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      Cannes 2025: perlitas del gran festival francés de cine

      Cannes 2025: perlitas del gran festival francés de cineLa actriz sa y presidenta del jurado de la 78ª edición del Festival de Cine de Cannes, Juliette Binoche (c), llegando con el jurado a la alfombra roja de la ceremonia de clausura de la 78ª edición del Festival de Cine de Cannes, en Cannes, en el sur de Francia. Foto: Xinhua

      Todos los sábados de cierre en el Festival de Cine de Cannes pasa lo mismo. Primero las especulaciones y los trascendidos, luego la conjetura de muchos al repasar lo que se vio durante 12 días. A las 18.40, empieza la ceremonia de clausura y el equivalente del humo negro dispara su crisálida cromática. No todos los cineastas vuelven a pisar la alfombra roja. Los que están tienen premio. La inexactitud es lo que todavía mantiene la sensación de sorpresa entre los ganadores y los presentes. Saben que ganaron algo, pero no exactamente qué. Una certeza inapelable: los cineastas que desfilan por Cannes ya no serán los mismos. La Santa Sede vindica a sus santos de la cámara. Los consagrados del festival de la sobrevalorada ciudad costera se aseguran un camino en el mundo del cine.

      En la mañana del sábado 24 de mayo, la ciudad se vio amenazada por un corte de luz. Las noticias llegaban de a poco. Los dueños de los negocios salían a corroborar de qué se trataba. Las alarmas se disparaban. El desconcierto es evidente. De a poco, los europeos conocen el imprevisto y aprenden a sortear las imponderables. Por unas cinco horas, no hubo luz. Como el Festival de Cannes es puro poder, el Palais, el emplazamiento que alberga las cinco salas principales, puso en marcha los motores de sus generadores y la luz regresó al festival sin alterar las actividades del día. La condición material del cine es la luz. La gran invención tardía del siglo XIX es insustituible. El corte no afectó y la luz prevaleció.

      La luz del entendimiento estético tampoco faltó a la cita. El jurado presidido por Juliette Binoche eligió con buen criterio las películas que honran el cine de nuestro tiempo. Pueden haber excluido del palmarés a una modesta maravilla como The Mastermind, de Kelly Reichardt (gran relato sobre el robo de cuatro pinturas de un museo en plena Guerra de Vietnam); pueden haber creído que una película como Nouvelle Vague, de Richard Linklater (reconstrucción amorosa del rodaje de Sin aliento de Jean-Luc Godard) no necesitaba un premio. Son dos objeciones, nomás, de una premiación que es laboriosamente ecuménica. Las películas en su conjunto constituyen un caleidoscopio del cine del presente.

      El director iraní Jafar Panahi, con la Palma de Oro por la película "Un simple accidente". Foto: XinhuaEl director iraní Jafar Panahi, con la Palma de Oro por la película "Un simple accidente". Foto: Xinhua

      La Palma de Oro, el máximo reconocimiento, fue para Un simple accidente, de Jafar Panahi. ¿Habrá visto el cineasta iraní La mujer sin cabeza? El plano inicial dura unos diez minutos. Un matrimonio y su hija pequeña viajan en su auto. Un accidente menor detiene el vehículo. Al bajar el conductor del auto, el llanto de un perro es nítido. La hija emplea, para describir lo que acaba de ocurrir, un verbo excesivo: matar. La arquitectura de la secuencia es magnífica. Es de noche, la penumbra domina, la luz es tenue y cuando el conductor baja para verificar qué ha sucedido el rostro es iluminado por un rojo intenso que proviene de la luz del auto. En la penúltima escena, también de noche y de un tiempo similar, la luz de otro automóvil iluminará el rostro del conductor. Ya desde el inicio se sabe que puede haber sido un asesino, un violador, un torturador, un brazo ejecutor de la disciplinante teocracia que gobierna Irán hace décadas; alguien que infligió tormentos y vejaciones a los disidentes y rebeldes que se oponen al régimen.

      El relato se pone en marcha a través del azaroso encuentro entre el presunto asesino y una de sus víctimas. En el taller mecánico donde trabaja, el protagonista escucha la voz de un cliente y reconoce a su verdugo. ¿Qué hacer? Lo secuestra primero y pretende luego enterrarlo vivo. Cuando la tierra empieza cubrir la cara del perpetrador el protagonista se da cuenta de qué nunca lo ha visto. Tal vez el sonido de su voz es insuficiente para asegurarse de que es él y no otro hombre. Esto precipita una nueva acción. Buscar a otros sobrevivientes de las torturas de aquel hombre, alguien que pueda reconocerlo sin temor a equivocarse.

