La relación entre el cerdo y la diabetes tipo 1 no es nueva. Hasta la década del 80 era el principal proveedor de la insulina que los enfermos se inyectaban. Pero desde hace algunos años la ciencia ve en el animal un potencial donante de células pancreáticas, encargadas de producir la hormona que permite al organismo transformar la glucosa en energía y que evita que se acumule en la sangre. Con 22 pacientes trasplantados en un hospital público bonaerense, Argentina tiene el mayor ensayo a nivel mundial y sus impulsores proyectan profundizar la investigación.
En el país, una de cada 10 personas con diabetes padece el tipo 1 de la enfermedad, que se caracteriza por la destrucción de las células productoras de insulina -que se agrupan en islotes- por un fenómeno autoinmune. Es decir, son las propias defensas del organismo las que atentan contra él. El paciente debe paliar ese daño aplicándose la hormona. Que el cuerpo vuelva a generarla es el objetivo del trasplante de islotes pancreáticos.
“Es simple en teoría, pero difícil de aplicar en la práctica”, sostiene el canadiense Jonathan Lakey, quien junto a James Shapiro lideró en el 2000 el Protocolo de Edmonton, por el cual siete personas fueron trasplantadas con células humanas. “La ventaja es que los islotes pueden aplicarse con una jeringa, sin necesidad de cirugía invasiva y los resultados mostraron que los pacientes presentan un adecuado nivel de glucosa en sangre e independencia a la insulina luego del tratamiento”, explicó el investigador en conferencias recientes dictadas en las universidades de San Martín (UNSAM) y El Salvador. El problema, itió, radica en la dificultad de conseguir donantes.
“Se necesitan de dos a cuatro páncreas para trasplantar a un paciente diabético y hay muchos más diabéticos nuevos que donantes cadavéricos. Se tiene que morir una persona y además la inmunosupresión (para evitar que el organismo rechace el nuevo tejido) hace que el tratamiento sea poco práctico”, coincide en diálogo con Clarín el cirujano Adrián Abalovich, quien considera que una estrategia factible para vencer el problema de la escasez de páncreas humanos es el xenotrasplante, es decir, la utilización de animales como donantes de órganos.
El cerdo se revela entonces como el candidato ideal: la insulina que produce es muy similar a la humana, responde de la misma manera a los estímulos de la glucosa en sangre y produce más de 10 crías por parición. En el hospital Eva Perón de San Martín, 22 pacientes fueron trasplantados con islotes porcinos microencapsulados. “Es la mayor experiencia a nivel mundial”, reconoce Abalovich, quien dirigió junto al diabetólogo Carlos Wechsler el estudio aprobado por el Ministerio de Salud bonaerense.

Para el ensayo clínico local iniciado en 2010 -y que ya se encuentra cerrado- se utilizaron islotes microencapsulados procedentes de Nueva Zelanda, extraídos de cerdos criados en bioterios libres de gérmenes. La experiencia conjunta nació del o entre los investigadores argentinos y Robert Elliott, uno de los pioneros a nivel mundial en este tipo de tratamientos, que también se probaron en su país y en Rusia.
La islotes son encapsulados bajo una capa de alginato y poli-lisina. Ese recubrimiento se convierte en una especie de barrera que permite el ingreso de los nutrientes y la salida de insulina, pero impide la entrada de los “soldados” destructores del sistema inmune. “Si nos inyectan una célula de cerdo, el organismo la rechaza inmediatamente. En cambio, eso es una burbuja que le da inmunoprotección. Tiene poros tan chiquitos que no pasa ni el anticuerpo, ni el linfocito o el macrófago. Aunque lamentablemente hay pequeños elementos que sí pueden llegar a pasar, por eso es una inmunoprotección parcial”, dice Abalovich. No obstante, a los pacientes no se les istra ninguna droga que deprima las defensas de su organismo.
Los 22 voluntarios argentinos recibieron dos trasplantes cada uno por laparoscopia (a las 24 horas obtenían el alta), con tres meses de diferencia entre cada procedimiento. Los elegidos fueron diabéticos lábiles. “Trasplantamos jóvenes que ya tenían sufrimiento crónico por la enfermedad y una muy mala calidad de vida. El paciente lábil está de repente con 400 de nivel de azúcar en sangre y al rato con una hipoglucemia, es decir, con el azúcar tan bajo que puede llegar al coma”, explica Wechsler. “Para ellos era mucho más riesgoso seguir siendo diabético que recibir células de cerdo”, añade Abalovich, quien es además docente e investigador de la Escuela de Ciencia y Tecnología de la UNSAM.
Los resultados, revela, fueron dispares. “Algunos pacientes no variaron sus requerimientos de insulina, pero en otros se redujo entre un 30 y un 40%. Y hay una chica que hay días que no se aplica. A lo mejor en tres o cuatro años hay que volver a implantarla, porque se estima que ese es el tiempo de vida de los islotes, tanto en un diabético como en una persona sana. ¿Pero si tenés la provisión de cerdos qué problema hay">