El ritual adolescente del Último Primer Día (UPD) de clases se extendió en los últimos años y ya está instalado como un “hito” entre los estudiantes que comienzan su último año de secundaria en Argentina. Si bien es una tradición celebratoria, el consumo de alcohol y otros peligros que puedan darse en este contexto preocupa a las familias y escuelas. ¿Cómo manejar el consumo de sustancias en personas menores de edad? ¿Qué estrategias poner en juego ante el famoso “lo hacen todos” o “si no voy, me quedo afuera”? ¿De qué manera cuidarlos, con límites, pero sin invadir?
La celebración se hace durante la madrugada previa al primer día de clases: los jóvenes se reúnen para festejar el inicio de su último ciclo escolar, y termina con la llegada de los y las adolescentes a la escuela.
Es una “previa” antes del regreso a las aulas que, en ocasiones, está teñida por la euforia y el descontrol. De hecho, hace unos días ocurrió un grave accidente en una de estas celebraciones: en un UPD en Victoria, Entre Ríos, un adolescente de 16 años sostuvo un mortero encendido (pirotecnia) y éste le explotó en la mano, provocándole severas consecuencias.
El miércoles 5 de marzo de 2025 comienzan las clases para los alumnos de nivel secundario en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires, por lo que la noche del martes será el escenario de muchos festejos del UPD de este año.
“No debería existir”
“No estoy de acuerdo con estos festejos”, sentencia una profesora con más de quince años de experiencia en secundarios de la ciudad.
“Cada año que pasa se hacen más cantidad de festejos por curso, y son cada vez peores: empiezan con el UPD y, después de eso, cada evento tiene que ser ‘superador’ al anterior. Incluso el año pasado hubo colegios que hasta han suspendido la entrega de diplomas por los desmanes que se han provocado en estas fiestas. Para mí, no deberían existir”.
“Estoy totalmente en contra del UPD”, dice otro profesor que hace casi veinte años recorre variados secundarios bonaerenses y porteños. “No estoy formado para trabajar con personas que estén súper pasadas de rosca, como me ha pasado. Es responsabilidad de los padres, que mandan pasados de droga y de alcohol a los pibes -menores de edad, dicho sea de paso-. Creo que hoy los padres no quieren poner límites, y no se dan cuenta que los límites tienen que ver con el amor: es una manera de decirle a la otra persona que te importa, que te importa que esté bien”.

¿Y los límites?
“Una madre de un nene de séptimo grado le preguntó hace unos días a la directora de primaria si el colegio tenía previsto ‘hacer un UPD’ de séptimo grado: ¿acaso considera que los chicos de 12 años tienen que hacer un UPD?”, se pregunta, con asombro, una psicóloga parte del equipo de orientación de primaria y secundaria de tres escuelas de CABA.
“Todo lo que hacen los más grandes se lleva luego a los más chicos (por ejemplo, hoy todos los nenes de 5 años tienen fiesta de egresados, cuando antes eso no existía). La incoherencia no depende solo de los chicos”.
Tanto la familia como la escuela son fundamentales para que el UPD no se convierta en una experiencia riesgosa. Dice Laura Lewin, especialista en educación y formadora docente, a Clarín: “El problema no es que el adolescente haga cosas de adolescente. El problema es que no tenga un adulto responsable cerca que pueda poner un freno a una situación que claramente lo perjudica. El adolescente no necesita la famosa frase ‘¿y qué querés que haga? No quiero ser el único padre que dice que no. Le tuve que decir que sí’”. Porque, asegura, el padre que “más que padre es amigo deja huérfano a su hijo”.
La presión social y el “pertenecer”
“En el UPD, la emoción de cerrar una etapa se entrelaza con la necesidad de celebrar y reafirmar el sentido de pertenencia dentro del grupo. Sin embargo, lo que debería ser una experiencia significativa muchas veces se convierte en una celebración riesgosa, marcada por el consumo de alcohol y conductas imprudentes”, dice Lewin.
A su vez, la médica pediatra Ángela Nakab -miembro de la Subcomisión de Medios de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP)- señala: “La presión social pesa mucho en esta etapa y es muy intensa en el desarrollo cerebral de los chicos, que están en plena búsqueda de su identidad y necesitan estar con sus pares”.
Es por eso que es esencial el diálogo previo para que el evento se viva de manera responsable y sin incidentes: es un momento crucial para establecer reglas claras y mantener una comunicación abierta con los adolescentes.

