Siempre tuvimos candidatos que miran fijo a una cámara y con el rostro de piedra dicen la mentira más grande imaginable. Funcionarios también. Damos por sobreentendido que ningún político dirá siempre la verdad. Es parte, probablemente, del juego democrático.
Tampoco sorprende cuando uno dice mentiras de otro, cuando alguien acusa falsamente a un tercero. Son gajes del oficio, podría decirse. Sin ofender.
Hay ejemplos famosos. Como cuando Carlos Menem confesó que si hubiera dicho la verdad en la campaña del ’89 -la del salariazo y la revolución productiva- nadie lo habría votado. O cuando el kirchnerismo, a través del ibarrista Daniel Bravo, denunció que Enrique Olivera, candidato del ARI a jefe de Gobierno porteño en 2005, tenía dinero sin declarar en el exterior, lo que ayudó a la derrota del dirigente, información que luego se probó falsa.
Pero nunca habíamos tenido lo que sucedió este sábado: un político al que se le hace decir una mentira que lo perjudica directamente.
El video trucho -deep fake, en la jerga- de Mauricio Macri anunciando que bajaba la candidatura de Silvia Lospennato y llamando a votar por Manuel Adorni no debería ser tomado como una anécdota más de la campaña reciente en la Ciudad.
Video
Por un lado, por su impacto directo. Según el relevamiento realizado por una consultora, puede haber sido importante: 14 millones de impresiones -la cantidad de veces que apareció en el feed de s de X - no son pocas.
Aun cuando apenas conocido el video el PRO salió a denunciar la truchada, y pese a que la Justicia actuó rápido ordenando la baja de este de la red, muchísima gente puede haberlo visto sin haberse enterado de la desmentida.
Estaba bien hecho, además. Mirado al descuido y en un teléfono, cualquiera podría haber pensado que ese personaje generado por Inteligencia Artificial era el mismísimo Macri. No es algo especialmente complicado de lograr en lo técnico hoy en día.
El discurso que se le hizo decir al avatar, además, parecía verosímil.
Por otro lado, el episodio es muy grave porque justamente falló lo único que podría servir para que maniobras tan sucias como esta no se repitan: la condena unánime de la política.
Un rechazo contundente sería el mejor remedio para que no se propague esta enfermedad, que si se hiciera epidemia tendría efectos difíciles de predecir hoy. Sólo una negativa común al uso de la mugre le quitaría efectividad a la misma.
Pero pese a que hubo unos cuantos repudios, incluido el del kirchnerismo, no fue el de todos: la jugada no sólo fue impulsada por los más conspicuos trolls libertarios, sino que fue festejada por encumbrados funcionarios, incluido el propio presidente Javier Milei. Como si se tratara de una jodita para Tinelli.
Error. De humorístico aquí no hay nada.
Con las mentiras de siempre nos alcanzaba. Esta vez se cruzó el límite. ¿Veremos en adelante videos de candidatos diciendo exactamente lo último que querrían decir? ¿Y por qué no directamente no hacerlos autoincriminarse en delitos? Más fácil, ¿o no?
Para los votantes queda una tarea: multiplicar la desconfianza, separar la paja del trigo. Informarse sólo con fuentes confiables. Chequear dos veces las noticias, en especial las más espectaculares.
Para los políticos y trolls impulsores de este modus operandi, un consejo último: ojo con escupir al cielo. Si siguen así, al final nadie les va a creer nada. Recuerden a Pedro y el lobo.
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