Angueto, su inseparable gato, aún lo mira con recelo, a distancia, cree que su dueño lo abandonó y regresó nueve meses después porque quiso.
Pero Roly Serrano tuvo un duro accidente de auto en marzo de 2024 al quedarse dormido mientras manejaba de Córdoba a Buenos Aires, llegó a estar dos meses inconsciente y recién en diciembre pasado volvió a su hogar.
Todavía queda un cartel en el living que dice “Bienvenido” que le hicieron sus hermanas y en el pasillo del PH, donde habita en La Boca, continúa impregnada la alegría de sus vecinos.

Dicen que todo era globos y aplausos. Pero Angueto no cree en esa historia, no puede comprenderla. Tal vez no la acepta.
Reconocido por sus actuaciones en exitosas series como El Marginal y Tumberos, por la película Juventud, del italiano Paolo Sorrentino (donde interpreta a Maradona) o por obras como Burundanga y Casa Valentina, entre tantas, Roly espera ahora recuperarse y volver a trabajar.

Tiene en carpeta la propuesta de hacer Yepeto en teatro, dirigido por Nicolás Cabré, y una miniserie basada en la película Capitán Menganno, con Gabriel Goity, su amigo.
-¿Cómo fue volver de ese otro mundo, la larga internación que tuviste?
-Es un mundo raro el de la internación, muy especial. Primero, cuando estuve en terapia intensiva, no viví nada, me la pasé dormido y casi incomunicado. Cuando pasé a la sala fue otra cosa, vino más gente, tenía actividades... Cuando yo te digo que es un mundo especial, es porque estás desligado absoluto de responsabilidades, no las tenés.
-Tenés que entregarte…
-Te entregás y dejás que hagan todo bien: te limpian, te cuidan, te dan de comer, te traen pastillas, te resuelven absolutamente todo. Entonces vos lo que tenés que hacer es relajar y hacer caso. Yo, inclusive, hasta he llegado a pelearme con la directora de una de las clínicas… Era como que llegó un momento en el que yo dije “bueno, basta”, porque todo era no, no, no. Tenía que ver con algunas cosas que me parecieron excesivas, pero que en general, objetivamente, se debían al estricto cuidado.
-Pensaba en todo esto del no, de no aceptar el control, como si fuera la vida carcelaria que retrataste en varios de tus personajes…
-Sí, yo creo que cierta rebeldía personal tiene que ver con el no, desde niño, desde chiquito. Yo no me crié con mi papá sino con unos tíos. Estuve con mi papá hasta los siete años. Después con unos tíos y tenía que hacer lo que ellos decían y viví con ellos hasta los 13. Y ahí me escapé y empecé a estar solo en la calle, que también es un constante no. Sos un paria que anda. A pesar de que tenés toda la libertad, no podés entrar a determinados lugares ni comer lo que querés, no te podés acercar a las personas porque te miran con miedo. Entonces, yo me reconozco un rebelde absoluto cada vez que escucho la palabra no. Se me negativizó al punto de decir: ¿no tengo que comer tanto porque me hace mal? Bueno, yo como más. Lo mismo con el cigarrillo… ¿No puedo fumar? Okey, lo hago igual...
-Claro, como una rebeldía a la puesta de límites.
-Absolutamente, sí, una rebeldía tremenda. Agradezco haber puesto toda esa fuerza en lo creativo, donde no existe límite. Sí, hay un límite, por supuesto, pero nadie te dice, no, no lo hagas, no lo pienses, no lo sientas. Sentilo, andá, viví la experiencia, pase lo que pase.
-Conociendo tu historia, vos no tuviste a quienes tenían que, naturalmente, darte los límites de la mejor forma posible, como pueden ser los padres…
-Mamá no tuve, entonces buscaba a la madre de algún amigo y la elegía. Siempre estaba en la búsqueda del afecto, del límite que alguien me pusiera. Creo que toda esa rebeldía se transformó después, con el tiempo, hasta en lo ideológico, en lo político, en lo cultural...
-¿Te reencontraste con tus padres biológicos?
