Al revés que “Poco Ortodoxa”: la mujer que entró al mundo de los judíos religiosos en la Argentina
Yamila Silberman hizo un camino desde una vida "común" hasta el apego a las reglas bíblicas. De la mesa al dormitorio, cómo es ese mundo.
Cuando se haga la serie sobre la vida de Yamila Silberman habrá una escena crucial: ella vive en Buenos Aires, tiene 24 años y reúne a sus compañeras de la Facu, pone sus jeans, su ropa ajustada como en una feria americana y ellas eligen, se prueban, se la llevan. Una toma final apunta al placard: sólo quedaron las polleras. Yamila está en el camino al judaísmo ortodoxo. Pero viene de otro lado.
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En estos días, claro, el mundo miró a los judíos ortodoxos a partir de una serie que Netflix llevó a muchísimas casas: Poco ortodoxa. La serie cuenta la vida de "Esty", una chica que crece en la comunidad Satmar (o Satmer), de Williamsburg, Brooklyn, Estados Unidos. Esty se siente oprimida, resiente su falta de educación y encima le arreglaron un matrimonio con un muchacho al que verá media hora por todo concepto antes de la boda. De a poco Esty va pensando en huir y un día da el gran salto: en la escena crucial, ella se saca la peluca que llevan las judías religiosas desde que se casan -no se puede mostrar el pelo, mostrar el pelo es seducir- y así, a cabeza limpia, se mete en un lago, como en un bautismo. Afirma su camino hacia afuera de la ortodoxia.
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Yamila, volverse ortodoxa
Parte del impacto de la serie es su apego a los detalles -hubo asesores religiosos- y el hecho de que está basada en un caso real: Deborah Feldman nació en 1986 en esa comunidad y en 2012 contó cómo vivió y cómo se fue en un libro, Unorthodox, que por ahora sólo está en inglés y que tiene similitudes y diferencias con lo que mostró Netflix.
La plataforma también ofreció un documental, One of us (Uno de nosotros), con varios casos de personas que dejaron una comunidad ortodoxa en Estados Unidos: para ninguno fue fácil pero menos para la mujer entrevistada, que perdió la batalla legal por su hijo. De hecho hay, en ese país, una organización creada en 2003 -Footsteps- que da contención y de qué vivir a quienes dejan el abrigo comunitario y quedan solos en el ancho mundo.

En la Argentina, por supuesto, también hay quienes dejan la ortodoxia. Clarín habló con dos mujeres pero ninguna aceptó que se contaran sus historias ni sus nombres: la familia que "quedó allá" fue el principal argumento.
¿Pero es así la vida de todos los judíos, de todos los judíos practicantes, de todos los ortodoxos?
"Dentro del judaísmo es feísimo hablar de divisiones pero hay una realidad, hay gente más observante, gente menos observante", explica desde su casa y en cuarentena Axel Shimon Wahnish, 38 años, egresado del Carlos Pellegrini, rabino de la comunidad marroquí en Buenos Aires. "Dentro de los más observantes, más conocidos como ortodoxos hay una corriente específica, la corriente jasídica, que a su vez tiene muchas ramas. Los satmar son una de esas ramas. En Argentina, son un grupo bastante pequeño, asentados sobre todo en Flores".

Aunque algunos creen que los satmar porteños son más abiertos que los neoyorkinos, no fue la experiencia de Clarín, que no pudo acceder a ellos.
Sin embargo, dice Wahnish: "no son el prototipo de judío observante en general, de hecho acá hay muchos judíos ortodoxos que van a la universidad, se desempeñan en sus profesiones. Mis hijos -tiene cinco- hacen karate, música, futbol, dibujo".
De hecho mucho de lo que se ve en Poco ortodoxa, aclara Wahnish, son costumbres propias de los satmar y no de otras comunidades religiosas: "por ejemplo, el rapado de las mujeres casadas es una costumbre sólo de satmar. Hay muchos que no concuerdan y que hasta prohíben esa práctica".
Tampoco es satmar la comunidad a la que entró Yamila -la del placard de polleras- sino otra, muy visible y poderosa dentro de los jasídicos: Jabad Lubavitch.

