Entre 1927 y 1931 dos escultores rusos que vivieron en Buenos Aires articularon, con sus obras y sus os políticos, una trama compleja aún difícil de desentrañar. El arte no dejó de ser arte, pero las misiones propagandísticas con las que llegaron a la Argentina se imbricaron en los más altos niveles de la política, en los engranajes de la economía y en las redes del espionaje y las iniciativas económicas de la URSS. El arte, la política y los secretos se entretejieron y sus testimonios permanecen encriptados en obras que aún exhiben algunos museos argentinos.
Argentina, 1927. Gobierna Marcelo T. de Alvear, el presidente culto, radical e interesado en las artes, que asistía a la inauguración de exposiciones. Un presidente que pertenecía a la aristocracia e integraba un partido popular, y que como embajador en Francia había apoyado a los Aliados en la Primera Guerra. Socio fundador de la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos en 1925, inauguró el Palacio de Correos y en 1928 impulsó la Primera Exposición Nacional del Libro en Buenos Aires. Fueron años en los que el país tuvo un desarrollo inédito que coincidía con el final de la crisis de la Primera Guerra.
El 22 de mayo llegan a Buenos Aires los escultores rusos Stephan Erzia y Yulia Kun. Ruso de Mordovia, nacido cerca del río Volga en 1876 y conectado a la tradicional talla en madera de la región, Erzia había estudiado en la Escuela de Arte de Kazán y luego en la Escuela de Pintura, Escultura y Arquitectura de Moscú. Entre 1906 y 1914 vive en Italia y Francia. De hecho, M. T. de Alvear lo conoce en París en 1913, cuando era embajador. Allí Erzia era conocido como “el Rodin ruso”. Regresa a su país después de la Revolución de Octubre y realiza obras monumentales y retratos vinculados a la épica de esa transformación, entre ellos, los de Lenin, Marx y Engels.
Yulia Kun, nacida en Moscú en 1894, era egresada de los Talleres Superiores de Teatro y Artes. En 1926, mientras Erzia expone en el Museo Histórico Municipal de Moscú, ella se le acerca con el interés de una discípula. Pero lo seguirá por otras razones. Lo había decidido el Estado. Ella era Yulia Kun de Novorossiisk: en Moscú habían quedado su esposo y su hijo. En la Argentina expondría con el nombre de Julia Koun.
Moscú, 1926. En 1922 Lenín había consolidado el Partido Comunista en toda la Rusia zarista y fundado la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, una federación de repúblicas gobernadas por los soviets que la Argentina reconoció recién en 1946.
La muestra de Erzia en el Museo Histórico Municipal de Moscú fue bien recibida. El libro de Yuri Paporov El gran Erzia: reconocimiento y tragedia. Novela literaria y documental, publicado en ruso y traducido al español, permite seguir en detalle su biografía. En el Museo se exponían obras de tensión dramática, como Víctimas de la Revolución de 1905, que dieron lugar a que el crítico Varshavki del periódico de los sindicatos de empleados istrativos y comerciales lo presentara como el “escultor de la Revolución”.

Erzia decía: “Denme una montaña y realizaré el monumento a Octubre”. Propuestas semejantes concebiría para la cordillera de los Andes y para las montañas que rodean la bahía de Guanabara en de Río de Janeiro. Pero su estilo romántico también provocaba controversias en el agitado y cambiante medio artístico ruso. Algunos lo consideraban –peyorativamente– impresionista. Sus desnudos contorsionados, entendidos como expresión gratuita de lujuria, no se adecuaban a los parámetros estéticos de la hora: un estilo de Estado con héroes positivos y de estética realista, la del arte proletario. “Si este escultor fuese capaz de representar de la misma manera expresiva fragmentos de la guerra civil, del hambre o de una epidemia, para nosotros sería más valioso”, sostenía flagelando a Erzia y a su exposición el Moskoski Proletariat. Erzia sintió una decepción profunda.
Su retorno a Rusia, pensado como una visita breve para reencontrarse con su familia, se había extendido. Quería volver a París y recuperar las obras que allí había dejado. Pero en Europa la situación había cambiado después de la Revolución. En Inglaterra, Francia e Italia se extendía el temor ante la propaganda roja. Los rusos blancos exiliados difundían activamente noticias alarmantes. Se esboza entonces la idea de un destino sudamericano.
