Alejandro Horowicz es un ensayista deslumbrante pero, sobre todo, es un aguafiestas. Si el monarca está desnudo lo señalará sin inconvenientes, aunque perciba que a su lado el verdugo del reino ha comenzado a preparar el cadalso.
Esa intransigente honestidad intelectual le ha granjeado el respeto de colegas y lectores, muchos de los cuales siguen su obra desde la publicación de su primer y más conocido libro, Los cuatro peronismos (1991), ensayo político que analizó las mutaciones que el movimiento forjado por Juan Domingo Perón experimentó a lo largo de sus siete décadas de existencia.
Horowicz regresa ahora con su nuevo libro El kirchnerismo desarmado (Ariel), en el que propone entender por qué la opción política que surgió tras la crisis del 2001 no cristalizó finalmente como el quinto peronismo.
En la primera parte de este ensayo, practica una vivisección de los momentos centrales del proceso iniciado en 2003 con la asunción de Néstor Kirchner como presidente, sus aciertos iniciales y los retrocesos y errores que lo llevaron a su actual estado de agotamiento.
En la segunda, el autor recupera un texto que ya formó parte de Los cuatro peronismos y que, treinta años más tarde, mantiene intacta su potencia analítica. Se trata de La democracia derrotada, segmento que desmonta los nodos de cuarenta años de vigencia ininterrumpida de un sistema republicano que se ha mostrado incapaz de construir una Argentina con igualdad de derechos en términos de calidad de vida ciudadana y de excelencia institucional. Sobre El kirchnerismo desarmado habló Horowicz con Clarín Cultura.

–Plantea que el kirchnerismo no supo capitalizar el parteaguas político, social y económico que significó el enfrentamiento con los productores agrícola-ganaderos a raíz de la Resolución 125 en 2008, pero usted rechaza que ese derrota estuviera sellada de antemano, sino que se trató de un revés producto de decisiones no tomadas. ¿Qué pudo haberse hecho y no se hizo?
–La primera cuestión es la incapacidad del kirchnerismo de tener un programa. El kirchnerismo jamás se planteó ningún objetivo explícito más que hacer caja. La política del kirchnerismo era el control de la caja y desde el control de la caja pisada manejaba todo lo demás. Ni el invento era kirchnerista ni las capacidades de funcionamiento eran diferenciales.
Es decir: la concepción política con la que el kirchnerismo ingresó a la lucha política era simplemente ver cómo, momento a momento, iba jugando, con las cartas que caían, del mejor modo. Y cuando tuvo que elegir una carta, que fue la Resolución 125, ni entendió qué carta ponía ni defendió la carta, ni construyó una lectura crítica ex post sobre la carta.
Basta mirar el libro Sinceramente, de Cristina Fernández, para advertir que el comentario es de una trivialidad arrolladora. Hay una cosa que es obvia: no entiende cuál es el problema. La idea de que se puede no entender de qué se trata cuando se maneja el timón de una crisis es la peor de todas las ideas. Su falta de brújula y proyecto político, andar al garete de los vientos, éste es el secreto: el garete de los vientos la llevó donde la llevó y la trajo donde la trajo. Porque ni una cosa ni la otra formaron parte de su previsión.
Gobernar nunca ha sido otra cosa que la capacidad de prever. La calidad de una dirección política es la de prever la situación que tiene que enfrentar y, al mismo tiempo, encontrar una salida que le permita superar los términos que están planteados tal como están planteados. La persona que le puede decir a Martín Lousteau “me hiciste equivocar”, es una persona que no entendió ni entiende de qué estamos discutiendo.