      Lo curioso es que toda la búsqueda vira a una inesperada comedia negra, situación que atenúa el drama que persiste en un segundo plano y nunca se banaliza por las situaciones insólitas que introducen lo cómico en un contexto de horror. Eso es así hasta que llega el momento de saber la verdad. Ocurre faltando poco, en el penúltimo plano, que tiene el rigor requerido para el asunto. Ni qué decir del último plano literal, en el que la visibilidad es prácticamente nula y todo recae en el sonido. Los pasos de un personaje expresan un dilema absoluto. Compromete enteramente a la audiencia. Hay que repensar de nuevo el relato, e incluso decidir qué es lo que puede haber sucedido en ese último instante. Los pasos se escuchan lejos y cerca. El sonido transmite distancia y tiempo, y en él se juega todo. Acá se debe arriesgar una interpretación.

      La actriz sa Juliette Binoche, presidenta del jurado del Festival de Cannes. Foto: EFELa actriz sa Juliette Binoche, presidenta del jurado del Festival de Cannes. Foto: EFE

      Un simple accidente es una película de una ostensible eficacia retórica. Su fuerza proviene de los diálogos. Las declaraciones y los argumentos parecen nacer de la boca de los intérpretes como si la propia realidad dictara los silogismos que se delinean mientras se pone a prueba la conciencia. ¿Existe justicia si se termina con la vida de un asesino torturador? El régimen político no ha cambiado y el estado de derecho dista de ser pleno. No son condiciones ideales para exigir justicia. El placer conceptual de la película de Panahi radica en los diálogos, que bien podrían ser tildados de platónicos. Lo que parece una conversación llevada por el acaso es en verdad un laborioso razonamiento maquillado por la oralidad, un texto que se filtra y luce orgánico, y que es una pieza magnífica de filosofía práctica.

      Hasta no hace mucho tiempo, Panahi estaba preso y cumplía su condena en casa. Una de las películas que había presentado en Cannes en el 2011, la magnífica Esto no es una película, transcurría íntegramente en su prisión hogareña. Después de presentar otras cuantas películas en el festival, vino, estrenó y ganó. Fue un día de justicia. Estética y política.

      Más allá de Panahi

      ¿Lo que sucede en un festival solamente se puede glosar en las películas premiadas? Cannes se organiza excesivamente por su competición; como no siempre sucede, las grandes películas de este año fueron las que se estrenaron en la sección competitiva. O Agente Secreto, de Kleber Mendonça Filho, fue una de las mejores de Cannes 2025. El cineasta brasileño ha demostrado con este relato que transcurre en 1977 que es uno de los cineastas claves de nuestro tiempo. Todo está bien en su última película. El ritmo en el interior de las escenas y asimismo el que provoca el montaje, el entretejido de historias diversas que revisten el corazón dramático deliberadamente difuso de la trama.

      Después de una hora y minutos de metraje, se develan lentamente los signos de la desgracia del personaje. El regreso del científico e investigador de la universidad nacional de Recife remite a una desgracia de la se pueden conjeturar los pormenores ocultos, pero nunca se conocen bien. Así sucede en la película, así también pasa cuando cosas semejantes pertenecen a la realidad.

      El director brasileño, Kleber Mendonca Filho ganó el Premio a Mejor Director por la película "O Agente Secreto". Foto: XinhuaEl director brasileño, Kleber Mendonca Filho ganó el Premio a Mejor Director por la película "O Agente Secreto". Foto: Xinhua

      El fondo del relato es moral y políticamente vergonzoso: un empresario y miembro del gobierno de facto desmanteló en 1974 los logros del departamento de ciencias de la universidad con sus inventos diversos que enaltecían la universidad pública y ponían en riesgo los negocios de privados. El canalla de turno entiende que el Estado no debe “gastar” en ciencia; el canalla de turno impide el desarrollo científico de una nación y, si tiene que hacer desaparecer a los que se oponen, no existe límite moral. El pasado y el presente se parecen. El Brasil de antaño puede ser el de mañana, y claramente es cada vez más el presente de cierto país limítrofe.

