Es la reina de las cepas en Argentina: la más plantada, la más consumida, la que se convirtió en un emblema del país en el mundo a pesar de su origen francés. Porque fue aquí donde el Malbec encontró su lugar y su mejor forma de expresarse, desde que se importó a mediados del siglo XIX hasta la revolución de los años 90, cuando, vinificada como varietal, comenzó a adquirir una identidad propia y alcanzar niveles de calidad superlativos.
Pero ese recorrido no fue lineal ni tiene un único responsable, fue acompañado profundos y paulatinos cambios culturales, tanto para las bodegas y los winemakers como para los consumidores.
En ese camino, se destacan algunos hallazgos, mojones que fueron dejando algunas etiquetas que marcaban un antes y un después, producto del trabajo de algunos visionarios que, con intuición y mucha pasión, marcaron el rumbo. Son Malbec que hicieron historia, aun cuando en el momento en el que se dieron a conocer nadie lo supiera.

Los primeros Malbec (1910-1950)
Se ha difundido mucho, pero vale la pena recordarlo: originaria de Cahors, Francia, la uva llegó a la Argentina hacia 1850 de la mano del ingeniero Michel Aimé Pouget, que fue contratado por Domingo Faustino Sarmiento.
Durante largos años, hasta bien entrado el siglo siguiente, el Malbec sería apenas una uva más entre otras con las que se mezclaba para conformar los vinos que bebían los argentinos en esos tiempos, con etiquetas que no indicaban los varietales y con un estilo que, en general, buscaba copiar a los de Burdeos, aunque los suelos y el clima de esta región fueran completamente diferentes.

Es difícil establecer cuáles fueron los primeros Malbec que tuvieron ese nombre en la botella, pero algunas huellas permiten inferir que hubo ejemplares que vieron la luz tempranamente, aunque entonces pasaran desapercibidos.
La bodega Luigi Bosca, fundada en 1901 por Leoncio Arizu, tiene aún en su cava algunas botellas de 1912 identificadas como Malbec -aunque sin etiquetar- que podrían ser un punto de partida. En aquellos años, la familia Arizu tenía varias marcas. Una de ellas llevaba su propio apellido, y algunas publicidades de la época muestran sus vinos con la denominación “Malbeck”, con “k” al final. Así lo acredita un aviso publicado en la revista Caras y Caretas de 1920.

A su vez, el historiador Pablo Lacoste recoge un dato llamativo en su libro El vino del inmigrante. Con diarios de la época como fuente, señala que la bodega Bianchi, de San Rafael, Mendoza, obtuvo en 1934 “el primer premio de los vinos categoría Malbeck” en en certamen provincial.
Quizás sean estos los registros más antiguos de los primeros vinos varietales donde algunos pioneros decidieron mencionar la cepa en la botella, a pesar de que entonces no se la consideraba sinónimo de calidad. Como explicó el enólogo Ángel Mendoza en una nota a Clarín: “El Malbec era el plebeyo, se usaba para hacer vino común, de mesa. El vino aristocrático, el de las cenas de los ricachones y los grandes restaurantes de Buenos Aires era el Cabernet Sauvignon”.

Para los años 70, otras bodegas centenarias como Norton o Lagarde, junto con otras más nuevas, ya estaban empezando a cambiar ese concepto, y los ejemplares de aquellas añadas que hoy se pueden degustar así lo demuestran. El Malbec apenas empezaba a despegar, pero ya había que tomárselo (en su doble sentido) muy en serio.
Los primeros Malbec de exportación y el salto de calidad: los vinos que se convirtieron en leyenda (1970-2000)
Norton había empezado a experimentar con el Malbec en 1969, que usaba en su etiqueta Norton tinto, su marca fundacional, pero fue recién dos años después que decidió apostar 100% por esta uva, que en su caso provenía de sus viñedos de 1930 de Lunlunta, en Mendoza. Esa primera añada, la de 1971, se exportó por primera vez a Estados Unidos, inaugurando la salida al mercado internacional.

