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      Por qué ahora en Silicon Valley, la meca de la tecnología, se necesitan más filósofos

      Hacen falta personas capaces de mirar más allá de lo redituable, de pensar en consecuencias, de recordar lo que vale la pena preservar.

      Por qué ahora en Silicon Valley, la meca de la tecnología, se necesitan más filósofos Una vista de Silicon Valley, en los Estados Unidos. Foto: Archivo Clarín.

      Entre los numerosos titulares apocalípticos que leemos sobre la cantidad de empleos que la Inteligencia Artificial destruirá indefectiblemente, una lápida parece tallada en piedra: la muerte definitiva de las Humanidades.

      Sin embargo, basta prestar atención a lo que sucede en universidades de todo el mundo y en las empresas más vanguardistas de Silicon Valley para descubrir que a medida que los algoritmos se perfeccionan, lo que se vuelve más valioso son aquellas habilidades que son consideradas blandas, como el juicio crítico, la conexión y la empatía.

      De acuerdo con la consultora Tyton Partners, el porcentaje de docentes universitarios estadounidenses que se identifican como “s frecuentes” de herramientas generativas casi se duplicó en un año.

      Se trata de un fenómeno que podemos imaginar que se replica en otras partes del planeta, como nuestro país, y que no es bien recibido por los destinatarios de esos productos, los estudiantes.

      Ella Stapleton, una estudiante de 22 años de Comportamiento Organizacional en la Universidad de Northeastern, acaba de exigir que le devuelvan los ocho mil dólares que su familia pagó por su educación tras descubrir que un profesor usó ChatGPT para evaluar un ensayo que le habían pedido.

      “¡Nos cobran por aprender de humanos, no de un chatbot!”, le dijo a The New York Times. Pero lo que Stapleton no dice es que su docente no está solo en el aula. Desde su popularización en noviembre de 2022, ChatGPT se volvió en una herramienta favorita de los estudiantes y no sólo para escribir ensayos, sino también para tomar apuntes, resumir textos y hasta entrenarse frente a finales orales.

      En este clima de hipocresía entre docentes y estudiantes, las reglas tradicionales parecen haber quedado demasiado viejas y el pacto educativo que suponía esfuerzos por parte del docente y el alumno para lograr la transmisión de conocimiento parece roto.

      Sin embargo, sería ingenuo pensarlo como una crisis terminal. En Anthropic, la startup fundada por ex empleados de OpenAI, conviven programadores e ingenieros con filósofos y músicos.

      Allí no se construye solamente poder de procesamiento de datos, sino modelos de IA con "alineación de valores", en donde se busca que sus respuestas respeten, por ejemplo, principios éticos tomados de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

      Y es que hoy en el corazón de las grandes empresas tecnológicas, los roles clave van siendo ocupados, cada vez más, por quienes estudiaron carreras humanísticas. El presidente de Anthropic estudió Letras y la responsable de su chatbot Claude, Amanda Askell, es una filósofa. La tecnología no marca el final del pensamiento humano sino que lo pone en crisis y lo obliga a reinventarse.

      Necesitamos humanistas más que nunca: no solo en las aulas, sino en los centros de investigación, en los medios, en las empresas, en las políticas públicas. Hacen falta personas capaces de mirar más allá de lo redituable, de pensar en consecuencias, de recordar lo que vale la pena preservar. No para resistir la tecnología, sino para acompañarla sin perder el rumbo.


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      Tomás Balmaceda

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