Buenos Aires,1995. No parece solo otro época sino de otro mundo. Esa fue la sensación al volver a los cuatro capítulos del ciclo “Incidentes”, en la que participé junto a su creador, el escritor Alan Pauls, y el director Jorge LaFerla. El capítulo que enfrentó a Beatriz Sarlo y Jorge Lanata está completo en nuestro portal digital.

El encargo del ciclo Incidentes había venido de la Secretaría de Cultura de la Nación, que por entonces llevaba Pacho O’ Donnell. Los cuatro programas monográficos proponían asuntos en debate en esa década y fueron realizados con parámetros visuales más cercanos al cine que a la TV, con equipos técnicos en las diferentes áreas. Difundidos en la TV pública, no puedo decir que hayan causado furor... Pero a nadie defraudó su escasa audiencia porque a todos los implicados la popularidad más bien nos espantaba. Quizá como una rémora traumática de la esfera pública en la dictadura, la masividad podía ser percibida como una amenaza o un límite para elaborar algo complejo, antes que como una oportunidad. Fueron esas paradojas –las de la pedagogía y la influencia– las que estos dos interlocutores privilegiados, Lanata y Sarlo, desplegarían en su diálogo.
Transitada ya la mitad de la última década del siglo XX, el telón cultural era la polémica –hoy desactivada– que enfrentaba literatura y mercado, en unos años en que Argentina asistía a la pérdida de su autonomía editorial, cuando numerosas editoriales locales –Sudamericana, Espasa, etc.– habían sido adquiridas por grandes consorcios editoriales españoles o conglomerados globales. El fenómeno de las editoriales independientes tardaría otro quinquenio en emerger. Esa controversia se había concentrado sobre todo en torno en la colección Biblioteca del Sur, que dirigía Juan Forn en editorial Planeta, y que desde su inicio había aspirado a un lectorado masivo y privilegiaba autores asociados a géneros determinados y a una mayor legibilidad. El campo “de la resistencia” –en verdad, muy marcado por la academia y sus nuevos planteles destacados, donde Sarlo sobresalía– se concentraba en la revista Babel, que dirigían Jorge Dorio y Martín Caparrós.

El propósito de este “Incidente” fue sondear el papel de los intelectuales en la opinión pública, en momentos en que los medios masivos experimentaban los preanuncios de la llegada torrencial de internet, que amplió la esfera de la comunicación y también les dio un global instantáneo. Otro factor era la participación creciente de istas en los programas políticos. Quizá eso, internet, era el verdadero incidente y los cuatro programas hayan sido algo así como un último testimonio del mundo analógico. No existían aún los medios digitales, que darían un vuelco a los diarios. Sin duda, la figura del intelectual clásico del siglo XX ya estaba en retirada, de ahí la nostalgia con que se la evoca en el programa.
Entretanto, en esas vísperas de las que no éramos conscientes, académicos y escritores consolidaban su aprendizaje en la pulsión de la actualidad, adaptándose a la velocidad de la réplica interpretativa y a la pauta de extensiones draconianas. Esto no ocurría sin fricciones a veces sangrientas… Los sociólogos Oscar Landi y Oscar Terán, Osvaldo Bayer y Beatriz Sarlo, que llevaba ya muchos años editando y produciendo la revista Punto de vista, se amoldaron con brillo. Intuyo cierta animosidad de Sarlo, tal vez por constatar que Lanata, uno de los editores más promisorios entonces, no estaba entre sus lectores y podía dirigir un diario prescindiendo de su revista.