      Mendonça Filho y Panahi son cineastas con trayectorias, pero hubo otros cineastas menos conocidos que después de esta edición no serán los mismos. El cineasta gallego Oliver Laxe es uno de ellos: tenía en su haber tres películas muy diferentes e indiscutiblemente independientes. En Sirât ha apostado a todo o nada, y así reaccionó la audiencia y la crítica. A nadie se le ocurrió desdeñar la potencia de las imágenes y los sonidos de una película que llamó a la controversia.

      Los primeros 30 minutos, que tienen lugar en el desierto marroquí, convoca a cientos de personas a bailar en una rave. Lo que sucede entre las montañas y los cuerpos de los bailarines es una alucinación. El Yo se diluye en un trance colectivo y la cámara conquista una forma de representar la fuerza sensorial de la experiencia. Es una alucinación cinematográfica. Pero después de este trance, el tono místico del relato muta hacia una dirección inesperada, no desprovista de espiritualidad, pero calculadamente desconcertante.

      En Sirât, un hombre interpretado por Sergi López busca junto a su hijo a otra hija, la mayor, de la que se desconoce el paradero. Apenas se sabe que fue vista en la misma región durante una rave unos meses atrás. Lo que viene luego está fuera de cualquier intuición. Es que lo que sucede a mitad de película constituye una prueba de fe para el personaje y para el espectador. Hay que reconocer el coraje del cineasta. Laxe no ha sucumbido a la extorsión moral que implica filmar ciertas situaciones y tomó el camino más arriesgado. Si hubiera que sugerir el desafío del caso, el drama bíblico de Job resulta pertinente. El film recibió el Premio del Jurado, pero en un fallo compartido. ¿Cuál fue la otra elegida?

      La directora y guionista alemana Mascha Schilinski, con el Premio del Jurado ex-aequo por la película "Sound of Falling". Foto: XinhuaLa directora y guionista alemana Mascha Schilinski, con el Premio del Jurado ex-aequo por la película "Sound of Falling". Foto: Xinhua

      La otra cineasta es alemana. Su nombre es poco conocido, incluso en su país: Mascha Schilinski hizo una película formalmente avasallante titulada Sound of Falling. La siniestra historia de Alemania se filtra en pasajes discontinuos en una película que no sigue una línea recta y prefiere una prosa sinuosa que imita la gramática de un sueño. A esto se suman las voces de distintas mujeres que añaden una meditación intermitente a un relato que salta en el tiempo como la púa de un disco de pasta en un terremoto permanente y que nunca abandona una casa y sus inmediaciones en el norte de Alemania. El lugar es el mismo, los personajes cambian y la historia avanza.

      No se puede omitir la película más ambiciosa de la competencia: Resurrection. Es la tercera del cineasta chino Bi Gan. Había empezado en Locarno en el 2015 con Kaili Blues. Fue entonces una revelación, y nadie olvidó desde aquel día las proezas de sus planos secuencia. En Cannes se ha confirmado su dominio del espacio cinematográfico y su imaginación plástica. Bastan los primeros veinte minutos para sentir que estamos ante un genio.

      El director chino Bi Gan (segundo desde la izquierda) y  del elenco de la película china "Resurrección". Foto: XinhuaEl director chino Bi Gan (segundo desde la izquierda) y del elenco de la película china "Resurrección". Foto: Xinhua

      El cineasta imagina algo hermoso: se ha dejado de soñar, pero todavía existen personas capaces de despertar ese potencial. Los que pueden hacerlo, y vivir en un mundo alterno, se llaman fantasmas. ¿Qué son? Criaturas del cine. Y la aparición de la primera criatura y su demiurgo femenino yendo por corredores que parecen remitir a escenarios del cine silente es probablemente lo más deslumbrante que se ha visto en Cannes. Pero la película tiene una duración de tres horas, y las cuatro historias que se cuentan con el mismo “fantasma” como protagonista suelen estar asediadas por la insignificancia.

      En la película de Bi Gan, la historia del cine llega a 1999. En el último capítulo, elige el momento para hacer el plano secuencia interminable. Es una verdadera proeza formal, pero está al servicio de un encuentro estéril entre un hombre y una mujer en un mundo de prostitutas y gángsters. Lo que sucede con la luz y el color rojo es memorable. Lo que se relata tiende a la nada misma, y las pinceladas budistas no alcanzan para la iluminación: para el paso de la conciencia hacia un nuevo estado y para el paso del cine hacia el futuro.

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      Roger Koza

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