Anatoli Lunacharsky, que había elogiado su exposición en el diario Pravda y era entonces responsable del Comisariado del Pueblo de Instrucción Pública (Narkomprós), decide enviarlo al exterior con la misión de promover el arte soviético. Una misión de propaganda. Según Yuri Paporov, Erzia no quería viajar con Yulia Kun, impuesta como traductora de al menos tres idiomas. “¿Viajar sin saber el idioma?” le preguntó Lunacharsky. “He vivido allá. En todas partes hay rusos. Me ayudarán”. Llevarse a Kun como secretaria no le entusiasmaba. Recién la había conocido, estaba casada, tenía un hijo. Erzia no imaginaba que la joven escultora era una agente de los servicios secretos.

Pasaje al Plata
El 2 de julio de 1926 Erzia y Kun presentaron la petición a la Sociedad Nacional de Relaciones Culturales con el Exterior para organizar una exposición de escultura con el propósito de “fortalecer las relaciones con la Argentina y propagandizar los materiales de escultura rusos: el mármol uralense y la madera caucasiana”. Erzia regaló obras, otras quedaron al cuidado de conocidos y 30 piezas salieron hacia París. Yulia Kun llevó sus miniaturas.
París, 1927. En noviembre se embarcaron para Marsella y de allí a París, donde se alojaron en la Embajada soviética. Lo primero que hizo Erzia fue buscar a mademoiselle Farman, en cuyo castillo había dejado muchas piezas. La primera exposición fue en Les Chambres Syndicales de Beaux Arts. Yulia lo sorprendía con sus os parisienses. Ante la propaganda antisoviética, el embajador Rakovsky lo convenció de no presentar trabajos con títulos como “Fusilamiento” o “La última noche de los condenados”. La muestra abrió el 18 de enero y acudió una multitud. Se exhibieron 20 obras, cabezas de mujeres, temas mitológicos y la cabeza de un obrero, a la que estratégicamente Erzia le cambió el título por Cabeza de hombre. Al lado de sus esculturas estaban las miniaturas de Kun.
La propaganda antisoviética recrudecía en París. Alrededor de Erzia comenzaron a circular organizaciones de la Guardia Blanca. Integrantes del ejército zarista le propusieron realizar el busto de un comandante en jefe de las fuerzas armadas del sur de Rusia, pero él lo rechazó. En poco tiempo Erzia había capturado la atención parisina.
A fines de marzo de 1927 Erzia y Kun partieron del puerto de El Havre con el itinerario Río de Janeiro-Montevideo-Buenos Aires en el transatlántico Gelria, de la compañía holandesa Lloyd Ámsterdam. En Río no dejaron descender del barco a los soviéticos. Kun no entendía el empecinado interés de Erzia por ver la ciudad. Desconocía que allí vivía Martha Gerbst, madre de su hijo, que tenía 13 años, según me reveló la investigadora Catalina Fara.

El 14 de abril llegaron a Montevideo. El diario El Plata publicó el domingo un gran retrato de Erzia y Kun. Él, con camisa rusa, cinturón con hebilla metálica y sombrero de ala ancha en la mano. El título lo describía como “Stephan Erzia. El paisano que se convirtió en escultor se encuentra en Montevideo”.
El 22 de mayo desembarcan en Buenos Aires. Los recibieron los empleados de la compañía comercial Boris Krayevski, filial de Amtorg Trading Corporation, fundada en Nueva York en 1924 para la exportación de artículos soviéticos a los países de América del Norte y del Sur. Molesto por el hotel que les habían reservado, Erzia mostró un fajo de francos ses recibido por sus ventas parisinas.
