Dice que ya estuvo ahí. Que conoce ese estado, pero en vida. Que morirse fue estar “en blanco” un mes. Que hasta hoy se pregunta por dónde anduvo su alma todo ese tiempo en que, internado, se le borraron los recuerdos. “De repente, en un vuelo desde el Chaco a Buenos Aires, desapareció el mundo. Mi representante llamó a mi psiconalista y me internaron. ‘Estado confusional’, decía mi carpeta. No reconocía nada. Fue un período de no existencia, en 1979. Después, hace ocho años me apareció un cáncer. Lo operé y lo peleé. Pum, dos veces en terapia intensiva. Y aquí estoy, bien. Ya he atravesado pequeñas muertes, por eso estoy tan vivo”.
Entre finales y principios anda Pepe Soriano hoy. Terminó La laguna dorada y ya piensa en los ensayos de La nona (que estrenará en Navidad en Mar del Plata, a 35 años de su protagónico en cine). A los 84 años, (que serán 85 el 25 de septiembre) tiene más hambre que el personaje de la monstruosa abuela: “Uno es actor primero por un déficit afectivo. ¡Por favor, díganme que me quieren! ¿Cómo me lo dicen? Con el aplauso. Y no alcanza”, dispara.
Pero a usted lo han querido mucho a lo largo de su vida, Pepe. ¿No le alcanzó?
Nunca. Es como un colador. Me han regalado centenares de hojas que se ponen amarillas. Analistas y críticos en distintos tiempos y medios. Alguno podría decir ‘Ya le dieron 100 páginas de aplauso, que no joda más. ¿Por qué insiste">