-A mi mamá no la conocí hasta los últimos años de su vida, hace unos quince años atrás, y luego falleció. Estos tíos nefastos que me criaron de chico me habían dicho que yo no tenía mamá. Mi papá nunca se pudo hacer cargo, era de campo y sintió que lo que nos daba era poco y le pidió a su hermana melliza que nos criara a mis hermanas y a mí. Nunca nos faltó comida y educación, pero el maltrato fue tan tremendo que me tuve que ir a la calle, solo, a los 13. Me reencontré con mi papá mucho después. Me recibió en su casa, pero no se hizo cargo como padre; éramos como dos amigos que vivíamos juntos. Y a los 18 años entré en la colimba.
-¿Y cómo te sentiste con la rigidez militar? ¿Cómo jugó con la necesidad de tener una estructura en tu vida?
-La colimba me hizo bien. Yo estaba en bolas y sin documentos, andaba boyando por ahí. Incluso salí del servicio militar y quise estudiar, terminé la secundaria, intenté la universidad, encontré el teatro. Tuve excelentes compañeros, de los cuales muchos se volvieron amigos. Es como que el sentido de la familiaridad me empieza a nacer ahí.

-Y vos venías de la calle, de una adolescencia sin rumbo…
-Absolutamente, sí, sí... En el servicio militar vuelvo a vivir lo mismo que con mis tíos, pero yo ya no estaba solo. Era toda una camaradería. Y, a esa altura de mi vida, a esa edad, también ya entendía que era algo para mí mejor, que no podía seguir viviendo como estaba viviendo. Después se han hecho atrocidades, ¿no? Pensá que yo ingresé dos semanas antes del golpe del 76. Viendo todo lo que vi después, me afilié al Partido Comunista sin saber lo que era. Y empecé a militar en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.
-En esa época, ¿cuáles eran tus sueños?
-(Suspira unos segundos y piensa) Uff… Quizás, mis sueños en esa época... tenían más que ver con la supervivencia. Con sobrevivir a algo que yo sentía que no estaba bien, ¿no? No me veía una persona con futuro.
-Claro, es que tu vida había sido siempre sobrevivir…
-Sí, una constante, ¿no? La supervivencia. Yo siempre sentía esa cuestión de no saber hasta cuándo... Las pérdidas fueron una constante en mi vida. Entonces, es como que siempre hacía las cosas sabiendo que las iba a perder. Y eso me impedía vivir relajado. Me impedía algo fundamental, que era lograr tener algo que yo no había tenido, que era una familia. Porque además de no haber crecido con padres y del maltrato de mis tíos, mi abuela tampoco me quiso recibir.
-¿Cuál es la pérdida que quisieras recuperar?
-La de Claudia (su ex mujer). Con ella empecé a vivir distinto. Inclusive crecí como persona, como profesional. Fueron todos momentos muy especiales. Viví y descubrí que podía vivir. Descubrí cosas que no sabía, ¿no? Cómo es el entregarse... Reconozco que a mis parejas anteriores las había engañado, pero porque había algo que no generaba un compromiso absoluto. Porque el compromiso siempre trae miedo. Si me entrego demasiado, después pierdo y sufro. Y yo no quería sufrir más. Y ahí descubrí que podía haber algo distinto.
-¿Y con ella pudiste armar un nido, algo que no habías tenido?
-Armar una familia, sí. Esta casa es producto de eso, de una familia que armamos hasta que falleció.
-¿Te volviste a enamorar?
-No.
-¿Te gustaría?
-Sí, por supuesto que sí. Porque conocí el amor y sé lo que es. Seguramente va a ser distinto, yo soy más grande, más adulto. Aunque sea que me muera pasado mañana, me gustaría morirme enamorado. Es un estado maravilloso, único.
-Y tuviste un acto de amor adoptando al hijo de Claudia…
-Sí, es algo muy especial. Cuando fallece la mamá, él decide quedarse conmigo y no con su padre. Por primera vez sentí esa sensación de responsabilidad absoluta hacia un niño que me dejó la madre. Antes de morir, me dijo: “Pasé los veinte mejores años de mi vida al lado tuyo, te dejo mi hijo, Dante, que sé que lo vas a cuidar como a nadie”. Fue como una misión… Y justo ahora estoy con ese tema de las misiones…

-¿Qué te pasa con la misión?
