Los personajes de Un nombre para tu isla, cuarto volumen de cuentos de la escritora peruana Katya Adaui, deambulan entre aeropuertos, playas y habitaciones de hotel. Se hacen preguntas existenciales sobre el amor, la pareja, los vínculos. Vuelven a su ciudad natal y pierden mucho más que un reloj. “Me lo robaron. Fue un robo sutil. Casi amable. ¿No es extraño decir un robo amable? En mi ciudad te balean después de entregar el celular sin resistirte”, escribe en “El arte de perder”, último relato del libro.
Nacida en Lima pero residente en Buenos Aires donde enseña en la Carrera de Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes, su literatura oscila entre una impronta latinoamericana innegable y una cierta fibra diletante que remite a algunos de los más brillantes cuentos de Salinger ambientados en la incertidumbre de un verano fatal. Las vacaciones como aquella invitación al disfrute pero, al mismo tiempo, la oportunidad para que también aquello que puede llegar a salir mal, salga mal. Allí es donde los personajes son invadidos por las dudas más terribles. Allí es donde Adaui bucea antes de ponerse a escribir.
Autora de novelas y de libros infantiles, finalista del Premio Ribera del Duero, responde a las preguntas de Clarín con la misma serenidad y templanza con la que escribe.
–¿Cuál fue el origen de estos cuentos?
–Esta vez quise dedicarme a los amigos y amigas, las parejas, las relaciones cotidianas de familia extendida. Me divertí mucho creando a toda esta gente y sus mundos, nuevos para mí. Asocio la escritura a la alegría. Fue un año de creación y otro de hilado fino, haciendo crecer la historia desde el centro; le perdí el miedo a los diálogos, repasé cada cuento en voz alta hasta dar con cierto ritmo en cada frase.
–¿Cómo fue este “perderle el miedo a los diálogos"? En estos cuentos se nota que fluyen con bastante naturalidad. ¿Qué significa para ti la oralidad?
–El diálogo cuesta, porque debes brindarte a la otredad. No hablan ni piensan como tú, no son tú, y tienen que demostrar cada vez su personalidad y parte de sus intenciones. Es el gesto completo: la escucha, el silencio, la interrupción, la duda, la inclinación del cuerpo, las acciones que pasaron y las que vendrán. Como en la vida, la charla debe ser ligera y profunda; entrelazar la hondura con lo banal, tal como hablan nuestros amigos más queridos.
–Otro aspecto que mencionabas y es clave en estos cuentos es el amor, la pareja, los vínculos. ¿Cómo quisiste retratar esto?
–Me interesan los universos acotados, de pocas personas a las que les van pasando cosas de las que deben reponerse. Willa Cather decía que en todos nosotros hay un “yo inviolable”, algo que no cedemos o entregamos bajo ninguna circunstancia. Quiero que mis personajes sostengan su “yo inviolable”, la dignidad en medio del malentendido.

–Este es tu cuarto libro de cuentos. ¿Qué significa para ti el género cuento?
–Me produce conmoción leer un buen cuento, se parece al tirón que sientes en las pantorrillas cuando te zambulles bajo una ola grande. Adoro escribir cuentos porque entreno mi curiosidad y puedo rendirle homenaje a la multiplicidad de la vida.
–Hay cierta fibra de Salinger, sobre todo los nueve cuentos, flotando en el aire sobre estos relatos que mantienen cierto misterio de lo no dicho, cierta diletancia. ¿Qué otra influencia podrías detectar?
–De Salinger, mmm, ojalá. El misterio y la diletancia me lo enseñan Mavis Gallant, Jamaica Kincaid, Vivian Gornick, A.M. Homes. El trabajo con el cuerpo: Carmen Ollé y Victoria Guerrero. Que los personajes pueden reírse, con dignidad aún en el cinismo: Erri de Luca, Amy Hempel, Hebe Uhart, Kjell Adskildsen. Cuando me apasiona un autor o una autora trato de leer toda su obra para ver los ríos secretos entre ellas, el salto cualitativo entre una y la siguiente, los falsos recuerdos y las obsesiones que se mantienen.
