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      Así era Tato Bores papá, según Marina Borensztein

      • A 100 años del nacimiento del mito, la más chica de los tres herederos de Mauricio Borensztein evoca una infancia mágica.
      • Miedos, deudas y lecciones del padre al que tuvo que compartir con el público argentino.

      Así era Tato Bores papá, según Marina BorenszteinCon la peluca y los anteojos de papá. Marina a comienzos de la década del '70, a upa jugando a ser Tato.

      Un padre que murió hace 29 años, pero que aparece todos los días, a cualquier hora y en cualquier formato. Ese es Tato Bores ahora, el que no se desdibuja, el infinitum, que parece ingeniárselas para resucitar en monólogos sobre el dólar, la corrupción, la argentinidad al palo.

      "Aunque quisiera olvidarme un solo día de él, no podría. La gente no me deja: viven mandándome videos por mensaje privado", ite Marina Borensztein, la más chica de los tres hijos del mito.

      Desde Madrid, donde vive con su marido, el actor Oscar Martínez, la actriz y autora de Enfermé para sanar y otros libros dos libros, ite que no puede imaginarse a su padre a los 100 años. Se despidió cuando él tenía "jóvenes 70" y está casi obligada a verlo a diario, con ese frac, ese habano, esa peluca con remolino y ese tono de denuncia única de la Argentina patas para arriba. "Ese es, pero a la vez no es mi papá", se emociona. "Es apenas una parte que no abarca todo lo que yo viví, no es completamente mi viejo".

      Ni su mudanza de continente pudo con el bendito fantasma. Marina tuvo que renunciar al traslado de grandes piezas del "museo" de Tato, pero las dejó tranquila al resguardo de su hermano mayor, Alejandro, que convive con premios, ropa, recortes que son documento vivo del humor político argentino. "Voy por la vida con lo único realmente valioso que tenemos, la mochila de recuerdos personales. Por mi forma de vivir siento que lo único que vale es el archivo mental".

      "Silencio, shhh, papá está estudiando". Marina cree que esa es una de las frases que más escuchó durante la infancia, incluso durante las reuniones de té con amigas post-colegio en las que era una misión imposible hacer callar a ocho, diez adolescentes. "Más tarde él se arrepintió de no haber tenido una oficina y tener que estudiar en casa", suma la mujer que estuvo cerca de recibirse de traductora de inglés y que no olvida el "el rito doméstico sagrado" de Tato, el whisky de las 19.

      "Los lunes era su día libre y se ponía traje y corbata y se iba de casa a ver a sus amigos de Spectra, la casa de fotos. Revelaba y revelaba rollos, amante de la fotografía, y después se iba a pasear por la calle Florida, y a tomar algo al Florida Garden junto a su amigo Sergio Renán", se emociona.

      Telones, vestidos, señales...

      Hay un recuerdo que a Marina la devuelve a un estado de flotación, de sentirse como dentro de un sueño: los fines de semana en que acompañaba a Tato al teatro y se impregnaba de olor a bambalinas y texturas de terciopelo. "Recuerdo ver libre a Moria Casán pasearse, u otras mujeres sí, era fascinante y a mí no se me prohibía correr y jugar por ahí. Yo miraba la función de costado y recuerdo una sensación de angustia: verlo a papá decir esos monólogos larguísimos, con mucho esfuerzo. Tenía miedo de que se ahogara, de que le pasara algo".

      Marina Borensztein antes de emigrar a España junto a Oscar Martínez. (Archivo Clarín)Marina Borensztein antes de emigrar a España junto a Oscar Martínez. (Archivo Clarín)

      "Nada me deprimía más cuando era niña que los días en que llovía y papá se iba para el teatro. Me daba un beso y yo me ponía triste, pensaba 'pobrecito, todo el esfuerzo que tiene que hacer, cansarse'. Esa era mi percepción de chiquita", evoca la que nació en octubre de 1966, en pleno éxito televisivo de Tato en domingo.

      "La televisión era otra cosa, me sorprendía mucho más acompañarlo al teatro, ver esa cuestión de no posibilidad de error, sin red. En cambio, en las grabaciones los cortes y las esperas me aburrían. Un año fui su asistente en tele. Yo ya había terminado el colegio y me tocaban tareas como ir a buscar los sanguchitos de miga de La condal", se ríe.

