En la sala de su estudio, ubicado en la calle Lafinur casi frente al Museo Evita, Berardo Dujovne habla armoniosamente sobre el reconocimiento como personalidad destacada de la Ciudad de Buenos Aires en el ámbito de la cultura por la Legislatura porteña.
Si bien el exvicerrector de la UBA y exdecano de la FADU porta ya una condecoración de la Legión de Honor sa como caballero, este es el primer gran homenaje en su país.
“Me genera una gran alegría y agradecimiento al mismo tiempo porque lo está dando la Legislatura de la Ciudad donde yo he desarrollado gran parte de mi vida, tanto en el ámbito profesional como en el académico. Que sea la Ciudad de Buenos Aires para mí tiene un significado especial, es muy gratificante”.
Esa es la excusa para componer una breve y quizá no-tan-justa semblanza de su trayectoria a partir de los pedacitos troquelados que Berardo Dujovne va narrando: estudió en el Colegio Nacional Buenos Aires, tomaba clases de pintura, le gustaba la matemática y su padre era ingeniero. “Se me fue dando eso de ser arquitecto…”, justifica.
Primero, el principio
Israel Dujovne ya tenía un estudio cuando Berardo se graduó. Pero quizá no importa tanto su egreso como su ingreso, en 1955, porque desde entonces y hasta hoy continúa vinculado activamente a la gran casa de estudios. Y si contamos el Colegio Nacional, que depende de la Universidad de Buenos Aires, aún son más...
“Soy profesor emérito, otro gran honor que me dio la UBA. Estoy dando Proyecto Urbano, un posgrado que es virtual desde la pandemia. Antes iba dos veces por semana a la FADU”.
De aquella primera época recuerda a Jorge Erbin. “Me pone triste porque ya no está, éramos muy cercanos. No solo porque nos agrupaban alfabéticamente. Y continuamos una muy linda relación. Eso que él trabajó por un lado y yo, por otro. Pero cuando él tenía la cátedra yo a veces iba de visita y él venía también. Teníamos un ida y vuelta muy lindo”.
Odilia Suárez es el nombre que aparece al instante ante la consulta de alguien que lo marcó. “Fue excelente profesora, después establecimos una muy buena relación a lo largo del tiempo. Fui docente de su cátedra, entré por concurso y realmente, fue una figura muy importante y quizás no del todo reconocida”.
A la pregunta sobre su esposa, madre de sus cuatro hijos y socia en el estudio Dujovne Hirsch, responde: A Silvia la conocí antes de la facultad, socialmente digamos. Ella es menor que yo, y luego la reencontré cuando estudiábamos. No nos pusimos de novios tan enseguida”.

El curso de la historia
Recién graduado, Dujovne obtuvo una beca del gobierno francés y pasó un año en Francia cursando un posgrado “Ahí se me presentó un dilema: quedarme o volver”. Porque ya estaba casado y tenía que decidir sobre el futuro de los dos.
Pero volvió. Y en “un acto de inconciencia total, recién llegado, nos presentamos al concurso para remodelar el centro de Buenos Aires, que había llamado la Municipalidad de entonces. Intervenía el Plan Regulador, donde estaba Odilia. Salimos segundos. Y a raíz de eso, ella me invitó a trabajar en el Plan”.
Lo que él calificó de inconsciencia porque “era para gente más grande y más formada” fue una osadía que quizá cambió buena parte del curso de su historia.
Luego de ese atrevimiento, se incorporó al estudio de su padre. Y luego se sumó Silvia. “Fuimos tomando el rol de responsables del área de proyectos y los ingenieros se ocupaban más de las obras y de la relación con el afuera. Así arrancamos”.
Después del fallecimiento de Israel en 1975, continuaron en el estudio paterno hasta 1981, cuando conformaron uno propio. Hoy también, de algún modo, familiar con la incorporación de su hija María.
Sobrevuelo
“Este edificio lo hicimos nosotros. Tenemos nuestros espacios y venimos todos los días al estudio. Tenemos bastante trabajo”, asegura antes de enumerar algunas obras y proyectos, como la torre en José Hernández y Arribeños, la de Paraguay y Armenia o la de Juramento y Obligado. “Estamos con tres proyectos de escala media en Punta del Este”, suma.
Berardo remarca específicamenteun aspecto del trabajo: “hemos hechos algunos reciclajes o refuncionalizaciones importantes. Uno proyecta a partir de reconocer las lógicas del edificio y llega a soluciones que no hubiera llegado si hubiera arrancado desde cero. ¿Cómo se transforma una fábrica abandonada en un edificio de viviendas u oficinas? Ese es un desafío que me dio grandes satisfacciones”, dice y cita el caso de La Algodonera, del mismo desarrollador con el que hicieron la torre El Faro.
En tantas décadas, hay una extensa lista. Pero hay dos tipologías que quedaron, por ahora, en el tablero (apelando a la nostalgia que emana de esa palabra).
“En una oportunidad proyectamos un estadio cubierto que después no se hizo. Pero sin dudas, lo que me hubiera gustado hacer es algún edificio dedicado a la enseñanza. Aunque bueno, hay ciertos temas que no se nos han dado”.
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