A la fascinación por el personaje de la mona Chita que el consagrado artista argentino Edgardo Giménez tuvo desde que era un niño -y que luego reinterpretó en los dibujos que hizo en los años ‘60- ahora se suma la exhaustiva exploración digital, devenida en criaturas ultra glamorosas y con una gracia única, rasgo indiscutido de sus obras pop.

Fancy Monas es el nombre del proyecto que fusiona arte, archivo y tecnología para gestionar 1.942 piezas diferentes, juntamente con Beyond Art Group (BAG). Veinticinco de esas creaciones en colores vibrantes se pueden ver hasta el 22 de mayo en MC Galería de Arte. A su vez, las ya célebres monas, y otros animales del universo pergeñado por el artista, son los protagonistas de la colaboración que lanzó con la marca de moda Jazmín Chebar.
En esta aventura vestimentaria, se incluyen más de 60 referencias, en cuero, denim y tejidos, que toman forma de pantalones, buzos y remeras, entre otros. Se sabe que ambos -tanto el prolífico creador, como la firma de indumentaria liderada por la diseñadora- coinciden en la búsqueda de excelencia en el saber hacer y la audacia creativa.

“Soy un artista todoterreno”, reconoce Giménez. “Paso de una cosa a la otra, y eso es lo que más me fascina”, profundiza, a los 82 años -en diálogo con Viva- mientras revisita algunas de las instantáneas que transcurrieron durante más de seis décadas de trayectoria.
No solo tuvo un destacado rol en la gráfica publicitaria, sino que fue una figura insoslayable en el tándem explosivo del Instituto Di Tella. Además de los trabajos para cine y arquitectura, museos de la talla del MoMA y el Metropolitano de Nueva York, poseen obras de su autoría.

Después de probar tantos soportes, ¿qué le interesó del digital?
-Me interesó poder cambiar tantas veces. Pero, después del trabajo de la Inteligencia Artificial, hice una revisada.
¿Revisó una por una, las 1.942?
-Sí, porque soy perfeccionista, entonces me gusta estar contento con lo que estoy ofreciendo. Primero, necesito aprobar yo.
¿Son monas inspiradas en mujeres que ira?
-Sí, hay una sexy que está inspirada en Mae West, a quien iré muchísimo. Fue una persona que vivió todo el tiempo divirtiéndose con ella misma.

Sin ponerse nostálgico, ¿qué da y qué quita la tecnología?
-Me ayuda a concretar más rápido y perfecto. Estoy agradecido por eso. Soy de cuando no existían las computadoras: todo tenía que ser a mano. Me vino bien aprender eso y que todas las cosas que se promocionan tienen un éxito asegurado.
¿Cómo fue el ida y vuelta para desarrollar la colección con Jazmín Chebar?
-Me interesó que las cosas están bien hechas. Jazmín tiene ese respeto, por eso me gustó. Tuvimos varias reuniones. Las cosas que proponía, después ella las veía con su equipo. Así nació esta historia. No imaginé nunca que iba a tener tanto éxito y tan rápido.
Las monas que aparecen en la colección las había hecho en los años ‘60 y ahora volvieron a la ropa. ¿Lo hubiese imaginado?
-Ocurrió porque cuando tenía 7 años fui con mi madre a ver la película Tarzán y la fuente mágica. Las mujeres que tomaban de esa fuente se mantenían siempre jóvenes. Eso me impactó de manera impresionante. Y la mona Chita, me hacía mucha gracia. Ahí empezó el asunto de las monas.

Luego las volvió pop, les dio glamour, algunas tienen fascinators, otras peinados afro…
-Sí, son todas distintas, las 1.942. El número es por el año de mi nacimiento. Cumplo 83 en octubre, soy de Libra con ascendente en Piscis.
Pensando en su relación con la moda, ¿qué representó el viaje que hizo a Nueva York en los años ‘70?
-Fue un viaje vital, porque, bueno, Nueva York, aunque hubiese estado parado mirando lo que pasaba en una esquina, ya lo tenía justificado. Era genial todo lo que pasaba ahí; la conducta de la gente, las grandes tiendas, los museos que son formidables. Nunca pensé que iba a ver obra mía en el MoMA y en el Metropolitan. Miraba todo eso, pero no asociándolo con mi persona.

