Los tres adolescentes que juegan al FIFA 2018 a media tarde tratan al visitante de usted, con un respeto traído de otra parte. “¿Cómo le va, señor?”, sueltan, comandos en mano, cuando arriba el equipo de Clarín. En el 55 pulgadas, Neymar perfectamente dibujado hace una pausa en su destino de gol. Hay una calma rotunda y los ecos de la autopista a La Plata prácticamente no se perciben en esta hora de la siesta y en este rincón semi rural de Villa Domínico. No se ve más gente que los pibes que vuelven al juego y está, oficiando de guía, Fernando Langenauer, licenciado en educación y coordinador general del lugar. “Nuestro campeonato es que terminen el secundario”, insiste antes de ofrecer café. Quiere dejar en claro que no sólo forman futbolistas, sino personas y que por lo tanto, en esa faena más difícil que el Mundial, deben estar atentos, sobre todo, a los acechos.
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Una charla con su coordinador general sobre la forma en la que el club manejó la crisis de los abusos. El regreso de los chicos abusados a la vida normal, el sueño por llegar a Primera y el deseo de que se haga justicia.

En la pensión de Independiente, usina de sueños y talentos por forjar, no hay si quiera vestigios de aquella historia que la tuvo como epicentro y que sacudió a la política y a la farándula a principios de año. Hace seis meses, un chico que todavía vive ahí le comentó a un psicólogo que dos de sus compañeros salían del lugar para ir a departamentos donde eran abusados por adultos. A cambio de entregar su cuerpo, se les pagaba con pasajes para viajar al interior, ropa y hasta cargas de la tarjeta Sube. La información llegó a Langenauer y el coordinador obró en consecuencia. Ató cabos: varias veces, esos mismos chicos que ahora surgían como víctimas le habían extendido las autorizaciones de sus padres por escrito (vía WhatsApp o mail) para que les permitan salir de la pensión a dar un paseo. “Coincidía con el momento en que habían ocurrido los abusos. Llamé a mis jefes del Club y les expliqué la situación. Fuimos a la Justicia”, repasa Langenauer, de 37 años, padre reciente.

Vinieron días de escándalo mediático y periodistas en la puerta de este predio donde ahora reina la paz. Mientras caían detenidos abusadores y reclutadores, varias celebridades señaladas como clientes se desmarcaban de la mancha casi indeleble que las salpicaba. La fiscal María Soledad Garibaldi incursionaba en el mundo de las pensiones de los clubes, donde se acuna el fútbol moderno, pero también un coto de caza, según terminó probando Garibaldi, para los groomers que merodean en redes sociales. Hoy, la causa está a punto de cerrarse: según fuentes de la investigación, sería elevada a juicio en los próximos días con cinco imputados y 15 víctimas probadas. Los cinco presuntos abusadores son: el árbitro Martín Bustos, el relacionista público Leonardo Cohen Arazi, el organizador de torneos de fútbol Alejandro Dal Cin, el representante de futbolistas Juan Manuel Díaz Vallone y el estudiante Silvio Fleytas. Todos ellos son acusados de abuso sexual ultrajante y corrupción de menores con agravantes.
Las audiencias comenzarían en diciembre. Y se abriría una causa conexa, con por lo menos otros 20 casos de abuso en otras pensiones de clubes. La noticia, sin embargo, resulta ambivalente: si bien implica que habrá una sentencia, también demuestra que la investigación no siguió hacia arriba, como se presumía que podía pasar. Resta resolver dos situaciones: la de Alberto Ponte, acusado de grooming, y la del abogado Tomás Beldi, quien defendía a Bustos y es acusado de encubrimiento por haber destruido el teléfono móvil del árbitro cuando se comenzó a investigar el caso. (Ver aparte).
Mientras tanto, en la pensión de Independiente se respira una armonía muy ajena al proceso judicial. Las autoridades han trabajado duro para contener el dique que se abrió a partir de las confesiones de los abusados, siete adolescentes, según el expediente. Ninguno de ellos ha abandonado el lugar. A pesar de las visitas a despachos y salas de cámara Gesell, las víctimas de esta historia siguieron detrás del sueño de llegar a Primera. La rutina no se vio alterada.

En Villa Domínico, un sitio que parece una casa de retiro, con unas pocas edificaciones pintadas de rojo obligatorio, viven 50 menores de edad. Por la mañana, realizan actividad deportiva. Después del almuerzo, van al colegio, dentro de la pensión. Por la tarde, tienen un tiempo que puede ser recreativo (la Play es ineludible) o puede usarse para hacer tareas. A las 21 se cena. A las 23, todo el mundo a dormir. Los expertos que los guían están en o con sus familiares. Ante el menor inconveniente, dicen, se llama a los padres para informarlos.

"Los abusos no eran una posibilidad -explica-. Yo no sabía nada, ni me lo imaginaba. Y uno se pregunta, ¿pero cómo pasó? Y aprende que hay muchas cosas vinculadas al manejo de redes sociales... los chats privados donde los chicos están son muy difíciles de controlar”.
Fernando Langenauer, licencia en educación y coordinador general de la pensión de Villa Domínico
Establecer este orden, calibrarlo para que funcione por repetición, le llevó un tiempo al coordinador general. “La pensión siempre fue algo marginal, vinculado a la carencia, donde no había para comer. Un domingo vas de visita y ves a 50 pibes comiendo y no escuchás una palabra. Es depresivo y hay que luchar contra eso. Después de la competencia del sábado y de la semana de estudio, el domingo es muy duro. Los chicos quedan sólo con su teléfono y las redes sociales”, dice.
Hace cuatro años, cuando Langenauer, se hizo cargo del proyecto, el predio de Villa Domínico era un territorio hostil. “Había 3 robos por minuto -explica-, se robaban entre ellos y la repitencia era del 95%”. El coordinador veía chicos vulnerables, de sentimientos acorazados. Pero no divisaba el fantasma de los abusos. "Los abusos no eran una posibilidad -explica-. Yo no sabía nada, ni me lo imaginaba. Y vos te preguntás, ¿pero cómo pasó">