El diario La Nación publicó el 26 de abril el artículo “La revolución rusa no ha inspirado nuevas formas en las artes. Ha influido en todas las manifestaciones de la vida, pero no en la pintura y la escultura”. Cuando le preguntaron si la política actual de Rusia influía en las artes, Erzia dijo desconocerlo. “Puedo declarar que cuando el Soviet ha querido sugerirme ideas o indicarme normas estéticas contrarias a mi sentir personal e íntimo, yo he preferido abandonarlo todo y marcharme. Por otra parte, las condiciones económicas del gobierno actual no permiten ni favorecen un gran desarrollo artístico”. Aunque los comentarios no agradaron a la compañía comercial soviética que los recibía, su jefe, Krayevski, lo apoyó. Kun, se supo mucho más tarde, informó a Moscú.
Erzia llegaba con el aura de su historia en París. Allí habían conocido su obra los coleccionistas de Buenos Aires. Cuando en 1913 expuso en la Galería Georges Petit, Antonio Santamarina compró todas las esculturas expuestas –según los biógrafos de Erzia en la URSS, nunca fueron pagadas–. Su estilo impactaba por su expresión. No esculpía bocetos de las obras en arcilla; iba directo al mármol o la madera. Se decía que en Carrara había comprado un mármol y no esperó el traslado; lo talló allí mismo, en la cantera.

Su llegada impactó en la opinión pública y en los artistas, que lo ayudaron a alquilar una vivienda en la calle Boyacá 780, lejos del centro. A Yulia no le agradaba la distancia. Prefería estar cerca del tumulto y la ciudadanía. Solo así podía propagandizar el arte soviético.
Krayevski se preparaba para viajar a Moscú, tenía que informar sobre sus actividades comerciales y los planes para Sudamérica y la Argentina. Erzia dictó a Kun una carta para Lunacharsky en la que le informaba sobre la exposición que iba a inaugurar en julio, en el mejor lugar de la ciudad, que le habían ofrecido en forma gratuita. Marcelo T. de Alvear, ahora presidente, a quien había conocido como diplomático, había accedido a inaugurarla. También contaba a Lunacharsky que el interés por Rusia era muy grande. Según Erzia, aquí Rusia estaba de moda.
El 31 de mayo los cajones se descargaron en el taller de Boyacá. Al día siguiente lo visitaron representantes de la Asociación Amigos del Arte.
Erzia rápidamente entendió que para que su éxito fuese rotundo tenía que realizar obra con materiales locales. Descubrió el quebracho y el algarrobo, maderas duras y expresivas. Lo primero que hizo fue esculpir el busto de Lenín, pero sus amigos de la compañía de Krayevski le aconsejaron que evitara exhibirlo por razones políticas. La exposición en Amigos del Arte, en julio de 1927, que incluía las obras de Erzia y de Kun, fue inaugurada por el presidente. En la foto se lo ve a Alvear, alto y erguido, apoyado en su bastón; a su derecha la figura pequeña de Erzia. Atrás, entre los dos hombres, asoma Yulia.

La Prensa publicó un artículo extenso en el que lo describía con rasgos exotizantes. Los rusos eran, para el cronista, dramáticos, apasionados, exagerados, sublevados y románticos. Erzia era caracterizado como un soñador eslavo, un personaje tolstoiniano enamorado de los grandes ideales de justicia, místico e inspirado. Enretanto, al ver los monumentos porteños, Erzia consideraba que los escultores argentinos vivían en el siglo XIX.
Buenos Aires, 1928. Después de la muestra en Amigos del Arte, la galería de Federico Müller, la más prestigiosa, la que había descubierto el talento del pintor Fader, le propuso exponer en el verano. Boris Krayevski había regresado a Buenos Aires con una carta de Lunacharky celebrando su éxito y pidiéndole que lo mantuviese informado de sus viajes y movimientos. En tanto, Erzia había acabado un retrato doble de Marx y de Lenín con un gran tronco de quebracho colorado. Quería exponerlo en Buenos Aires. Recomendándole precaución, Krayevski le propuso enviarlo a Moscú. Él había regresado de Rusia con la misión de reorganizar la compañía y fundar Yuzhamtorg (Iuyamtorg), una empresa anónima de intercambio comercial entre la URSS / Rusia y América del Sur, que asumió los activos y los pasivos de Krayevski. En el período de la perestroika, bajo el mandato del reformista Gorbachov, comenzó a conocerse el lado secreto de sus actividades.