-Por algo me pasan las cosas (hace una pausa)... Yo tuve un accidente de paracaidismo, otro de auto donde falleció una persona que me venía acompañando. Y después este otro que tuve el año pasado…
-¿Vos ya habías tenido un accidente anterior manejando?
-Sí, en ese falleció Malena, con quien estaba intentando una relación. Una chica de Rosario, psicóloga y actriz. Volvíamos de un festival de Córdoba y yo tuve el accidente en el camino.
-Córdoba parece un lugar...
-(Interrumpe) Sí. Ese fue en Campana, viniendo de Córdoba (se queda pensando)... ¿Sabés que es la primera vez que hablo de esto? Y es la primera vez que relaciono un viaje con el otro. Mirá vos, qué loco. Hasta ahora nunca había relacionado… Uno fue en Campana y el otro en Baradero, bastante cerca.
-¿Te cayó alguna ficha poderosa de todo esto que viviste?¿Aprendiste?
-Sí, es el comienzo de algo. Porque a partir de ahora tengo que tomar conciencia, ya está. ¿Por qué estoy acá? ¿Qué me pasó? Bueno, entonces tengo que cambiarlo. Y el proceso es el comienzo de ese cambio. Es una lucha diaria cuando tengo ganas de fumar y no debo hacerlo, o cuando tengo hambre y no debo comer. Soy consciente de que estoy en este proceso.

-Te estás preguntando el para qué…
-Exacto. Hoy disfruto de estar con vida. Me cuido para durar un poco más, para poder seguir haciendo mis trabajos y lo que amo. ¿O le doy un sentido? Un sentido que quizás estaba latente, pero nunca lo empecé a ver desde ese punto de vista. Por ejemplo, me doy cuenta de cómo me quiere la gente, al igual que los periodistas. ¿Por qué pasan esas cosas? ¿Qué? ¿Doy plata? ¿Qué reparto?
-¿No te sentías querido antes?
-Sí, sí, pero no en la magnitud de ahora. Gente que me dice que tengo mucho para dar…
-¿Qué sentís que tenés para dar?
-No sé, no me siento un mesías... Es simplemente ponerme a trabajar en comedores vecinales del barrio, ¿me entendés? De pronto, cocinar todos los días para esta gente que no tiene para morfar. Por ahí es eso...
-¿Cómo te llevas con la lentitud de este proceso? No podés exigirle a tu cuerpo algo que hoy no puede darte…
-Me quiero comer los codos, porque yo ya me siento bien, pero no estoy bien. Entonces, por un lado, el cuerpo no me responde como me respondía... Ya estaba dejándome de responder el último tiempo por el exceso de peso. Había una cosa sedentaria en mí. Y actualmente tengo ganas de caminar, quiero correr y no, no puedo, recién mis músculos están recuperándose (hace un silencio)... Yo me di de alta en la clínica porque los médicos no querían. La psicóloga me dijo que mi cabeza necesitaba el alta. Yo estaba por explotar en la clínica. Me quería ir ya y me fui.
-Y ahí el rebelde, otra vez…
-Y ahí, un poquito, el rebelde… Ya llevaba nueve meses, Me dieron el alta bajo mi responsabilidad, fue un alta domiciliaria. Viene a casa mi enfermera todos los días a la mañana a curarme las escaras que se me hicieron de la época de terapia. Estoy en plena rehabilitación.
-¿Tuviste miedo a la muerte?
-No, en ningún momento. Pero en ningún momento. Siempre fui un temerario en muchas cosas. Bueno, hice paracaidismo, hice andinismo, corrí en moto, en auto...
-O sea que siempre en el límite...
-Siempre viví en el límite y un poquito más para arriba.
-¿Te tienta el peligro?