De respeto y responsabilidades
“Hay que crear conciencia de que las formas de festejos pueden ser múltiples, y no necesariamente deberían implicar estar ‘quebrado’. Y mucho menos ir quebrado al colegio, porque ahí además aparece la falta total y absoluta de respeto hacia nosotros como trabajadores de la educación”, dice otra profesora a este medio.
E ilustra: “Si no vas a ir a una pizzería y tirarte a dormir en el piso mientras tus amigos filman y suben esa situación a las redes porque es una falta de respeto, ¿por qué tenemos que soportarlo nosotros? Porque esa es la idea: ir borrachos, quebrados, tirarse a dormir en el colegio y filmarse”.
¿Cuál es la idea de ir a la escuela en este contexto?, se pregunta Laura Lewin. “Si es ir a aprender, ¿se puede ir a aprender sin dormir y en estado de embriaguez? Y si en ese estado, termina desmayado, con un golpe, o lastima a alguien, ¿quién es responsable? ¿La familia por mandarlo así o el colegio por recibirlo en esas condiciones?”
Ni amigos, ni enemigos: padres aliados
El primer paso para abordar la situación es una conversación con los chicos, sincera y sin juzgamientos, centrada en la seguridad y el bienestar, no solamente en el control. “Expresar preocupación sin acusar y reforzar la confianza: recordar que pueden llamar en cualquier momento si necesitan ayuda o se sienten incómodos”, dice a Clarín Alejandra Ariovich, médica pediatra, actual secretaria del comité de adolescencia de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP). Preguntar, escuchar y compartir las preocupaciones desde el cuidado, no desde la censura.
“Me preocupa que puedas sentirte presionado/a, y quiero que sepas que estamos acá ante cualquier situación que te incomode. No dudes en llamarnos si vos o alguno de tus amigos se siente mal” puede ser uno de los mensajes clave.
Mientras hay padres y madres que dejan a los adolescentes ir sin mediar demasiadas trabas, otros no los dejan participar; en el medio, como siempre, hay matices: como estos eventos pasaron de ser “individuales” y “exclusivos” por colegio, a celebrarse masivamente en parques y plazas (muchos colegios juntos, mucha gente, casi como un antiguo “Día de la Primavera”), muchos padres y madres optan por acompañarlos y quedarse cerca, por ejemplo en la estación de servicio más cercana, para que si necesitan algo, surge algún problema, se separan del grupo en la multitud, etc., hay un grupo de padres que se quedan para asistirlos y llevarlos de vuelta a casa.
Es importante que los adolescentes sientan que sus padres son aliados, y que pueden confiar en ellos en el caso de necesitarlos. A su vez, los padres deben conocer todos los detalles del evento:
¿Qué tipo de actividades planean? ¿Qué adultos estarán supervisando a los chicos? ¿Qué adolescentes participarán? ¿Dónde irán y a qué hora regresarán? ¿De qué manera se transportarán, o los llevarán los padres? ¿Hay un “plan de emergencia”, es decir, sabe dónde llamar o a quién recurrir en caso de necesitar ayuda? ¿Puede comunicarse en ese caso? ¿Pueden cuidarse entre ellos y estar atentos si alguno necesita ayuda? Conocer estas variables ayudará a reducir la incertidumbre y promover la seguridad.

Retrasar el consumo, clave
Jesica Suárez es magíster en antropología social y consultora en políticas de prevención y tratamiento del consumo de drogas. En diálogo con Clarín, sugiere que la clave no está solo en intervenir en el momento del consumo, sino en fortalecer un sistema preventivo previo, “intervenciones que no sean inmediatamente antes o en el momento del evento, sino que se trabajen con anticipación, para que los jóvenes ya cuenten con herramientas cuando lleguen a esa instancia”, sostiene.
Uno de los objetivos de estos sistemas preventivos -advierte- es retrasar la edad de inicio en el consumo de alcohol u otras sustancias. “No es lo mismo un chico que empieza a tomar a los 13 ó 14 años que otro que lo hace por primera vez a los 17”, enfatiza Suárez. “Cuanto más tardío sea el primer o, menores serán las probabilidades de desarrollar una problemática de consumo”.
Además, alerta: “La escala AUDIT (una herramienta validada por la OMS para identificar patrones dañinos en el consumo de alcohol) revela que el riesgo en jóvenes de 12 a 17 años se duplicó entre 2010 y 2017. Esto indica que cada vez más adolescentes están expuestos a un consumo perjudicial, lo que exige intervenciones preventivas más tempranas”.