De esa idea aspiracional, ¿qué recuerda de la ropa?
-Estuve en una fiesta de hippies en el Central Park, ahí pasaba de todo, vi cantidades de cosas. Ese fue un detonante en mí. Me encantó ver esa libertad.
Acá estábamos en una época complicada, en dictadura…
-Sí, me acuerdo de estar en la puerta del Di Tella y que me llevaran por averiguación de antecedentes. Era una cosa horrible, injusta, y avasallando nuestra libertad. Allá era lo opuesto, estaba como en una especie de paraíso, ahí también aprendí la manera.
Es uno de los artistas de su generación que tuvo más obras expuestas en la calle: los afiches, por ejemplo. Ahora va a pasar eso con su ropa, ¿qué expectativa tiene?
-Me encanta. Y respecto de los afiches, cuando estaba Kive Staiff en el teatro San Martín fui a hacer el cambio de imagen. Era muy estimulante. Había gente que inclusive no iba al teatro, compraba el afiche y se iba. Eso desde muy chico: siempre me gustó gustar.

Jorge Romero Brest, director del Di Tella, fue uno de los que insistió con la idea del arte para usar. Salvando las distancias, ¿ahora también lo está haciendo?
-Sí, el arte se puede filtrar por todos lados. No es solamente hacer una pintura, una escultura o una instalación. Igual, no creo que todo lo que se ve es arte, como cuando en una inauguración, hay gente de espaldas a la obra y está hablando de cualquier verdura. El verdadero arte es el que no te deja ileso. Si en un lugar hay una cosa que se supone que es importante y la gente considera que no, eso es un símbolo de que no es arte.
Volviendo a la vestimenta, también vendió ropa en “La oveja boba” y en “La mordedura tierna”.
-Sí, “La oveja boba” quedaba en la calle Rodríguez Peña, entre Santa Fe y Charcas, ahí Nacha Guevara se compró una especie de túnica que había hecho. Y “La mordedura tierna” estaba en mi casa, en Olivos, era un espacio construido en el fondo para vender mis cosas. Siempre me gustó incursionar en todos los lugares donde podía expresarme.

No es tan común que los artistas armen estructuras comerciales. ¿Era atrevido en ese sentido?
-No me daba cuenta que era tan atrevido (risas), lo vivía con naturalidad. Era imparable, feliz haciendo. Nunca dejo de sintonizar la creatividad. A tal punto que ahora tengo cantidad de bocetos de cosas para mandar al taller, que después tendré que estar controlando.
¿Para una nueva muestra?
-Sí, y quiero editar un nuevo libro que tiene un nombre largo. Lo saqué de una película de Olinda Bozán y Luis Sandrini. Me gustaba la frase de Olinda: “¿Qué me podés enseñar vos con la plata que yo tengo?”. Ese chiste es lo que pasa ahora; la gente te respeta si tenés poder económico, no si tenés imaginación y sos genial en otro aspecto. Ya cuando trabajaba en publicidad veía que la gente que tenía plata tenía un grado de insolencia que no la tenían otros. Eran prepotentes, trataban de correrte a “billetazos”.

“Siempre creí en la posteridad con anterioridad”, esa expresión en su autobiografía, ¿es una manera de reconocer que iba a trascender?
-Creo que estuve malcriado desde chico porque las cosas que hago gustan muchísimo. Cuando hice la retrospectiva en el Malba (2023), hacían fila para sacarse fotos conmigo y que les firme el catálogo. Estaban eufóricos. Si hay algo que me identifica a mí, es que soy un artista que provoca felicidad. No es poca cosa, y más en estos momentos, donde lo serio se está derrumbando.
¿Qué le pasa hoy con este contexto?
-Estamos en una crisis fuerte, con rumores de guerra todo el tiempo. Si no tenés un mundo propio y estás cómodo en ese mundo que inventaste para vos mismo, sufrís un poco. Por eso recurro a lo que a mí me apasiona, y eso suaviza bastante. Cuando tenés una profesión que amás, y ahí ponés tu vida, eso es lo más importante. Todo lo otro, pasa a ser secundario.w
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