No es en los manuales clásicos de Ciencia Política donde se descifra el huracán mileísta. Los fucking Peaky Blinders lo explican mejor.¿Es Santiago Caputo el pretendido Thomas Shelby de esta saga?
Porque solo hay un Tommy Shelby.
Actúan en la cúspide del escenario Milei, Caputo y Karina un trío agitanado que domina la escena con astucia, brutalidad y magnetismo.
La irrupción de Javier Milei y su clan en la política argentina evoca una ficción tan cruda como enigmática: un líder carismático, oscuro, clarísimo, contradictorio y brutalmente sincero, que no oculta su maquiavelismo, sino que lo exhibe como un trofeo. A su lado, Karina Milei, ¿es la Tía Polly? La Tía Polly lo pronunciaba claro: “Tienes que ser tan malo como los de arriba para sobrevivir”. Tras la victoria en la Ciudad de Buenos Aires, Santiago Caputo, a quien se le atribuye la frase; “son todos malos”, emergió con un look que gritaba Shelby: traje de ocasión, mirada afilada, porte desafiante. No fue solo un dress code casual; fue una declaración. El poder ahora se viste con armas afiladas y se mueve al ritmo de la mafia digital. Gitanos nómades del poder
Hace no tanto, Milei y los suyos eran un espectáculo marginal, un circo kitsch ignorado por las élites. Deambulaban entre monumentos al mal gusto, sembrando ideas de Murray Rothbard y la Escuela Austríaca, soñando quimeras. Hasta que, de pronto, esos gitanos, esos outsiders irrumpieron en la Casa Rosada, elegidos por una mayoría volátil que ayer ungía a Cristina Kirchner con fervor militante y hoy ruge por un “León ambulatorio” y explosivo.
¿En qué se diferencia de CFK?
¿En todo, o en nada?
¿Es el delirio en el poder o la locura deseada?
Vivimos la era de la demolición de barreras.
Milei no oculta su inconsciente desatado; lo amplifica, lo vocifera, lo baila y desafía.
Su discurso sin frenos es un grito que resuena en sus fanáticos, amplificado por sicarios digitales que lanzan palabras como dagas.
Prefieren un infierno llameante a un paraíso pacificado.
Como se pregunta Arthur Shelby, el hermano torpe pero magnético de Thomas, “¿Quién quiere estar en el cielo cuando puedes mandar hombres al maldito infierno?”. Milei en las puertas del averno, con las llaves del poder colgando de las garras digitales de sus “Fuerzas del Cielo”.
¿Divina comedia o divina tragedia?
No hay lugar para la tibieza, solo para la astucia y la voluntad implacable de dominar.
¿Son duros como los Shelby o virgos impotentes?
¿Es todo un cosplay? ¿Un postureo que hipnotiza a las masas con espejismos, cegándolas ante la realidad?

Los frustrados por el espinel de fracasos argentinos sienten que la iracundia del primer magistrado es su terapia .
El triángulo de hierro —Milei, Caputo, Karina— levanta su red right hand, manos de tijera triplicadas, y en Argentina suena la banda sonora de los neo-Eternautas vestidos de Shelby, una tropa peregrinando desde la nada hasta Elon Musk.
Su mandato es un equilibrio inestable pero contundente, sostenido por la fascinación, el fanatismo y el temor. La economía silencia las críticas formales y parece justificarlo todo. Los amplificadores digitales, ecos sumisos de sus amos, propagan el caos como un ritual de poder. Los periodistas resisten.
Cuidado: en Peaky Blinders hay un periodista asesinado, Michael Levitt.
En Argentina, la banda sonora del poder mileísta resuena con fanfarrias cinematográficas. Afirman que los granaderos a caballo dedicarán a Milei la boxística marcha de Rocky. Los insultos, las acusaciones de “ñonos” y los golpes simbólicos son campanadas de alerta. “Tus dólares, tu decisión”, reza el gobierno.
Thomas Shelby estaría de acuerdo: el poder y el dinero son el plan. Pero en esta era de simulación, Shelby es solo un espejo fantasmagórico, un reflejo deseado.
El estruendo continúa a todo riesgo.
Los Peaky Blinders gobiernan.
¿Quién se les anima?
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