-Siempre, siempre. Quizás de más adulto, no tanto. Sobre todo cuando casi me fui… A ver, ¿qué no hice? Pero la muerte no me daba temor.
-Horas antes de este último accidente, vos venías de hacer tu unipersonal Rolando, en Córdoba. ¿De qué hablabas?
-Fue una premonición de lo que pasó después, ¿sabés? Porque, en la obra, yo estaba en una silla de ruedas, en una clínica. Hablaba de mí, de mis temas, de que me decían que me cuidara, que no fumara, que no comiera tanto, vas a explotar, que esto, que lo otro. Y yo hacía una catarsis. Decía: “Loco, párenla, yo quiero vivir”. Y yo quiero vivir, amo la vida, pero quiero vivir a lo ancho. Vivir, conocer, saber cómo es (se toma unos segundos)... A mí nunca me contaron cómo era una droga. Yo la probé.
-En relación a lo que estás contando: ¿te autocastigaste tanto que hasta pensaste en irte de este mundo?
-Sí, pero producto del dolor de la pérdida de Claudia. Cuando le dieron el diagnóstico, lloraba mucho. Y sentí mucho dolor, otra vez la pérdida. Y dije: “No doy más”. Salí a la calle. Caminé seis cuadras hasta la dársena. Y no lo pude hacer, no lo hice. Y lo empecé a hacer de otra manera. Ahí fue que empecé a comer, a engordar, a fumar. Una bestia. Entonces, ese dolor de la pérdida hizo que yo intentara matarme. Pero no lo logré. Y empecé a hacerlo de otra manera.
-Con todo este tiempo sin trabajar, ¿cómo estás con tu economía?
-Obviamente, después de un año sin laburo, comiéndome los ahorros, ya estoy casi al borde y recién estoy viendo la posibilidad de trabajar, tener ingresos. Tengo la jubilación mínima, que se me va en una compra en un supermercado. Ojalá que mis ingresos se equilibren un poco.
-¿Hacés algún tipo de proceso psicoterapéutico?
-Sí, sí, ya había tenido experiencias en terapia. A mí siempre me fue bien en esos espacios. Soy un buen paciente. Escucho mucho lo que me dicen y digo mucho. No me guardo nada. Será también que, quizás, mi profesión me ayudó mucho a eso, soltar, sacar, yo sé que se limpia. Como que no me guardo nada.
-¿Qué resonancias o aprendizajes están saliendo a luz en tu espacio terapéutico?
-Justamente, hablaba en mi terapia de que me estoy sintiendo más iracundo y yo no lo era, de ninguna manera. Yo era un tipo muy, muy pacificador, muy tranquilo, relajado. Y si veía que algún lugar era nocivo, me retiraba, me corría. Esta fue mi forma de no confrontar. Me dicen que estoy todavía enojado con mi cuerpo que no me responde como quisiera.
-A lo mejor, también estás atravesando una etapa de duelo por el Roly que fue y por el que nació de nuevo.
-Yo lo viví así con Claudia, clarísimo. Lo primero fue el dolor de la pérdida. Pero era tremendo y ahí es donde me quise tirar y todas esas historias. Lo segundo, se empezó a transformar en enojo con esto de que me dejó, me abandonó como me abandonaron siempre. Y después, al final, la cuestión está en decir, bueno, tuve el honor de acompañar a este ser maravilloso en los últimos días de su vida. Fui un privilegiado.
-Para dentro de muchísimo tiempo: ¿cómo te gustaría que te recordaran?
-(Ríe) No sé, simplemente que me recuerden. (Piensa) Siempre me acuerdo de Alfredo Alcón: un día estaba con él y un asistente le trajo una revista donde él estaba en la tapa. Ni siquiera la abrió. Yo le digo: “Alfredo, ¿qué se siente salir en una tapa?” Y él me dijo: “¿Sabés qué, hijo? Las fotos se ponen amarillas, pero el afecto y el respeto duran toda la vida. Está bueno. Vamos por esa”, me dice. Yo quiero eso, como cuando veo que se recuerda con amor, con afecto, a alguien que ya no está.
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