Es claro que en el concierto de críticos culturales y editores, que en 1995 era más nutrido y variopinto que hoy, Sarlo y Lanata emergían como los más nítidos y en contraste. Pero no deja de sorprender que ambos consolidaran su protagonismo en las casi tres décadas siguientes y que la historia argentina los encontrara elocuentes en el campo opositor al kirchnerismo –y que además murieran en el mismo mes, diciembre de 2024.
Ante Sarlo, un jovencísimo Lanata parecía a la defensiva de entrada; no le faltaba cierto toque desdeñoso ante una interlocutora que había subestimado. Creo que se sintió atrapado, porque acabó enredándose en la defensa de una razón populista que no practicaba. ¿O sí? Los entrevistados, bajo ese diseño espacial insólito, que nos ubicaba como “umpires” de un duelo, se veían obligados a girar ante a nuestras ocasionales preguntas. Y despues sí, se trenzaban en el mano a mano.
Hacerles sitio a los “sin embargo”
–Tengo la impresión de que hace unas décadas se podía disentir con los intelectuales. En cambio hoy, todos están un poco de acuerdo con ellos, pero se les reprocha que creen demasiados obstáculos.
–B.S.: Ojalá fuera sí; serían un incordio; en general están adaptados.
–J.L.: Pero es que los intelectuales no son los que producen la cultura, sino las empresas, los medios. Por eso su incidencia no es muy grande. No me parece que hoy tenga peso la palabra del intelectual.

–B.S.: En las empresas hay intelectuales y también en los medios, cierto. Romay debe ser uno de los más importantes del país. Quienes producen escenarios simbólicos se comportan como intelectuales. Quizá lo que estamos lamentando sea el ocaso del intelectual crítico progresista, para el cual el statu quo es insoportable...
–J.L.: Crítico y masivo; yo siento esa falta. Un tipo como Jean-Paul Sartre era popular, tenía ascendiente; cualquiera podía entender lo que escribía.
–B.S.: Pero esperá, en vez de pensar en la función del intelectual, quizás nos convenga pensar cuáles son sus discursos característicos.
-J-L: Te oigo hablar y decir intelectual progresista y me suena a carnet. ¿Y yo dónde consigo ahora un carnet? Qué soy entonces, ¿soy un intelectual, soy progresista o no?
–B.S.: ¡Pero vos olvidate de eso! Si te preocupa tanto el carnet es que tenés un problema de legitimidad. No hay que tener carnet.

–¿Creen que el comunicador está reemplazando al intelectual?
–B.S. Hay una clase de intelectual electrónico comunicador que toma temas intelectuales clásicos, como Mariano Grondona, y los baja a la realidad, los ejemplifica, pero con la estética de los medios, ya no con las reglas de la palabra escrita. Pero no es nuevo, tiene más de un siglo esto de que los comunicadores tomen el relevo de la función de los jueces, por ejemplo. Ahora, yo creo que los medios no son el lugar más adecuado para el tipo de deliberación del debate intelectual.
–J.L.: ¡¿Por qué no?!
–B.S.: Porque requiere de un tipo de discurso, como este mismo nuestro, que está lleno de “no obstante” y “sin embargo”. En cambio, la comunicación expulsa esa duda, se construye de manera afirmativa. La palabra “sin embargo” define al intelectual.
–J.L.: Pero Beatriz, capaz los intelectuales podrían esforzarse en aprender a hablar y que se les entienda. ¿Por qué no hacer medios que contemplen el “sin embargo”? Para los intelectuales sería todo un desafío tratar de hacerse entender, dejar de ser tan crípticos. Yo seré tarado pero no tanto; muchas veces no los entiendo...
–B.S.: ¿Tan crípticos te parecen? Pero además, yo te pregunto, ¿vos le entendés todo cuando habla Domingo Cavallo?
-J.L.: ¿Pero ahora resulta que Cavallo es un intelectual? ¿Vos oíste el inglés que habla en el Fondo Monetario?
-B.S.: Yo creo que, sin duda, es un intelectual Cavallo. De derecha.
–J-L.: Por lo general, las cosas que yo veo de los intelectuales en los medios son difíciles y aburridas y a menudo autoritarias en sí. Esto mismo que señalás sobre el “sin embargo”, con lo que acuerdo, no lo trasladan a su propio quehacer. No dudan.
Sobre la firma

Prosecretaria de Redacción. Editora Jefa de la sección Cultura y revista Ñ. [email protected]
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