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      Pymes al diván (II)

      Ayuda terapéutica, meditación, consultas entre pares. Los dueños de empresas pequeñas y medianas encaran sus miedos y fobias como cualquiera. Sólo que a veces llegan con una mochila demasiado pesada.

      Pymes al diván (II)CLAIMA20150103_0093 FTP CLARIN Carolina Capria, psicoanalista de Sendas Psicoanalíticas.

      Preguntas que disparan proyectos

      Historias como la que sigue son habituales en los consultorios de Sendas Psicoanalíticas. Carolina Capria, psicoanalista de la institución, la comparte para nosotros respetando el secreto profesional. Carmen, 35 años, abogada y con un buen trabajo, llegó al consultorio por un malestar creciente al que no le encontraba explicación. "En las entrevistas cobró importancia ese tedio que la aquejaba, así como una necesidad casi imperiosa de que sus actividades fueran siempre en función de algo; nada era porque sí", cuenta Capria.

      Las sesiones transcurrían, hasta que una pregunta sencilla descolocó a la paciente. ¿Qué cosas le gustan? La respuesta fue con lágrimas: no sabía qué le gustaba, jamás se lo había cuestionado. Contó que antes de estudiar Derecho había intentado con una carrera de arte, pero que al año dejó porque no se sentía cómoda. Además, su madre, también abogada, le decía que esa carrera era un "berretín de moda". En Derecho encontró una vida más organizada.

      Un día falleció su abuela materna, una persona con la que Carmen había mantenido una relación muy estrecha. Ella se quedó con su vieja máquina de tejer. Mientras tanto, en análisis, crecía su cuestionamiento a que las cosas fueran, siempre, "en función" de algo.

      "Con este tema, tenía que ser cuidadosa con mis intervenciones ya que podían transformarse en una receta para ella. Corría el riesgo de transformar el análisis en un coaching", aclara Capria. Aquella vieja máquina de tejer fue el inicio de una cadena de empezar a "hacer porque sí". Comenzó a comprar materiales y tejer estuches que sólo mostraba a su familia y a su analista. Con el tiempo, empezó a hacer cursos especializados de costura en cuero y se inscribió en una universidad privada de diseño de indumentaria. Un costado creativo comenzó a florecer.

      Motivada por una compañera, se animó a vender sus rios de cuero en una feria de San Telmo. En las sesiones, ya no se hablaba de audiencias, juicios o demandas y cambió su entorno social. Al tiempo, pidió una licencia sin goce de sueldo, abrió su propio local y quedó, sin planificarlo, embarazada. En esa etapa, Carmen interrumpió su análisis. "Hace un tiempo me la crucé en la calle, me comentó que seguía con el emprendimiento y, riéndose, que su vida era un despelote", cuenta Capria.

      El eje del tratamiento pasó, para la psicoanalista, por lograr que a la queja le suceda una pregunta más rica "y no la espera paralizante -con la que inició su consulta- de que alguien le diga qué es lo que tiene que hacer con su vida y que le dé garantías".

      Un accidente, una empresa

      Diego Mellino es la teoría hecha práctica en su propio cuerpo. Cuando terminó el secundario viajó a Estados Unidos para estudiar inglés y descubrió la quiropraxia. Se inscribió en Life University de Atlanta (Georgia), donde estudió seis años. Tras recibirse, en su regreso hacia la Argentina, le tocó vivir lo la experiencia más traumática de su vida.

      Con un colega también argentino, compañero de la universidad, decidieron hacer el regreso en moto, recorriendo toda América Latina, de norte a sur. Un accidente truncó el proyecto ni bien comenzaba: en México, un pozo en el camino les hizo perder el control y Diego cayó sobre la banquina. Su columna se partió. Era el 29 de septiembre de 2001, 18 días después del atentando contra las Torres Gemelas. No había vuelos y era imposible volver a la Argentina.