Casi al mismo tiempo, la bodega López empezó a exportar Malbec a Francia, aunque al principio el nombre del varietal lo colocaban en la contraetiqueta. "En 1969 ya vendíamos nuestro vino Casona López, 100% Malbec, a una de las cadenas de vinotecas más importantes de París, llamada Nicolás, que todavía existe", cuenta Eduardo López Laurenz, actual director.
La década del 70 sumaría otros hallazgos, como el mítico Estrella 77 de Bodegas Weinert, una creación del legendario enólogo Raúl De la Mota que se convirtió en un vino de culto que hoy atesoran coleccionistas.

Faltaba poco para que Nicolás Catena, inspirado en los vinos californianos, disparara cambios revolucionarios que transformarían para siempre la industria.
“Fue a principios de los 90 que el Malbec empezó a sonar como ‘carta original’ de la Argentina vínica, con posibilidades de crecer”, observa el sommelier Fabricio Portelli, que también destaca el rol que asumió Catena Zapata.

“En 1995 nace el primer Malbec de alta gama de la bodega, el Angélica Zapata. El cual, a su vez, dio inicio a una serie de Malbec de esa bodega tan variada como exitosa, pasando por el Malbec Argentino (2004) y culminando con los Malbec de parcela de Adrianna Vineyard”.
Los primeros Malbec con 100 puntos Parker
En 2018, una noticia sacudió el mundo del vino argentino: por primera vez, dos etiquetas sudamericanas habían sido reconocidas con el puntaje perfecto de Robert Parker, el estadounidense creador de la revista The Wine Advocate cuyo ranking anual ya tenía el poder de lanzar un vino “al estrellato” en todo el mundo.
Los elegidos resultaron creaciones de un mismo enólogo, Alejandro Vigil, y uno de ellos fue el mencionado Adrianna Vineyard River Stones Malbec (en este caso, cosecha 2016). El otro fue un Cabernet Franc: el Aleanna Gran Enemigo Gualtallary Single Vineyard 2013.

Desde entonces, los reconocimientos internacionales se convirtieron en una costumbre. En 2019, el podio de Parker lo encabezó el Zuccardi Piedra Infinita Supercal Paraje Altamira 2016, y la misma bodega repitió el logro en 2021 con su Piedra Infinita Gravascal. Sus viñedos, además, fueron distinguidos como los mejores del mundo durante tres años consecutivos.
Todo esto fue apenas una muestra de lo que vendría y se repite año tras año. Superando sus propios récords, los Malbec argentinos fueron conquistando paladares de otros críticos, como Tim Atkin y James Suckling y llegaron lo más alto de concursos como el International Wine Challenge (IWC) o los Decanter World Wine Awards (DWWA).
Los primeros Malbec orgánicos, los más australes y los de altura máxima
En un escenario tan competitivo que multiplica su oferta constantemente y sube cada vez más la vara de la calidad, sigue habiendo espacio para ir más allá de los límites.
La exploración de nuevas formas de vinificar la cepa dio lugar, entre muchos otros ejemplos, al surgimiento de los Malbec orgánicos, que datan de hace cuatro décadas. La bodega salteña Nanni, de 1897, se convirtió en la primera en obtener la certificación de Argencert (hoy Ecocert) en 1996 y dos años después se plantaban en el Valle de Uco mendocino los primeros viñedos de Domaine Bousquet, hoy gran referente argentino del segmento.
En 2017, la bodega Krontiras dio un paso más y elaboró el primer Malbec natural (sin ningún tipo de intervención en el proceso de fermentación), abriendo la puerta a un estilo que empezaría a ganar fuerza, especialmente en el segmento joven.

Salta también innovó explorando la altura. De la mano del empresario suizo Donald Hess, Colomé, la bodega más antigua del país (fundada en 1831) marcó un hito cuando, en 2001, plantó viñedos a 3.111 metros.
Y el gran mapa del Malbec ya no tiene fronteras. Desde los primeros vinos patagónicos elaborados por la bodega rionegrina Humberto Canale (fundada en 1909), en el vasto sur argentino fueron sumándose productores en Neuquén y Chubut, la provincia que ostenta el ejemplar más austral con Otronia, en el paralelo 45.
Con casi dos siglos de vida, el Malbec argentino está lejos de tocar su techo. Cada vez con más protagonistas, esta historia se sigue escribiendo.
Sobre la firma

Jefa de Audiencia y columnista de vinos de la sección Gourmet. [email protected]
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