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      La melancolía de la resistencia

      Hoy se exhibe Satantango, de Béla Tarr, un épico filme de siete horas considerado una de las obras maestras de los 90. Con Clarín, el cineasta húngaro reveló destellos de su controvertida personalidad.

      Redacción Clarín

      ABéla Tarr le gusta contar la siguiente broma: "Que el rollo de película virgen tenga sólo once minutos es una forma de censura de parte de Kodak". La afirmación sirve para conocer dos aspectos del cineasta húngaro: que tiene preferencia por las tomas largas y que tiene sentido del humor.

      Lo primero es más o menos conocido por el mundillo festivalero. Béla Tarr es famoso por Satantango, una película de siete horas de duración que fue elegida en varias encuestas como una de las mejores de la década del 90. Satantango comienza con una toma de diez minutos de vacas pastando en un paraje desolado y continúa con otra de diez minutos de una ventana a la amanecer. Y así...

      La película ha sido descripta como "un imponente experimento cinematográfico", por Janet Maslin, ex crítica de The New York Times. Jonathan Rosenbaum —crítico, miembro del jurado porteño e importante promotor de la obra de Tarr— la considera "la película más impresionante de la década". Y ya es conocida la frase de otro miembro del Club de Béla, la escritora Susan Sontag: "Me encantaría verla una vez por año por el resto de mi vida".

      Lo segundo (su buen humor) es, acaso, inesperado. Sus filmes tienen una gravedad, sino solemne cercana a lo místico, cada plano suyo parece revelar a una persona atribulada, densa, compleja. Y esa sensación no se despeja cuando se produce su encuentro con Clarín, en el Festival de Chicago al que fue a presentar su última película, Werckmeister Harmonies, de 160 minutos de duración (también conocida como "el corto de Béla").

      No es todavía el mediodía y Tarr camina, taciturno, por el hall del Hotel Claridge. No es un hombre fácil. Fuma, ansioso, mientras mira por la ventana y prefiere las respuestas cortas, casi evasivas.

      La escuela de Tarr es clara y él la confirma con sus respuestas. "No me gusta explicar mis filmes —dice—. No soy bueno para analizarlos." Si bien quiso de joven ser filósofo, Tarr reconoce no centrarse "en ninguna teoría estética a la hora de filmar". De hecho, la carrera del húngaro comenzó con películas más cercanas en tono a un realismo de cinema verité, mucho antes de pasar (en Damnation, 1987) al estilo que Rosenbaum caracterizó como "un Tarkovsky sin espiritualidad mezclado con la intensidad de un Casavettes". "No soy creyente, no creo en Dios", responderá suscinto cuando se le pregunte por el tono místico que respira en su último filme, logrado con complejísimos planos secuencias e impactante manejo del espacio.

      Tarr contará que en Werckmeister... volvió a adaptar una novela de László Krasznahorkai (Satantango) llamada La melancolía de la resistencia y que se centra en un misterioso circo con una gigantesca ballena que llega a una ciudad. "Ambas tienen una estructura musical, con repeticiones y alteraciones —explica—. En Satantango son los doce pasos, seis hacia delante y seis hacia atrás, del tango europeo".

      También dirá que tiene "infinitos problemas económicos para filmar. Werckmeister... tomó dos años y se filmó en distintos lugares, con distintos equipos técnicos". Lo que sorprende es la unidad de visión que tiene su filme, que no parece haber sido hecho con media docena de diferentes directores de fotografía.

      Tarr —cuyo fuerte temperamento fue confirmado por los organizadores del Festival de Chicago a la semana siguiente a la entrevista, cuando la copia de su película no llegó a Nueva York en la fecha prevista para una función privada con Lou Reed y Susan Sontag— dice que no va al cine: "No veo filmes ni tengo influencias de otros realizadores. Acaso Miklos Janscó, aunque nuestras películas no se parecen en nada".

      Satantango, entonces, y Werckmeister Harmonies combinan a la perfección aquello de la resistencia (física, y de la otra) y la melancolía (por un tiempo, por un lugar, por un cine que está en vías de extinción). En Béla Tarr se unen y forman maravillosos resultados.

      (Satantango se verá hoy, a las 14, en el Abasto 12, con intervalos, donde se repite el domingo 29, a las 14.45. Werckmeister Harmonies, mañana a las 20.30, en el Abasto 8. Repite el martes, 19.25, en el Abasto 10)


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