanas, leberwurst y lomito cocido ($ 12.500) y además, opciones vegetarianas: hongos escabechados al limón ($ 10.500) y berenjena ahumada bien picante ($ 9.500).
El postre es helado soft casero, de banana, chocolate o mixto, como en McDonald’s. Pero mejor.
Y así, entre vinilos, panchos gourmet y lechugas que sorprenden, este restaurante sin cartel ni estridencias se gana un lugar en la escena porteña a fuerza de sabor, calidez y mucha personalidad. Porque si hay algo que sabemos hacer los argentinos, además de opinar de todo, es detectar cuando algo está bien hecho. Y esto, definitivamente, lo está.
Cucha del Pari. Batalla del Parí 916. Paternal. Abierto de martes a sábados de 18.30 a 1. IG: @cuchadelpari
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