Ahora le sacaron la punta y la depositaron en Avenida Figueroa Alcorta y Salguero, en la puerta del Malba, pero hace 76 años, lo querían tirar abajo. El Obelisco porteño siempre fue un juguete que nadie sabe para qué sirve y como no parece significar nada, cada tanto, a alguien se le ocurre hacerle algo nuevo.
En diciembre de 2005 apareció encapuchado con un forro gigante rosa chicle, para conmemorar el Día Mundial de la Lucha contra el Sida. Dos años después, lo cubrieron con una tela con los colores de Argentina y Alemania. Más de una vez fue arbolito de Navidad y varios intendentes lo usaron para campañas ambientales. Lo cierto es que este prodigio de 76 metros de altura, viril símbolo de la porteñidad, estuvo a punto de desaparecer cuando el Consejo Deliberante, muy opositor, votó, casi por unanimidad, demolerlo.
Es que en 1936, cuando se construyó el Obelisco, la Ciudad era otra y la situación, también. Ya había acontecido el primer golpe de Estado de nuestra historia y se había impuesto un régimen de democracia "limitada" (digamos, ficticia) en el que el radicalismo estaba proscripto.
Dicen que hacer un monumento en ese lugar fue idea del presidente conservador Agustín P. Justo para conmemorar los 400 años de la fundación de la Ciudad. Y coincidió con la apertura de la 9 de Julio, un proyecto que tenía años pero que empezó a cobrar forma a principios de la Década Infame.

El asunto es que el primer tramo de la avenida más ancha del mundo abarcó escasas 5 cuadras entre Bartolomé Mitre y Viamonte, y, en medio de la demolición, ¡zas! Apareció el Obelisco. Sí, apareció porque lo construyeron en dos meses. Es como si ahora, antes de terminar su mandato, Cristina construyera un obelisco de 70 metros en Plaza Congreso y lo vieras terminado en noviembre. Más o menos lo mismo.
Ojo, construirlo en dos meses era una proeza técnica inusual. Aún hoy sería una hazaña. Para colmo, por debajo del Obelisco pasan dos líneas de subte y el monumento está, literalmente, apoyado sobre 3 túneles.
Imaginate lo que fue cuando vieron que se alzaba tremenda aguja en un lugar tan apretado: los más ortodoxos se pusieron como "lacos". Que era muy grande, que era muy feo, que era muy grasa. Para colmo, la construcción se hizo de prepo, sin consultar al Consejo Deliberante; fue una decisión del intendente y los representantes de la Ciudad se sentían un poquito ninguneados.
En general, en ese momento, a nadie le gustaba demasiado el Obelisco. Apenas unos pocos vanguardistas se atrevieron a defender la obra del arquitecto Alberto Prebisch, un verdadero innovador que había hecho de la arquitectura racionalista su credo.