Mientras, en su taller Erzia recibía a sus vecinos argentinos, italianos, españoles y rusos, para tomar el té en samovar. Entre ellos Alexandr (Alejandro) Pavlovski, que dirigía el diario en ruso Novi Mir (Nuevo Mundo), cuya redacción quedaba a siete cuadras, en la misma calle Boyacá. Él lo ayudó a adquirir los instrumentos que precisaba y que le permitían mover y tallar los gruesos troncos de quebracho y algarrobo, taladoras, sierras mecánicas, buriles y punzones Solingen.
Aunque le había tallado una bella escultura en mármol, Erzia estaba intranquilo con la cercanía de Yulia. Lo perturbaba su temperamento, que trabajaba poco y salía con distintos pretextos del taller. Todavía es un enigma cuáles fueron, con exactitud, las actividades de Yulia. Sabemos que trabajó en la compañía Yuzhamtorg. Y que había sido embarcada con el objetivo de participar en actividades de propaganda. Pero desconocemos cuáles fueron, en detalle, las tareas que desarrolló y con quiénes interactuó.
Yulia recibió un telegrama de su esposo informando que su hijo estaba enfermo; tuvo que viajar a Rusia. Partió rumbo a Odesa en el Vatslav Vorovski, que estaba anclado en el puerto. Kayevski convenció a Erzia para que volviera a llamarla, argumentando que no podía estar solo. Erzia nunca aprendió el idioma. “No importa, me las arreglo. Unas chicas quieren ser alumnas mías, ellas me limpiarán la casa”. Sin embargo, le giró trescientos dólares para el pasaje de regreso.
A la exposición en la galería Müller asistió el recién electo presidente Hipólito Yrigoyen con su esposa y todo el gabinete. Un presidente de la Unión Cívica Radical que había gobernado entre 1916 y 1922 y que iniciaba su segundo mandato, hasta 1934. Había periodistas, personal del Yuzhamtorg y representantes de la colonia rusa.

Yulia le propuso llegar tarde y entrar por la puerta lateral para crear expectativa. Erzia fue recibido con aplausos. Al parecer, Yrigoyen se detuvo largo rato junto al doble retrato de Marx y Lenín que habían colocado en un pedestal. Estuvo en la exposición alrededor de una hora y al salir le propuso a Erzia que le hiciera un retrato.
La Prensa dedico un extenso y elogioso artículo hacia sus esculturas de quebracho. La publicación Novi Mir destacó el retrato de Lenín: “Al observar los rasgos de ese rostro inteligente y enérgico, es comprensible cómo ese gran pensador pudo conducir al pueblo ruso a la lucha contra el yugo zarista y conseguir su plena libertad”, escribió el 8 de julio de 1928. En Claridad, Ricardo Bernardoni criticó sus esculturas de Lenín, Marx y Beethoven, pero se detuvo en Desnudo, en el que destacó la “carne joven y jugosa del despertar soberano de los años en que la mujer vive absorbida permanentemente por una sola circunstancia que la modelará por entero para el porvenir”. El desnudo, su tema, se valoraba más que el asunto político.
En la exposición también conoció al inglés Sullivan, de la empresa La Forestal, instalada en el Chaco santafecino, quien le ofreció llevarlo a Formosa, por los ríos Bermejo, Paraguay y Paraná. Allí se internó en la selva durante un mes, entre lluvias tropicales, mosquitos y pájaros. En el intenso calor elegía troncos de quebracho colorado, del que se extraía el tanino. La Forestal llegó a emplear 12.000 hombres que trabajaban 12 horas por día y que morían pronto por las picaduras de arañas, la tuberculosis o golpeados por quienes los custodiaban. En 1919 se produjo la primera huelga organizada. La represión fue intensa. Pero Erzia solo buscaba materiales para sus esculturas.
De regreso a Buenos Aires, fue a la Casa Rosada a hacer dos bocetos para el retrato presidencial. Krayevski insistía en que era necesario que lo hiciera pues contribuiría a las relaciones soviético-argentinas. Pero estas interacciones generaron la oposición de los latifundistas y grandes industriales del país. Los conflictos y las consecuencias de la crisis de 1929 pronto minaron el apoyo a Yrigoyen.
