El testamento se perdió, lo perdieron o nunca existió. La fortuna que dejó el terrateniente y político cordobés Juan Feliciano Manubens Calvet (1904-1981) se convirtió en una de las más codiciadas de la Argentina. El valor de sus campos, estancias y propiedades desparramadas por cuatro provincias fue calculado, con cotizaciones de 2017, en 225 millones de dólares. Y recién ahora, 40 años después de su muerte, la herencia se comenzó a repartir.
En esos años ocurrieron situaciones propias de una serie. Disputas familiares, denuncias, celos, deslealtades, dinastía dispersa, sucesión estancada, la aparición de una mujer y de un hombre que afirmaban ser hijos del hacendado.
Nadie preguntó demasiado sobre el origen de esa montaña de plata construida por un hombre que vendía leña de quebracho y algarrobo, instaló un almacén de ramos generales, compró máquinas agrícolas y tierras para el ganado y llegó a tener tantas vacas que no podía contarlas porque, cuando empezaba campo por campo y completaba la vuelta, ya habían nacido decenas de terneros otra vez.

Su tesoro se multiplicaba. Como sus latifundios. Y las habladurías sobre sus vínculos. “Se le acusaba de mantener a sus peones en unas condiciones cercanas a la esclavitud”, escribió el diario El País de Madrid el 28 de julio pasado.
El dinero y la territorialidad lo acercaron al poder: Manubens Calvet fue dirigente del radicalismo cordobés, diputado provincial y dos veces intendente de Villa Dolores. Impulsó la construcción del dique La Viña, con el que cambió la historia del Valle de Traslasierra. Nunca se casó. Nunca reconoció descendencia, al menos en público.
Por el elenco de este novelón pasaron personajes increíbles como el dictador paraguayo Alfredo Stroessner, quien acompañó el reclamo de esa mujer llamada Dolores que juraba ser hija del hacendado, pero mentía; la actriz Isabel Sarli, que tuvo la idea de filmar una película sobre el caso; y hasta el honesto dirigente Lisandro de la Torre, porque figuraba en la escritura de uno de los sitios en disputa, la Estancia Pinas.
Tiene razón, las cotizaciones variaron. “No puedo dar detalles porque firmamos ese pacto de confidencialidad en el juzgado civil y somos muy respetuosos de lo acordado, pero sí puedo decir que la suma que recibirá es sustancialmente menor. No tiene punto de comparación con la suma que figura en la resolución. Es sustancialmente menos de la mitad”, asegura la abogada Vanesa Escalante Paz, apoderada de Manuel Manubens Calvet.
“Sustancialmente menos de la mitad” de 7.950.000 millones de dólares, habla de una suma más cercana a los tres millones que a los cuatro millones de dólares. Medios cordobeses estiman que se trata del ocho por ciento (8%) de la fortuna de Manubens Calvet.
Volvamos al comienzo de la historia, don Manuel, ¿Qué sabe de su infancia?
Que yo nací en una estancia llamada Santo Domingo, en los Esteros del Iberá. Y que mi papá iba en avioneta a visitar amigos y se encontraba con mi madre, Julia Valenzuela, que trabajaba allí. Ella era una mujer muy hermosa, con buena figura, muy dedicada y vergonzosa, porque hablaba guaraní y le costaba pronunciar las palabras del castellano. Luego me crió mi abuela, Ramona Maidana, porque mi madre tenía que seguir trabajando. Digo “abuela” y me vuelve el sabor del chipa guazú. ¡Tan rico le salía ese pastel de choclo! Vivió hasta los 100 años. De grande fui a conocer ese lugar y con esto de la herencia tuve la fantasía de comprar la estancia, pero me parece que me avanzaron y me ganaron de mano.

