Mi hijo menor cumplió 13 años y estoy en condiciones de decir que ya no tengo hijos chiquitos. Aunque serán siempre mis bebés, pero eso es algo que tengo que trabajar en terapia.
Lo que quiero decir es que siento que estoy entrando en una nueva etapa donde de a poco vuelvo a sentir que mis días son míos.
Porque tener hijos chicos y tener una vida, es un desafío mucho más complicado de lo que se puede sospechar: Ser la adulta responsable de gente que no puede quedarse sola nunca, ni resolverse una comida, ni tiene movilidad propia, te obliga a que durante años (MUCHOS), vivas privada de tu libertad, tu agenda ya no es tuya, sino que está supeditada a lo que esas criaturitas que tanto amás te permitan hacer.
Igual creo que hice lo mejor que pude, lo juro. Dí todo lo que tenía.
¿Cagaditas? mil. ¿Aprendizajes? Millones. Al principio, hay que decirlo, fui bastante desastre, básicamente por falta de experiencia, de sueño, de paciencia, de claridad mental, porque si hay algo que te saca criar niños, es la claridad mental.
Debo decir también que soy mucho mejor madre de cuando arranqué, de eso estoy segura. Y también estoy segura de que hay cosas que nunca, reitero NUNCA, voy a extrañar de esa etapa preciosa e incendiada que es la de tener hijos chiquitos.
Paso a enumerar:
Puerta del cole. Nunca tuve alma de puertera y es algo que tuve que hacer durante cientos de días de mi vida. No tiene remate, sólo catarsis. Todo el tema de tener que llevarlos a un horario determinado y ser puntual ¡Ay qué temprano es el colegio, chicos!. Y después tener que buscarlos en un horario específico… Años y años rogando no pifiarla para que no queden traumaditos con el recuerdo de estar ahí sentaditos solos con el portero del cole esperando a la madre desbolada que no llega…
Festejar sus cumpleañitos. Si hay algo que nunca logré, es organizar un cumple infantil sin estresarme. Lo hice torpemente infinidad de veces. Confieso que nunca los disfruté. Desde que empezaban lo único que quería era que terminen y que se vayan todos. Espero que al menos mis hijitos los hayan disfrutado.
Ir a lugares con juegos para chicos. ¿Existe alguna palabra que signifique lo contrario a nostalgia? ¿alegría? Bueno, eso es lo que siento cuando salgo con mis hijos y no tengo que estar pensando en que el lugar tenga toboganes ni peloteros ni entretenimiento, ni ninguna de esas cosas que a los niños tanto les gusta y a mí tanto me estresan.
Campamento. Hace poco tuve que preparar toda la lista de cosas que mi hijo tenía que llevar a un campamento, ponerle el nombre a la ropa, a la vajilla, a las “mudas” de ropa interior, a la linterna... Por un lado me encantaba la idea de que se vaya de campamento y por el otro pensaba en lo que detesto usar mi tiempo en eso. Y que además probablemente algo se iba a perder. Y saber que después vendrán los infaltables chats de las mamis y papis tratando de averiguar si por casualidad alguien se llevó lo que no trajo su hijo de vuelta…
Mientras rotulaba alguna de esas cosas pensaba también que cada vez falta menos para poder decirle a mi hijito “ocupate vos mi amor de ésto”, hasta ahora lo hice yo porque no quedaba otra, pero no es que me copa…
Lo mismo me pasa con todo ese mundo de llenar formularios, leer cuadernos de comunicaciones ahora virados a mails, y todas esas notificaciones de listas de cosas que hay que comprar, actividades que los chicos van a hacer... Y esa es otra cosa que me perturbó todo este tiempo: que se me pase algo importante para ellos, que mis hijos dependan de que yo me acuerde, de que yo me ocupe, de que autorice...

Siento que hice un esfuerzo denodado todos estos años. Confieso que no nací para que alguien dependa taaaanto de mí.
Por eso estoy orgullosa de haber llegado hasta acá y poder ahora blanquearle a mis criaturitas que los amo, que soy la madre que les tocó, que dí todo lo mejor que tengo, pero que tienen que aprender a hacerse responsables de sus cositas porque ya están grandes, y no me queda tanto resto.
Me acuerdo cuando mi hija mayor era chiquita, muy chiquita, y yo estaba absolutamente absorbida y embobada con su presencia, fui a visitar a una conocida a su casa. Mi “conocida” no le dio ni bola a mi beba, y encima me confesó sin pudor de que estaba hastiada de las criaturitas. Ella tenía una hija de 12 y se notaba que no podía más. Yo no entendía bien qué era lo que le pasaba, pero hoy siento que puedo entenderlo.
Es como que llegás a este momento de la vida con la sensación de “ya saben moverse solos, prepararse la comida, ahora necesito respirar un poco". Poder tomarme ese tiempo que antes no tenía para disfrutar de mi tiempo. Quiero pensar, reflexionar, recuperar ese espacio mental que estuvo tantos años apagando incendios, resolviendo logísticas chinas para que todos lleguemos a todo.
Amo ser madre, hubiera tenido mil hijos, les juro. Solo que como soy madre y sé lo que es, también estoy en condiciones de afirmar “Dos está perfecto”. Y crecidos mucho mejor.
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