      El pronóstico, recuerda, era aterrador. "Si no se opera no hay posibilidades de que vuelva a caminar", le dijeron los médicos. Mellino se negó. Conocía los riesgos de esa intervención. Consultó a uno de sus ex profesores de Atlanta y junto a su compañero de ruta armaron un plan para tratarse con quiropraxia. Así pasaron 20 días, hasta que Diego pudo tomar un avión de regreso a la Argentina. Aquí continuó su tratamiento.

      "Durante cinco meses estuve en una cama, boca abajo, hasta que poco a poco empecé a mover las piernas. Vivía en un PH y hacía los ejercicios de rehabilitación en el pasillo. Al principio, gateaba. Después logré sentarme y finalmente caminar", cuenta.

      Mellino comprobó en carne propia el éxito de las técnicas de quiropraxia que había estudiado. En julio de 2002, diez meses después del accidente, se consideró completamente recuperado. Decidió que era el momento de abrir su propio emprendimiento, que bautizó La Clínica de la Columna. Con su amigo, viajó a España, donde abrieron dos centros de atención. Los planes volvieron a cambiar cuando, según palabras de Mellino, el amor llegó a su vida. Una vez más regresó a la Argentina, esta vez para formar una familia y replicar su Clínica de la Columna en Belgrano, donde abrió en 2008. En 2011 agregó una nueva sede, en Recoleta.

      Sus planes no terminan ahí: Mellino quiere inaugurar la primera universidad de quiropraxia en el país y ya dio los primeros pasos: a través de la fundación Quiropraxia para Todos, desde 2013 ofrece un posgrado de tres años. Estima que podría abrir la universidad en dos años, una vez que estén dados los pasos que requiere el Ministerio de Educación.

      Su propio tratamiento hoy es un caso de estudio en cursos y seminarios de quiropraxia. A través de esa historia, Mellino entiende que logró una "honesta empatía" con los consultantes. Como ex paciente, sabe qué sienten quienes lo consultan para tratar sus problemas de columna. Asegura que lamenta no poder atender a todos en forma personal, pero ya no puede dedicar muchas horas al trabajo físico: su propia lesión, con secuelas en la médula, ahora lo cansa con más facilidad.

      Saber cuándo hay que pedir ayuda

      Lázaro Bergman trabajó 47 años en la fábrica que fundó su abuelo. Hoy, se desempeña como asesor: la conducción pasó a manos de su hijo Gerardo. Otro de sus hijos es el diputado nacional Sergio Bergman (PRO).

      Con 11 nietos y una rutina estricta de tenis, Bergman padre no se considera a sí mismo retirado, sino con "licencia permanente". Cuando puede, él y su esposa viajan por el mundo con amigos. La historia tiene un final feliz, pero no fue sin tristezas ni desilusiones. Como él mismo asegura, a las pymes se las conoce por sus dueños.

      Casa Bergman comienza en 1927 con Arie Bergman y su esposa Esther, llegados de Varsovia (Polonia) con sus hijos y con un oficio bien aprendido: la fabricación de cajas. Instalados en un galpón, los Bergman iniciaron una empresa que va por la tercera generación. "Recuerdo a mi abuelo forrando cajas y a mi padre como patrón. Teníamos una vida cómoda, pero no abundante. Fueron años muy lindos, yo sentía el orgullo típico del hijo del dueño", recuerda Lázaro.

      Tras un accidentado servicio militar -en 1956, cuando estalla la sublevación del general Juan José Valle-, Lázaro Bergman inicia su carrera en la firma. Tìpica educación de hijo de dueño: primero lo mandaron a trabajar como operario y, luego, como istrativo.De ahí, a presidente.

      Se casó y tuvo cuatro hijos. Las pasaron todas, desde deudas que casi los llevan a la quiebra hasta un incendio intencional que destruyó todo lo que tenían. De nombre bíblico, Lázaro se volvió a levantar. "Gerardo tenía sólo tres años. Me dijo: ‘Papá, ¿quién mató a la fábrica">