Entre los principales factores de protección, Jesica menciona el rol de la familia y del grupo de pares: “Los estudios muestran que éstos son elementos clave para prevenir consumos problemáticos. Por eso, es fundamental trabajar con los padres y generar estrategias que fortalezcan los vínculos familiares y las prácticas saludables dentro del hogar”.
Los adolescentes, el alcohol y la “reducción de daños”
“He visto cómo los chicos se han puesto a armar la lista del alcohol que van a llevar a la fiesta o viaje de egresados en el pizarrón, incluso con los profesores dentro de su aula”, dice otra docente porteña a Clarín.
Es que datos de estudios recientes indican que los niveles de consumo de alcohol entre los jóvenes va en aumento: según la Encuesta Nacional de Prácticas de Cuidado de SEDRONAR (2022), 8 de cada 10 jóvenes encuestados de entre 16 a 24 años consumieron alcohol en su vida, con una edad media de inicio de 17,7 años (17,1 los varones; 18,5 las mujeres).
Es en este contexto que ocurren los UPD, en el que el alcohol es bebida corriente para muchos adolescentes. Por eso, además de la prevención y cuidado, será clave trabajar en lo que los especialistas llaman “reducción de daños”, que es transmitir cómo tomar responsablemente -si es esto posible a menores de edad-, cómo reconocer situaciones de riesgo, cómo actuar ante esos imprevistos, y cuándo pedir ayuda.
Es fundamental que los padres les expliquen a sus hijos los riesgos asociados con el consumo de alcohol. No solo deben abordar el problema del consumo, y del consumo en exceso, sino también el hecho de hacerlo a una edad temprana, y cómo esto afecta fisiológicamente al cuerpo.
Señala Nakab: “Explicarles que su metabolismo es diferente al de las personas adultas, y los riesgos se pueden maximizar, por ejemplo, deshidratación, intoxicación, pérdida del control, quedarse dormidos y olvidar lo que ocurre, quedar indefenso por la intoxicación con alcohol”.
Es importante que los chicos comprendan lo que podrían hacer si se encuentran con una situación en la que un conocido esté bebiendo de más. Aunque tal vez ellos no consuman alcohol, otros pueden hacerlo, y necesitan entender cómo actuar para evitar consecuencias negativas, como deshidratarse o llegar a situaciones peligrosas.

Familia y escuela: estrategias conjuntas
Muchas instituciones han implementado estrategias para contener la situación: desde programas de concientización sobre el consumo de alcohol hasta otras medidas, como la contratación de seguridad o la restricción de bebidas alcohólicas en los festejos.
Incluso otras impulsaron actividades nocturnas en espacios seguros, encuentros al amanecer con música y desayuno, viajes cortos con dinámicas grupales, campamentos o desafíos deportivos.
Si bien cada escuela lo maneja distinto, la mañana posterior al UPD no se suelen dar clases: les dan la mañana libre, hacen un desayuno, o incluso hacen vuelta a clases escalonadas, para que los chicos de primero a cuarto año no se crucen con los adolescentes que van a empezar quinto año después de pasar la noche sin dormir -muchos, alcoholizados-. “No se puede trabajar con los pibes en ese estado”, coinciden los docentes.
Sin embargo, advierte Lewin, estas acciones y estrategias no pueden ser responsabilidad exclusiva de la escuela: “Ésta debe generar espacios de reflexión y trabajar junto a las familias para ofrecer alternativas que permitan celebrar sin exponerse a situaciones de peligro. Pero es en el hogar donde comienza la verdadera prevención: los adultos debemos hablar con los jóvenes sobre los riesgos del consumo de alcohol, fortalecer el vínculo de confianza y fomentar una relación en la que los chicos sientan que pueden acudir a nosotros sin miedo a ser juzgados”.
El UPD funciona como un ritual de paso, pero la verdadera cuestión será cómo hacer de esta madrugada un recuerdo valioso y seguro, que no necesita excesos, sino celebración y orgullo por haber cumplido etapas.
Por último, el citado profesor y licenciado en comunicación insiste en que “la gran pregunta que debemos hacernos es ¿por qué los pibes tienen la necesidad y deseo de esta locura, de drogarse, emborracharse así?¿Por qué este deseo (casi) autodestructivo de ‘no me importa nada’? Es peor que el nihilismo y el ‘no future’ que proponían los punks allá por los 70: creo que estamos viviendo una época de desamor, donde el otro -que siempre es un límite para mí, pues vivimos en sociedad- no importa, no vale, y esto repercute en cómo nos relacionamos”.
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Editora de las secciones Familias, Relaciones y Astrología. [email protected]
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