"Mi camino para reconectarme con mi esencia, por decirlo de alguna forma, empezó a mis 24 años", cuenta Yamila. Antes tenía una vida judía, digamos, laica. Fue a una escuela judía no religiosa, iba a veces al templo, celebraba en la casa las fiestas principales. Su familia era su mamá: el papá se había declarado ausente. Y tras los temblores de 2001, en 2002 la mamá decidió irse a vivir a Israel.
-Era un año bastante convulsionado, yo acababa de terminar la secundaria. Al final, ella decidió quedarse y yo, seguir por mi cuenta con los trámites. Me fui con un grupo de cincuenta y pico de personas. En Israel me quedé tres años. Y en ese lapso una de mis amigas más cercanas se enfermó y se apegó un poco más a la religión. Ahí empecé a descubrir otra cara del judaísmo, que ni siquiera tenía en la cabeza. Compartí con ella su vivencia de acercarse y empezar a ver, estudiar. Pero quedó ahí. Yo finalmente volví. Así como volví, a los seis meses empecé a trabajar en una institución de Jabad, en Villa del Parque.
-¿Qué hacías?
-Secretaria. Fui por una prima de mi mamá, me presenté y me tomaron. Ese fue el primer paso, empezar a descubrir las familias, digamos. Fue lo primero que me llamó la atención y lo primero que me tocó: yo soy hija única, crecí toda la vida con mi mamá, la amo, para mí ella es lo más que hay.
-¿Y tu papá?
-No, la verdad que él se fue en su momento, yo era muy chiquita, nunca fue un padre presente. Ella hizo todo sola, la verdad, le agradezco por quien soy. Y en Jabad empecé a ver este contexto de familia, no sólo por la cantidad de chicos que tenía cada uno, sino por los vínculos que había en los chicos, cómo se cuidaban entre ellos, cómo los papás les hablaban a sus hijos, lo unidos que eran. A veces me pedían que fuera a cuidar a unos chicos del rabino. Yo veía la dinámica en la casa. Y de repente me encontré, con 22, 23 años, diciendo: "yo quiero formar una familia así. O sea", yo quiero tener una familia que tenga estos valores.
-Contame más qué veías. Si es por la serie Poco ortodoxa, da la impresión de que las relaciones son muy rígidas.
-Los chicos eran muy compañeros, los papás escuchaban a los chicos. Se hablaba mucho de lo que sentían. No había tele, todo era espacio de juego, de conversación. Eso me llamaba mucho la atención porque, si bien mi mamá me acompañó toda la vida, yo había crecido con la televisión y había visto otras dinámicas también. Acá los papás estaban muy presentes. El rabino trabajaba, la esposa trabajaba, pero los dos estaban. En tiempo y en presencia en ese tiempo, en escucha con los chicos.

-Vos todavía no eras ortodoxa. ¿Cómo pasaste de trabajar ahí a adoptar esa forma de vida?
-Me invitaban a Shabat (la ceremonia del viernes por la noche para recibir el sábado, que es un día sagrado), me invitaban a las fiestas. Veía cómo le abrían las puertas de la casa a gente desconocida, porque a mi no me conocían, y la invitaban a mi mamá también. Y de repente me sentí como en casa, eso fue lo que me pasó, eso fue lo que más me tocó. La apertura del corazón a otro. Y dije "yo quiero una vida así". Pero quedó ahí.
-¿Y el paso?
-Esto fue a los 22 años, yo veía, miraba, iba a cuidar a los chicos, me invitaban a las fiestas, la llevaba a mi mamá. Yo por ahí iba a Shabat y después salía con mis amigas. Una de las cosas que más me marcó fue una vez que uno de los nenes que tenía el rab me dijo: "¿para qué trajiste la cartera?" Y yo no supe qué contestarle. Entonces, si bien ellos sabían que yo no cumplía -las reglas de Shabat indican no viajar, no cargar peso y no tocar plata, entre otras cosas-, me lo pregunté a mí: "¿para qué traje la cartera? ¿Para qué quiero salir yo después? ¿Qué es lo que estoy buscando ahí afuera?"