Erzia había propuesto a Krayevski realizar una gran Exposición de mercancías de la URSS que fue organizada por Yuzhamtorg en un espacio en la calle San Martín, cedido por el Ministerio de Comercio. Los escudos nacionales de la Argentina y la URSS fueron realizados con luces de colores. Entre juguetes, alfombras turkmenas y uzbekas, pieles de astracán, porcelanas, máquinas agrícolas, neumáticos y derivados de las petroleras Azneft y Grozneft, se elevaban las esculturas de Erzia, destacadas por el diario La Razón. También había una sala de cine en la que durante seis horas se proyectaban las películas soviéticas La madre, El poeta y el Zar, Tarás Bulba y Las alas de la sierva.

Rusos blancos, rusos rojos
Los ecos de la revolución se sintieron en la Argentina desde 1917. La expulsión de un grupo de obreros y estudiantes del Partido Socialista da lugar al Partido Socialista Internacional, que adhiere a la Revolución de Octubre y la Tercera Internacional. En 1921 pasa a denominarse Partido Comunista.
Pero no eran solo aires de la Revolución lo que agitaba las tensiones en la Argentina. En los años 20 se produce la tercera oleada migratoria de los exiliados blancos, provocada por la alta conflictividad de ese período en Rusia, en el contexto de la guerra civil. Estos grupos se distinguieron de las oleadas previas. Se calcula que en los años 20 había unos 1.000 inmigrantes blancos en Argentina. Su presencia se manifestó en una intensa actividad editorial. Eran militares, intelectuales, técnicos, académicos y religiosos. Pablo Schostakovsky publicó numerosos libros –Dos años y medio en el país de los bolcheviques, El calvario ruso. Un ensayo de crítica de la Revolución rusa, El mundo hundido: recuerdos de la Rusia Zarista, y una historia de la literatura rusa—y desde 1941 editó la revista Tierra Rusa. Las discrepancias ideológicas de los rusos blancos con los bolcheviques se mantuvieron en el país pero al mismo tiempo, como sostiene Víctor Augusto Piemonte en su artículo “Inmigrantes rusos y cultura política euroasiática en Argentina: la revista Tierra rusa, 1941-1943”, ante la invasión nazi de 1941 se produjo un acercamiento. Erzia hizo una escultura sobre un general ruso que permitía enfatizar los temas nacionales y que, en un sentido, coincidía con la política proasiática y antieuropea de Stalin.
Buenos Aires, 1929. Erzia y Yulia recibieron el año nuevo con los funcionarios soviéticos de Yuzhamtorg. Erzia era celebrado como un héroe por ampliar los vínculos de los dirigentes de la representación comercial de la URSS. En función de tales intereses, hizo retratos de los millonarios José Bosch, Pablo Borge y de Carlos Atuel, alto funcionario del gobierno.
Hija de un excomandante del Ejército Rojo, luego empleado del Bolshoi, y de una pianista a quien le había dado clases Tchaikovsky, Yulia no era la ayudante que precisaba. Dedicaba tiempo a los caballos y al tiro en los clubes locales, salía frecuentemente, llegaba tarde, trabajaba poco y en un año solo había expuesto una miniatura. Al parecer, en el estudio de Boyacá apareció una joven argentina y esto desató una crisis. Comenzó a trabajar como secretaria del departamento de exportaciones de Yuzhamtorg, en sus oficinas en Av. de Mayo 560, en cuyo vestíbulo había quedado la escultura de Marx y Lenin. Pero siguió viviendo en Boyacá y comenzó a esculpir más junto a Erzia.

Krayevski volvió de uno de sus habituales viajes a Rusia y le contó que Lunacharski pensaba que él era útil en la Argentina. Erzia envió la escultura Marx-Lenin para el Museo de la Revolución, pero esta nunca llegó. En tanto, el retrato de Yrigoyen estaba listo y se ubicó en el vestíbulo de la Casa Rosada. El presidente prometió enviarle quebracho, pero no pudo cumplir. Sus días presidenciales estaban contados.
El 3 de octubre inauguró con éxito de público una nueva exposición en Müller. Hacia fin de año, un grupo de la peña Pacha Camac de Boedo lo visito en el taller, le propuso adherirse y Erzia aceptó gustoso.
