A los 94 años, cuando todo tiene fecha de vencimiento, parece que no queda nada por hacer. Que se lo digan a él, que mañana a las diez en punto de la noche, pisará el pequeño escenario del Torquato Tasso y se sentará al piano para celebrar los 50 años del Quinteto Real. Bromea, el Maestro, y dice “si llego”. Divierte al minúsculo grupo de cronistas que no habían nacido cuando la formación que completaban De Lío, Laurenz, Ferro y Francini sonaban como sonaban Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. Cuenta por qué sus dudas, por qué ese “si llego” que contradice el prejuicio de su reducido auditorio. No habla de la edad, exactamente, da un giro a la historia, es casi un “arreglo” verbal, tan propio, tan singular como los de su pentagrama: “Una vez, Bernard Shaw invitó a Chruchill al debut de una obra suya con una nota que decía ‘le mando dos boletos, uno para usted y otro para un amigo, si tiene’. Y Churchill le contestó con otra nota: ‘Lamento no poder ir al estreno, pero iré a la segunda representación, si llega’”. Se ríe el Maestro con su ocurrencia.
Pide té, hagamos, entonces, “un té con Horacio Salgán”. Y con Leopoldo Federico, a su lado, las dos megastars que serán las joyas de la velada del Tasso. Y está César, el hijo del Maestro. Y flashes a repetición. “Nosotros no hicimos nada, ¿no Leopoldo?... no hicimos ningún delito como para que nos saquen tantas fotos”, vuelve a reirse de su propio chiste. Tiene un ambo gris, una camisa gris más clara, una corbata donde arremolina grises, verdes y amarillos suaves. Y zapatos blancos, por supuesto. Y esos anteojos de marco negro ahora más grandes, porque el cuerpo encoge. Y el bigotito anchoa es sombra. Le cuesta oír los graves, no tiene dificultad con los agudos. Y está ágil. Y plenamente lúcido. Es una reliquia. Es un momento irrepetible: Salgán, a solas, para cuatro o cinco noteros. ¿Cómo no tener una foto con el Maestro? No es cholulismo, es un documento que cada uno llevará consigo. “Hijo, yo estuve con Salgán”, dirá uno de esos cronistas, alguna vez. Y contará la historia que Salgán empezó a escribir cuando nació, el 16 de junio de 1916. Será un aporte, modesto, a las futuras generaciones.
“Yo siempre estuve. Y sigo estando”, declara cuando le preguntan por este regreso. No sube al escenario, pero trabaja en su casa. “Sobre todo compongo, estoy trabajando en cosas sinfónicas”, informa. Habla y hay misa. Resume su vida, en vida: “Tengo cumplidos todos los deseos por medio de la música”. Y del tango, le preguntan. Y da una respuesta exacta: “Misterio”. Abre las manos, tiene dedos largos y añade que “usted puede ser buen músico, buen intérprete pero hay algo más, eso que se llama misterio en el momento de tocar”. Abre el disco rígido y se ve que le sobra memoria. Rivero y Goyeneche, lanzados por él a las Grandes Ligas. Leopoldo Federico escucha y asiente hasta que un fotógrafo torpe se levanta, toca el bandoneón y salta una tecla que cae al piso. “¿Se te rompió">