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-¿Y qué es lo que buscabas?
-Cuando salía, después de Shabat, nada, no me había hecho esa pregunta, eso es lo que pasaba. Volví de Israel y empecé a estudiar Psicología. Iba con mis amigas de la facultad a bailar. Y lo que el nene me preguntó, me resonó y dije: "¿para qué estoy haciendo esto? Si esto no es lo que yo quiero para mi vida. Quiero, no sé, estudiar, formar una familia. Y a los 23 años, estudié todo el año con el rabino. Estudiamos Tania, que es el libro de profundidad de Jabad.
Un manual con muchos años
El mundo en que se está por meter Yamila a esta altura no es un mundo simple. En su libro Los lubavitch en la Argentina, Alejandro Soifer explica: "La ortodoxia judía es un movimiento amplio a nivel mundial que congrega en su seno distintas y hasta contrapuestas visiones acerca de lo que es el propio judaísmo"
Si las primeras leyes del judaísmo son, según la tradición, las que Dios dicta a Moisés en el monte Sinaí, luego vienen las interpretaciones y cada maestrito con su librito. "La ortodoxia asume la postura más radical y, en buena medida, fundamentalista", escribe Soifer. "Considera que no sólo lo que está escrito en el Antiguo Testamento es una crónica real, histórica, que habla de los antepasados directos de todos los judíos actuales (lo cual lleva a posiciones muchas veces extremas, como desechar la teoría de la evolución de Darwin o sostener que los dinosaurios nunca existieron porque en la Biblia no se hace mención a ellos), sino que además lo toma como un manual para la vida."
Ese manual no es sencillo, nada de Pequeño Manual Ilustrado. La Biblia tiene para los judíos 613 preceptos. De cuáles y cómo se cumplen parten las diferencias entre distintas tendencias.
"No existe contextualización posible", dice Soifer. "El manual para la vida de una tribu nómada que surcaba el desierto hace tres mil años sirve y debe repetirse exactamente igual para un judío porteño del siglo XXI o un judío ruso viviendo en Siberia o en cualquier otro lugar del mundo".
Con los años, claro, hubo otros movimientos, aquellos que vieron al judaísmo no tanto, o no solo, como una religión sino como una nación o una identidad, dice Soifer "que condensa una serie de costumbres, ritos, antepasados, mitología y por lo menos tres lenguas madre (ladino, idish y hebreo)". La ortodoxia -sostiene- se plantó contra esta modernización.
Sobre "Poco ortodoxa"
El rabino Wahnish, sin embargo, apunta a una convivencia entre ortodoxia y modernidad. Cuenta que estudió Psicopedagogía -"una carrera tradicionalmente de mujeres"-, que cursó con la que sería su esposa. Y que toca percusión. En la serie está vedado que las mujeres canten delante de los varones. Reacciona Wahnish:
-Justo en la serie parece que está prohibida la música y uno dice: "¿pero de dónde lo sacaron?"
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El rabino Axel Wahnish y "Poco ortodoxa"
-Lo que dice es que está prohibido que las mujeres canten delante de los varones
-Eso sí, pero después también parece que las clases de piano de Esty eran vistas como un sacrilegio. Yo, de hecho, incentivo a mis hijos, toman clases de piano, de dibujo. Entonces yo creo que lo que ocurre es lo siguiente: toda sociedad tiene familias o personas tóxicas o patológicas. Y desde la serie se da una caricaturización. ¿Qué hace una caricatura? Agarra determinados detalles y los agranda de modo tal que algo chiquito parezca gigante. Entonces, claro, en la serie hay un cóctel explosivo: una nena que se siente abandonada por la madre, el padre alcohólico, una tía malvada que parece de la Cenicienta, un novio que es emocional y socialmente es raro, un primo mafioso, que es un impostor. Uno agarra ese cóctel y creo que hasta yo me escapo de esa familia. Eso puede pasar en cualquier religión o en familias que no tienen nada que ver con religión.
-¿La impresión que deja la serie puede ser dañina?