Buenos Aires, 1930. Cuando en enero de 1930 Erzia visitó a sus nuevos amigos de la peña, les regaló la escultura Bandera. Mientras, el semanario soviético Krasnaia informaba que Erzia materializaba una silenciosa propaganda del arte ruso y de la Revolución en América.
La situación política se complicaba en la Argentina. Erzia tuvo que retirar el retrato de Yrigoyen de la Casa de Gobierno y llevarlo al vestíbulo del diario La Época. Luis Orsetti, uno de sus periodistas, lo entrevistó pero nada se publicó. No querían difundir el traslado.
Por lo que leía de la URSS, supo de la nacionalización de las pequeñas fábricas y del comercio privado, de la destrucción de los iconostasios (es con imágenes pintadas en los templos ortodoxos), el traslado de la propiedad eclesiástica al Estado y la colectivización rural. Supo por las cartas que se organizaban campañas de verificación de la lealtad del profesorado. Su sobrino le narraba que la mitad de los campesinos de Baévo habían sido desterrados por la fuerza a Siberia. Sus amigos escultores describían el acoso y la dificultad del trabajo.

En tanto, Erzia realizó un desnudo para el que posó una joven que hacía los quehaceres de la casa. Yulia lo denunció. “Un artista soviético no debe crear desnudos. Tomen cartas en el asunto”. Pero Krayevski no la apoyó.
La exposición de ese año en Müller tuvo menos éxito. La atmósfera era densa. La crisis de la Bolsa de 1929 impactó en la economía y erosionó el apoyo que había llevado al poder a Yrigoyen. En septiembre se produce el golpe de Estado del general Félix Uriburu.
Erzia se fue a la sede de La Época y vio cómo en la fogata en la que ardían los libros estaba el busto de Yrigoyen. Cuenta Yuri Paporov que, ante la alta columna de fuego, Erzia sintió que quemaban a un ser humano.
Yulia se quedó varios días en la casa. La sede de Yurhamtorg estaba cerrada. Trabajó en una miniatura en marfil, Retrato de Galia, y en quebracho, Flor hindú, Bosquejo y La espera.
Aunque Erzia se quejaba de su escasa dedicación, Yulia se insertó como artista. Además de exponer con Erzia en Amigos del Arte, en 1930 reaparece en los Salones, donde se presenta como Julia Koun. Expuso Flor hindú en el XX Salón Nacional de Bellas Artes, y participó en el VII Salón Anual del Museo Rosa Galisteo de Rodríguez, donde su talla en madera llamó la atención del crítico de El Litoral: “... se ha revelado una artista dueña de grandes recursos y de una sensibilidad extraordinaria, que sabe comunicar a sus figuras una profunda vida en reposo”. También participó del 1er Salón de Bellas Artes en el Museo de Artes de Paraná. Ese año su obra se vio en el XII Salón de Arte de Rosario. Presentaba pequeñas tallas en la misma madera que utilizaba Erzia, retratos de mujeres y niños.
Las discusiones sobre la situación política en Rusia entre Erzia y Kun eran intensas. Erzia desconfiaba de la colectivización y de la igualación. Veía todo como una oportunidad para ladrones. Ella sentenciaba: “Usted, camarada Erzia, siempre fue y seguirá siendo un analfabeto en política”.
Buenos Aires, 1931. El 11 de mayo de 1931 Erzia inauguraba nuevamente en la galería Müller. Llegaba tarde, la puerta estaba rodeada de gente, y pensó que era una manifestación política, pero era el público que aguardaba su llegada. Juan Carlos Castagnino, estudiante de la Escuela Superior de Bellas Artes, lo reconoció y le abrió paso en la multitud. Se le acercaron Lino E. Spilimbergo y Antonio Berni, quienes pronto encabezarían junto al joven Castagnino la corriente del nuevo realismo.
¿Cuál era el área de acción de Yulia en Buenos Aires? Como vimos, envió sus obras a Salones en 1930 y en 1931 participa al menos en dos Salones, siempre como Julia Koun; en el XXI Salón Nacional con la talla en madera Los niños, y también en el XIII Salón de Rosario. Pero, más allá de los catálogos en los que aparece reproducida su obra, no contamos con documentación sobre su estadía. Fuentes indirectas permiten algunas hipótesis.
