El pebete se ganó un lugar en los hogares argentinos gracias a su textura aireada y su sabor neutro, perfecto para acompañar embutidos y quesos. Su nombre proviene del lunfardo, usado para referirse a los niños, seguramente inspirado en su pequeño tamaño. Un amasado preciso y una fermentación lenta son fundamentales para obtener esa miga suave y blanca que es tan característica.
Hervir el agua. Aparte disolver el almidón con dos cucharadas de agua fría en un bowl. Volcar de golpe el agua hirviendo y revolver hasta que la mezcla se vuelva traslúcida. Reservar a temperatura ambiente para pintar los panes con esta preparación.
Para la masa. Ablandar la manteca sin que se derrita. Disolver la levadura en la leche tibia con dos cucharadas de harina. Dejar que espume unos minutos.
Aparte, tamizar la harina restante con el azúcar y la sal fina. Hacer una corona y colocar en el medio el fermento de harina y la manteca blanda. Tomar la masa y amasar hasta que quede bien lisa (unos 10 minutos aproximadamente). El amasado debe ser enérgico y preferentemente debe ser sobre una tabla de la cocina.
Una vez que la masa esté lisa, extenderla en forma rectangular y darle un espesor de 2 centímetros. Cortar 4 tiras iguales. Dividir las tiras en porciones de 60 gramos cada una. Formar bollos y dejarlos descansar en un sitio tibio, siempre tapados con film o lienzo seco, 30 minutos.
Tomar cada bollito y estirar en forma de lengua hasta llegar a un espesor de 5 mm. En rollarlos sobre sí mismos dándole forma ovalada. Acomodarlos sobre una placa ligeramente enmantecada, separados 2 centímetros entre sí. Tapar la placa y dejarlos leudar hasta duplicar su volúmen.
Hornear los pebetes en horno precalentado moderado fuerte (200 grados) de 15 a 18 minutos.
Ni bien se retirar del horno hay que pintarlos con la preparación reservada y volverlos a llevar al horno un minuto más, hasta que la superficie se torne brillosa. Dejarlos enfriar sobre rejilla.