-Es una remota excepción a la regla, de un sistema familiar patológico y tóxico. Ahora bien, mostrar una excepción no tiene nada de malo siempre y cuando se la encuadre dentro de su marco general. Pero en el momento en que se muestra una excepción aislada eso no es información sino desinformación. Eso es manipular y deformar la opinión del espectador desprevenido y desconocedor del asunto, que en su desinformación llegará a pensar que esta es la regla, esta es la totalidad. Y como seres humanos, tendemos a clasificar y etiquetar información para ordenar nuestro mundo. Pero lamentablemente, en esta tendencia a abstraer y etiquetar, reside tambien la formación de prejuicios negativos.
Yamila, mil preguntas
Así como Esty se alejaba y veía un horizonte nuevo en Berlín, Yamila se acercaba y estudiaba.
"Más que respuestas, me encontré con mil preguntas. Mil preguntas que no me había hecho, incluso en mi situación familiar, donde mi mamá siempre fue todo, pero mi papá había elegido borrarse. Eso yo lo había vivido como una víctima. De repente, empecé a pensarlo desde otro lugar y a aceptar mi historia, ver que con mi historia podía ser yo quien era. Que hoy podía elegir quién quería ser de ahí en adelante, que como mujer, no solo como mujer, sino como mujer judía podía elegir qué querer hacer de ahí en adelante. Esto fue ya 2007.
-¿Y entonces?
-Fui a un seminario de jóvenes, en Punta del Este, con seis amigas. Ese fue un puntapié importante. Si bien no participé de todas las charlas, tomé una decisión, que fue empezar a comer según las reglas judías, kosher, carne kosher y a no mezclar carne y leche. Y bueno, conocía a otras familias, me confirmó un poco esto que yo veía del lugar que tenía la mujer. Y de repente yo veía a la mujer protagonista total. Y después me fui de vacaciones con el rabino y su familia.
-Una experiencia...
-Eso me cambió todo. Desde cómo revisar una lechuga hasta cómo pararme y hablar frente a Dios, por decirlo de alguna forma. Yo quería una familia con contenido espiritual, quería tener una vida donde pudiera ver la vida, no a través de mis ojos subjetivos, sino a través de la mirada de Dios. Donde pudiera entender que cada cosa pasa por algo y para algo. Y donde tuviera un rol protagonista en mi vida, donde no quedara a la merced de las cosas que me pasaban, sino que empezara a ser activa en las cosas que me pasaban.
-Uno podría pensar que es al revés, que cuando uno depende de la voluntad de Dios todo está determinado, entonces, tu voluntad es como secundaria.
-El es que el judaísmo no cree en lo predeterminado, cree en el libre albedrío. La clave es que si bien, todo depende de Dios, vos tenés que construir los canales para que las cosas pasen. Porque si vos te quedás sentado, por más de que Dios quiera mandarte un montón de bendiciones, bueno, la bendición no va a bajar.
-Pero tenías que cambiar muchas cosas, la manera de vestir...
-A mí todo lo que tenía que ver con el recato no me costó en absoluto, porque yo vivía vestida recatada, porque trabajaba ahí en Jabad todos los días e iba a Shabat, al final, sólo el domingo me ponía el jean. Si bien al principio, cuando recién había empezado a trabajar, me cambiaba para ir a la facultad, llegó un momento en que ya no me cambié más. Vinieron mis amigas de la facultad y me acuerdo que fue como una kermese, se llevaron toda la ropa que yo no iba a usar más y bueno, me quedé con las polleras.
-Y entonces llegó alguien...
-Para marzo, el rab me propuso presentarme a alguien. La verdad es que ya conocía de vista a quién es hoy mi marido, así que si bien me hice un poco la importante, yo ya sabía que le iba decir que sí, que quería salir a tomar algo.

-¿Porque ya había habido onda entre ustedes?
-No, no es que hubiera habido onda, pero a mi me parecía bastante lindo, así que dije bueno, dale, ¿por qué no? Y en la primera salida así, religiosa, fuimos a tomar algo a un café. El punto de una salida religiosa es que, hasta que vos no decidas que esa persona es para vos, mejor que nadie te vea con esa persona, porque te quemás, se quema el otro, ¿para qué">