      -¿Ser la más chica representó algún tipo de privilegio?

      -No, cada uno de nosotros tuvo un lugar especial en la vida de mi papá. Yo siempre pensé que Sebastián, el del medio, tuvo un lugar especial porque era muy sensible y demandaba algo distinto, entonces papá ponía atención en eso.

      -¿Como hija mujer hubo algún tipo de trato distinto o una forma de llegar diferente de él, teniendo en cuenta la crianza de esa época?

      -Para mí fue duro leer lo que dijo una vez en Revista Viva, de Clarín, que se había arrepentido de no tener tanto tiempo para mí, de delegarle la tarea de la crianza de la nena a mi mamá. Pero cuando somos padres, los hijos entendemos lo difícil que es no meter la pata, o lidiar constantemente con nuestras inseguridades y miedos. Papá no era cuida ni machista. Creo que para mí hubo dos bajadas de línea muy importantes de él.

      -¿Cuáles?

      -En una, cuando había un novio que no era para mí, me sentó y me explicó: 'Esto te va a hacer sufrir'. Pataleé un rato y se me pasó, porque en definitiva él tenía razón. La otra bajada de línea fue una advertencia: "Novio con moto, no". Estaba prohibido por el peligro. A mis 14 él me había comprado una Honda Corvex chiquita, pero no quería que me subiera a la moto grande de un noviecito. Y a los 18 me regaló el auto, un Fiat Super 128, blanco, al que yo bauticé Boxitracio. Una vez que me dieron el carnet, me llevó por Libertador. Él te hacía sentir la libertad que te otorgaba y la confianza.

      -¿Recordás alguna salida especial de los dos solos?

      -Tengo un recuerdo tierno muy grabado. Papá llevándome sábados a comprarme vestiditos a la calle Quintana. Guardo esa sensación de ir por la calle abrazada por él. Me lo recordó en redes sociales la dueña de un local: "Tu papá te llevaba como a una muñequita".

      Marina jutno a su marido el actor Oscar Martínez en una alfombra roja en el Festival de Venecia. (AP).Marina jutno a su marido el actor Oscar Martínez en una alfombra roja en el Festival de Venecia. (AP).

      -¿Pudieron despedirse sin dejar nada en el tintero?

      -Sí. Tuve dos años para dedicarme a él y acompañarlo. Lo pude besar mucho, acostarme al lado a ver una película. No nos quedaron deudas. Se fue de la mejor manera, reconciliado con todo, incluso con el pasado.

      Señales, perfumes, guiños... Tal vez Marina es la heredera que más contagia el halo místico o que más fuertemente cree en eso de "somos seres espirituales viviendo un rato una vida de humanos". Es habitual escucharla hablar de aquel sueño que tuvo una vez muerto su padre, en el que él se le aparecía caminando por la rambla de Punta del Este, con su equipo blanco de footing, radiante, y que transmitía que no fuera a visitarlo al cementerio porque él no estaba ahí. "Unos meses después, plantaron un árbol en su honor, en los bosques de Palermo".

      La historia de amor de Marina con Martínez jura ella que se la debe a Tato. "Conocí a Oscar cuando estaba en crisis con un novio", suele confesar, romántica. "Me lo mandó mi papá. La noche anterior me había llamado mi amiga Anita Picchio y como me escuchó tan triste me dijo que le rezara a papá, que solo él me iba a ayudar. Me acosté en la cama y lo hice. Le rogué que me ayudara a ser feliz, a enamorarme, a armar una familia y me dormí. Y soñé con Oscar. A la mañana siguiente, corriendo por Palermo, empecé a pedir, 'Papá quiero encontrarme con Oscar'. Y apareció Oscar caminando frente a mí, y no era un sueño".

      Marina BorenszteinMarina Borensztein

      La leyenda dice que terminaron conversando a los pies del árbol que fue plantado en honor a Tato por los Amigos del Lago de Palermo. Hubo intercambio de teléfonos y flechazo. Se casaron en agosto de 2011.


      Sobre la firma

      Marina Zucchi
      Marina Zucchi

      Editora de la sección Historias [email protected]

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