¿Qué le dijeron de su papá?
Como todo chico, yo quería saber quién era, preguntaba a los mayores. Algunos me guiaban bien; otros me macaneaban. Mamá tomaba su mate amargo y yo la acosaba a preguntas, pero ella me decía que me quedara tranquilo, que algún día mis preguntas iban a quedar respondidas. Me acuerdo bien que a los 13 años empecé a deambular por la zona rural de Corrientes para conocer mi origen.
¿Adónde lo llevó esa curiosidad?
A respuestas inciertas, confusas. Pese a dificultades de los primeros años, pude educarme. Tiempo después, en el Instituto Montoya, aproveché un curso especial que daban de locución y descubrí que me gustaba ese trabajo y que la radio era apasionante. Por eso me fui a trabajar al punto más oriental de la Argentina continental, a la emisora de Bernardo de Irigoyen, una ciudad que queda donde termina el país, en la frontera seca con Brasil. Tuve programas de música del Litoral, chamamé, pasé lindos años, tengo las bandejas todavía, creo que algún día voy a volver.
¿Quién lo ayudó?
Mi familia. Tuve cuatro hijos, Luis, Ricardo, Gisela y Juanita Elizabeth, ella falleció, pobrecita. Y tengo nueve nietos hermosos. Ejercí influencias para que uno, de 10 años, se llame Juan Feliciano Manubens Calvet, como mi papá. Creo también que algún ser superior me guió. Soy muy devoto de San Miguel Arcángel, el santo patrono contra Satanás, tengo su estampita donde lo domina bajo sus pies y le apunta con la espada. Le cumplo mis promesas siempre que le agradezco.

¿Es cierto que Isabel Sarli quiso conocerlo?
Sí, me reuní con ella y almorzamos en un comedor de la ciudad de Corrientes, porque traía la idea de hacer una película sobre mi historia. Al final, el proyecto se diluyó, pero era una propuesta seria, ¡si hasta vino con Cristina Alberó! (Viva chequeó la respuesta con la actriz Cristina Alberó: “Sí, es cierto, en ese viaje, donde estaban Miguel Core e Isabel Sarli, se habló de la posibilidad de filmar la vida de ese interesante personaje”.)
¿Ya empezó con los trámites de la herencia?
Tengo que ir a Córdoba, pero por la pandemia está difícil viajar. Además, soy persona de riesgo, porque tengo EPOC. Pero lo bueno es que gracias al doctor Rosendo Montero, mi abogado en lo penal, ya estoy sobreseído de todo lo que me acusaban y, gracias a los pasos que dimos, puedo usar el apellido Manubens Calvet y mi DNI, lo tomo como una dignificación. (Queda abierta una causa en Córdoba que se resolvería en breve en virtud de lo pactado con los descendientes.)
Don Manuel quedó afuera de las “cinco estirpes” familiares que se repartieron el 34 por ciento de la herencia. El 40 por ciento fue para acreedores y abogados. Y el 26 por ciento restante para los “acreedores contingentes”, entre los que figura el protagonista de esta nota y los descendientes de Margarita Woodhouse, la última pareja del multimillonario, que por apoyar a Manuel sufrió un desarraigo y murió en la pobreza, cuidada por Manuel.

Su casa es modesta, especial para la escritura de un libro que tiene pendiente. Quiere también dejar su testimonio filmado, para los alumnos del Instituto Montoya y estudiantes de Derecho que no sepan qué hacer ante la maraña de intereses que se ponen en juego cuando hay dinero en el medio.
El que desató el nudo de esta historia fue el juez de primera instancia en lo civil Carlos Bustos, que aprovechó el recambio generacional para acercar voluntades y procurar el consenso “unánime” de los actores para lograr la partición y adjudicación de los bienes que dejó Manubens Calvet. Los peritos tasadores y liquidadores tuvieron que rastrear información y diseñar una suerte de mapa del tesoro.
Manuel esperó la resolución del caso en Villa Cabello, un barrio satélite de Posadas que se fundó en la década del ‘70 gracias a la venta de mechones rubios en Alemania, por parte de mujeres que colaboraban con un sacerdote con visión social llamado Juan Markievicz.
Ahora podría vivir en Manhattan, pero la tierra colorada y su historia personal lo atrapan.
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