En 1988, en un artículo que el crítico Jorge López Anaya escribe sobre la escultora Noemí Gerstein en La Nación transcribe párrafos de una conversación con la argentina. Ella narra que lo primero que hizo en escultura “fue una obrita de madera con la mujer de Stephan Erzia que tenía un taller en el Club de Mujeres”. Recordemos que la primera vez que Gerstein envió obra a un Salón, en 1935, fue al Salón Femenino de Bellas Artes que organizaba el Club. Es posible que Yulia, activa en la presentación de sus obras, buscara ampliar su radio de acción acercándose a esta agrupación feminista. El o entre Kun y Gerstein podría haber sido en 1930 o en 1931.
Cuando cerró la exposición en Müller, Erzia salió de viaje a la selva con Sullivan. Fueron más de dos meses buscando madera. Al regresar encontró en su puerta un candado nuevo y una vecina le contó que la policía se había llevado a Yulia esposada. Todo en la habitación de ella estaba revuelto; valijas abiertas, libros y objetos. Yulia pudo llevar solo una maleta.

En la estación de policía le informaron que nada tenían contra él, pero que la ciudadana soviética Yulia Kun debía ser deportada, conforme al Decreto del Gobierno de la Argentina del 31 de julio de 1931. Estaba acusada del ingreso ilegal de dinero al país. Como analiza Julio Godio en su libro El movimiento obrero argentino (1930-1943) Socialismo, comunismo y nacionalismo obrero, la dictadura de Uriburu reprimió la disidencia de los grupos radicales, comunistas y anarquistas. Yuzhamtorg fue cerrada y la mayoría de sus funcionarios, ciudadanos soviéticos, expulsados. Algunos evitaron la deportación. Entre ellos el abogado David Rozhanski, quien desde 1946, cuando se establecieron los os diplomáticos entre la Argentina y la URSS, colaboró en la embajada soviética. Fue quien le comunicó a Erzia los detalles de lo que había sucedido. Pero ni Erzia ni Rozhanski sabían que Yulia cumplía misiones de inteligencia militar soviética. Trabajos recientes de investigadores rusos, de dificultoso online, se refieren a la documentación descubierta en los años 90 en manos de sus descendientes, con informes a las autoridades en los que reportaba, entre otras cosas, detalles sobre las actividades de Erzia. Informes en los que comunicaba que al llegar había hecho declaraciones a un periódico argentino condenando la situación del arte en el país de los Soviets, que aba a ex oficiales del Ejército Blanco en la Argentina, y que no quiso regresar a Rusia cuando expulsaron a los funcionarios de Yuzhamtorg.
Erzia siguió viviendo y trabajando en Buenos Aires, en distintas casas a las que se trasladaba con todas sus esculturas. Su actividad artística fue intensa. En 1946, cuando se establecieron las relaciones diplomáticas con la URSS, comenzó el plan de retorno que se conretó en 1950, cuando se embarcó a Moscú con más de 200 esculturas realizadas con maderas argentinas. Actualmente se encuentran en el Museo de Artes Visuales de Mordovia S.D. Erzya, en la ciudad de Saransk, capital de la República de Mordovia.
Erzia falleció en Moscú en 1956 y fue enterrado en Saransk, donde un museo lleva su nombre y reúne 200 obras suyas . Algunas de sus esculturas se encuentran en colecciones argentinas, como la del Museo Sívori y la del Museo Quinquela Martin de La Boca.

Yulia se incorporó al arte soviético, realizando encargos monumentales –una escultura en el canal del Volga en Moscú– como integrante de la Sociedad Rusa de Escultores. Falleció en Moscú en 1980, el mismo año que su hijo, el célebre director de cine ruso Yuli Kun. Pero estos devenires son asunto de otro relato.
Andrea Giunta es historiadora del arte y curadora. Ha sido catedrática visitante en universidades de EE.UU., Francia y México. Entre sus últimos libros se cuenta Contra el canon.
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