–También se presenta un universo temático en torno a los viajes, las vacaciones, el verano. ¿Qué te genera esto?
–La clase media latinoamericana trabaja mucho para mantener la casa y poder irse una vez al año de vacaciones en familia. Además se idealizan las vacaciones ajenas en destinos fantásticos de Instagram. Y pasó que escuché cada vez más la frase: “No he venido a este lugar para estar peor que en mi casa”. Quise pensar algunos males de la época: la fragmentación, la ansiedad, la expectativa mediada por las redes sociales y los influencers. A veces el mejor verano es con los amigos y en el lugar de siempre. No había que irse tan lejos.
–En relación a esto, que antes definías como universos acotados, se nota en tus cuentos cierto interés por las tramas mínimas. Hay como una especie de "zoom" sobre detalles cotidianos que se amplían hasta alcanzar zonas inquietantes. ¿Coincides?
–Los detalles revelan quiénes y cómo son los personajes, así como los objetos que usan: nos narran la clase social, los oficios, el uso del espacio y del tiempo; la rutina, los deseos, las relaciones, las jerarquías, las pérdidas. Crean una atmósfera, una amenaza, una posibilidad, una promesa.

–¿Cómo ves la literatura latinoamericana actual?
–Hay escritores y escritoras creando mundos hipnóticos o armando tándems o trilogías involuntarias. Pienso en Fernanda Trías, María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda, Selva Almada, María Sonia Cristoff, Jhemy Tineo Mulatillo, Giuseppe Caputo, Camila Fabbri, Magali Etchebarne, Gabriela Cabezón Cámara, por nombrar solo algunos. Mucha potencia porque hay mucha belleza y mucho lenguaje.
–Trabajas y vives en Buenos Aires. ¿Esto afectó tu manera de escribir, tus intereses?
–Cambié el agua salada por el agua dulce. Se me juntaron las aguas y algo en mí sedimentó. Enseñar en la pública me cambió la vida, me dio más motivos de alegría, así como el diálogo con estudiantes y profesores de Artes de la escritura de la UNA.
–Cada vez más escritoras latinoamericanas se posicionan como referentes. ¿Observas una escena fuerte de escritoras mujeres en la actualidad? ¿Lo vinculas con el crecimiento del feminismo? ¿Cómo lo piensas en un mundo donde se observa el crecimiento de ideologías de extrema derecha y discursos de odio que critican a estos movimientos alineándolos con la denominada "cultura woke"?
–Ya no necesitamos un varón que nos autorice en la escritura. Hay más editoras y más libreras, también. Algo de una valentía conjunta porque otras escritoras nos abrieron el camino y otras son compañeras de ruta hoy. El feminismo lo hace posible, una y otra vez. Sabemos que hay espacio para todas. La escritura, al pensar al otro y hacerlo sin prejuicios, se posiciona frente a la intolerancia y el crispamiento, quitándole poder a las voces que desacreditan.
–Tu libro fue finalista del Premio Ribera del Duero. ¿Qué significó esto para vos?
–Que debo seguir escribiendo sin distracciones.
Katya Adaui básico
- Nació en Lima, en 1977. Es autora de los libros de cuentos Geografía de la oscuridad (Premio Nacional de Literatura 2023 de Perú), Aquí hay icebergs (traducido al inglés por Charco Press) y Algo se nos ha escapado (2013), y de las novelas Quiénes somos ahora (2023) y Nunca sabré lo que entiendo.
- También es autora de cuatro libros infantiles, entre ellos, Otra cosa (Premio White Ravens, Premio Fundación Cuatrogatos y seleccionado por la Feria Infantil del Libro de Bolonia, 2023).
- Vive en Buenos Aires y enseña en la carrera Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes.
- En 2024, Un nombre para tu isla fue seleccionado como uno de los cinco finalistas del Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve.
Un nombre para tu isla, Katya Adaui (Páginas de espuma).
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