–¿El gobierno de Alberto Fernández hay que pensarlo como una continuidad del ciclo iniciado por Kirchner en 2003 o ha sido algo completamente distinto?
–El gobierno de Alberto Fernández es básicamente la idea de que la política se resuelve votando. Entonces, si uno gana las elecciones, gana la política. Fijémonos en la última intervención de Cristina: ¿qué es lo que sostiene? Ella sostiene que vio el asunto porque entendió cómo se iban a repartir los votos en las PASO.
Cuando uno escucha una cosa así de boca de una dirigente nacional como parte de un balance político en el que hace una intervención diferencial, uno se queda francamente pasmado. No menos pasmado que cuando escucha que el programa de la gente no es vivir como en Disneylandia pero es vivir bien. ¡Guau!, caramba, no pensaba que éste era el asunto.
Ella habló de una elección de tercios, pero fue de cuartos: están los que no votan, más los que votan en blanco más los que votan a Milei. ¿Por qué digo esto último? ¿Cómo se explica que alguien que no tiene ni tradición política, ni dispone de una estructura política nacional pueda vencer a dos coaliciones que, juntas, condensan la Historia política nacional?
De un lado está el radicalismo, con sus variantes, porque Macri no es, en última instancia, más que una variante radical, y del otro lado el peronismo en todas sus variantes. Y aparece un outsider y vuelca todo esto… ¿por qué?
Esta ausencia de respuesta, ignorar que Javier Milei es el nombre del balance que la sociedad argentina hace de su dolor, de su angustia y de la incapacidad de una dirección política de hacer algo que no sea más de lo mismo, donde el propio hombre que expresa eso no lo expresa porque él lo entienda, sino como síntoma.
Porque cuando uno ve las respuestas que él da queda claro que propone volver a la Convertibilidad de Cavallo, en términos donde esto ya no es posible, y queda claro que no es otra cosa que más de lo mismo que tantas veces se viene practicando y ¿nadie se pregunta por qué esta práctica repetida fracasa, fracasa y fracasa? ¿Y lo único que uno puede decir es ese comentario trivial sobre un resultado electoral?
Y llamamos estrategia a poner el nombre del próximo candidato. ¡Guau! ¿Y cuál es el balance político de por qué tres presidentes al hilo –Cristina, Macri y Alberto Fernández– no pueden ser candidatos porque no llegan al ballotage? Si no entendés que esto es un balance y no una operación siniestra de los enemigos del campo nacional, ni de los medios hegemónicos, ni de ninguna saraza, esto es una obviedad.
Replanteemos las cosas: de derecha es quien sabe de qué se trata y puede responder a esto conservadoramente. De izquierda es quien sabe de qué se trata y plantea esto en términos revolucionarios. Y el que no sabe ni una cosa ni la otra, no es de izquierda ni de derecha: simplemente es un ignorante.
El secreto de la casta política es su profundo carácter ágrafo: cuando uno mira a estos muchachos, uno puede asegurar que no ven un libro desde la escuela primaria. Está claro que, aparte de leer encuestas, no leen nada más.

–¿Las PASO de agosto deben leerse como la puesta en evidencia de que el ciclo kirchnerista está agotado o es viable pensar otras formas de reconfiguración que garanticen su continuidad a través de la figura de, por ejemplo, Sergio Massa?
–Estamos ante un problema lógico muy interesante: vos podés explicar lógicamente por qué ninguno de los tres puede ganar y sabés que, razonablemente, alguno de los tres tiene que ganar.
La pregunta es qué se está midiendo electoralmente, qué quiere decirnos el resultado electoral. La primera cosa que sabe la compacta mayoría de los votantes es que no votás ninguna solución. Estás votando, cuando votás a Milei, el botón imaginario de la bomba imaginaria que va a hacer estallar todo, por lo cual yo, que estoy en el horno, voy a llevarme puestos a todos los demás.
En el caso de votar a Juntos por el Cambio, cuando uno escucha su estrategia electoral, uno entiende la dimensión política: la lucha que propone es contra lo que no existe y está muerto. ¿Vencer al kirchnerismo? ¿Por qué? ¿Hace falta hacer algo más? ¿Qué es lo que ya no sucedió?
Y cómo se hace para que se imponga el ministro que ejecuta el ajuste, que tendría que haber ocupado en su momento el lugar de Alberto Fernández, porque hay que recordar las cosas como son: Alberto era uno de los armadores políticos de Massa. Y el armador massista se transforma en el presidente. Y la Unidad en la completa inmovilidad. Porque las críticas a Fernández estaban motivadas en qué. ¿Por qué había que dinamitar a Martín Guzmán para hacer esto?